Jason IV

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LA PELEA IBA MUY BIEN, hasta que lo apuñalaron.

Jason movió su gladius en un amplio arco, vaporizando a los pretendientes más cercanos, luego brincó a una mesa y saltó por encima de la cabeza de Antínoo. En el aire convirtió su espada en una jabalina, un truco que nunca había intentado con su espada, pero de alguna forma sabía que funcionaría.

Aterrizó de pie sosteniendo un pilum de dos metros de alto. Cuando Antínoo se volteó a enfrentarlo, Jason empujó la punta de oro Imperial apuntando a través del pecho del gul.

Antínoo lo miró incrédulo.

—Tu...

—Disfruta los Campos de Castigo. —Jason arrancó su pilum y Antínoo se convirtió en polvo.

Jason continuó peleando, dando vueltas a su jabalina, cortando fantasmas, derribando guls.

Del otro lado del patio, Annabeth también peleaba como un demonio. Su espada de hueso de drakon destruía a cualquier pretendiente que fuera lo suficientemente estúpido como para enfrentarla.

Tras la fuente de arena, Piper también tenía su espada en mano, la espada de bronce irregular que tomó de Zethes el Boréada. Apuñalaba y bloqueaba con su mano derecha, ocasionalmente disparaba tomates de la cornucopia con la mano izquierda, mientras le gritaba a los pretendientes:

—¡Sálvense! ¡Soy demasiado peligrosa!

Eso debía de ser exactamente lo que ellos querían oír, porque sus oponentes continuaban huyendo, sólopara detenerse en confusión unos cuantos metros cuesta abajo, y luego regresar a la pelea.

El tirano griego Hipias embistió a Piper, llevaba la daga levantada, pero Piper lo aporreó a quemarropa con una preciosa carne a la cacerola. Se tropezó con la fuente y gritó mientras se desintegraba.

Una flecha se aproximó al rostro de Jason. La desvió con una ráfaga de aire, luego se abrió camino a cuchilladas a través de una línea de guls que empuñaban sus espadas, y notó a una docena de pretendientes reagrupándose por la fuente para atacar a Annabeth. Levantó su jabalina al cielo. Un rayo rebotó en la punta y redujo a los fantasmas a iones, dejando un cráter humeante donde la había estado fuente de arena.

En los últimos meses, Jason había combatido en muchas peleas, pero había olvidado cómo era sentirse bien en combate. Por supuesto aún estaba asustado, pero se había quitado un gran peso de los hombros. Por primera vez desde que había despertado en Arizona sin recuerdos, Jason se sentía completo. Sabía quién era.

Había escogido a su familia y no tenía nada que ver con Beryl Grace o incluso Júpiter. Su familia incluía a todos los semidioses que peleaban a su lado, romanos y griegos, nuevos y viejos amigos. No iba a dejar que nadie separara a su familia.

Convocó a los vientos e hizo volar a tres espíritus como muñecos de trapo. Ensartó a un cuarto, luego convirtió a voluntad su jabalina en una espada y acuchilló a otro grupo de espíritus.

Pronto se quedó sin enemigos. Los fantasmas restantes empezaron a desaparecer por cuenta propia. Annabeth cortó a Asdrúbal el cartaginés, y Jason cometió el error de enfundar su espada.

Dolor estalló en su espalda baja, tan agudo y frío que creyó que Quíone, la diosa de la nieve, lo había tocado.

En su oreja Michael Varus gruñó:

—Naciste como romano, morirás como romano.

La punta de una espada dorada sobresalía en el frente de la playera de Jason, justo debajo de su caja torácica.

Jason cayó de rodillas. El grito de Piper se oyó a kilómetros de distancia. Sintió como si hubiera sido sumergido en agua salada, sentía el cuerpo más ligero, su cabeza se balanceaba.

La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora