XXX: Nico

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EL ENTRENADOR HEDGE ESCOGIÓ ESE MOMENTO para irrumpir en el claro, agitando un avión de papel y gritando:

—¡Buenas noticias, todo el mundo!

Se quedó inmóvil cuando vio a los romanos. —Oh... no importa.

Rápidamente arrugó el avión y se lo comió.

Reyna y Nico se pusieron de pie. Aurum and Argentum corretearon al lado de Reyna y le gruñeron al intruso.

El cómo este hombre se había acercado tanto sin que nadie se diera cuenta, Nico no lo entendía. —Bryce Lawrence —dijo Reyna—. El más reciente perro de ataque de Octavian.

El romano inclinó la cabeza. Sus ojos eran verdes, pero no verde mar como los de Percy... más como verde algas de estanque.

—El augur tiene muchos perros de ataque —dijo Bryce—. Yo soy solo el afortunado que los encontró. Su amigo griego aquí... —Señaló con la barbilla a Nico— Fue fácil de rastrear. Apesta a inframundo.

Nico desenvainó la espada.

—¿Conoces el inframundo? ¿Te gustaría que te concertara una visita?

Bryce se echó a reír. Sus dientes delanteros eran de 2 diferentes tonalidades de amarillo.

—¿Crees que puedes asustarme? Soy un descendiente de Orcus, el dios de los votos rotos y el castigo eterno. He oído los gritos en los Campos de Castigo de primera mano. Son música para mis oídos. Pronto, añadiré una maldita alma más al coro.

Le sonrió a Reyna.

—Parricidio, ¿no? Octavian amará esta noticia. Estás bajo arresto por múltiples violaciones a la ley romana.

—El que estés aquí es contra la ley romana —dijo Reyna—. Los romanos no van a misiones solos. Una misión tiene que ser liderada por alguien con el rango de centurión o Superior. Estás in probatio, e incluso el darte ese rango fue un error. No tienes derecho a arrestarme.

Bryce se encogió de hombros.

—En tiempos de guerra, algunas reglas tienen que ser flexibles. Pero no te preocupes. Una vez que te lleve para juicio, seré recompensado con una membrecía completa en la Legión. Imagino que también seré promovido a centurión. Sin duda habrá vacantes después de la próxima batalla. Algunos oficiales no sobrevivirán, especialmente si sus lealtades no están en el lugar correcto.

El entrenador Hedge sopesó su bate.

—No conozco la adecuada etiqueta romana, ¿pero puedo golpear a este niño?

—Un fauno —dijo Bryce—. Interesante. Escuché que los griegos en realidad confiaban en sus hombres cabra.

Hedge baló.

—Soy un sátiro. Y puedes confiar en que voy a poner este bate al costado de tu cabeza, pequeño mocoso.

El entrenador avanzó, pero, tan pronto como su pie tocó el montón de piedras, estas retumbaron como si estuvieran a punto de hervir. Fuera de la tumba, los guerreros esqueléticos estallaron, spartoi en los harapientos restos de los uniformes británicos de los Casacas Rojas.

Hedge se alejó rápidamente, pero los dos primeros esqueletos lo agarraron de los brazos y lo levantaron del suelo. El entrenador dejó caer el bate y pateó con sus pesuñas.

—¡Suéltenme, estúpidos cabeza hueca! —gritó.

Nico miró, paralizado, como el suelo vomitaba cuatro soldados británicos muertos más; cinco, diez, veinte, se multiplicaban tan rápidamente que Reyna y sus perros metálicos estuvieron rodeados antes que Nico siquiera pensara en levantar su espada.

La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora