XXXI: Nico

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MÁS TARDE LE CONTARON LO QUE SUCEDIÓ. Todo lo que recordaba eran los gritos.

Según Reyna, el aire a su alrededor se enfrió hasta congelarse. El suelo se volvió negro. En un horrible grito, el desató una oleada de dolor e ira en todos los que estaban en el claro. Reyna y el entrenador experimentaron su viaje a través del Tártaro, la captura de los gigantes, sus días consumiéndose dentro de aquella vasija de bronce. Sintieron la angustia de Nico de sus días en el Argo II y su encuentro con Cupido en las ruinas de Salona.

Oyeron su desafío silencioso a Bryce Lawrence, alto y claro: ¿Quieres secretos? Aquí.

Los spartoi se desintegraron en cenizas. Las rocas del túmulo se volvieron blancas con la escarcha. Bryce Lawrence se tambaleó, sosteniéndose la cabeza, ambas fosas nasales estaban sangrando.

Nico se dirigió hacia él. Agarró la tableta de probatio de Bryce y la arrancó de su cuello.

—No mereces esto —dijo con un gruñido.

La tierra se partió en dos a los pies de Bryce. El se hundió hasta la cintura.

—¡Para! —Bryce arañaba la tierra y los bouquets de plástico, pero su cuerpo continuaba hundiéndose.

—Tomaste un juramento con la legión —El aliento de Nico se volvía vapor en el frio—. Rompiste sus reglas. Infligiste dolor. Asesinaste a tu propio centurión

—Yo... ¡No lo hice! Yo...

—Deberías haber muerto por tus crímenes —continuó Nico —. Ese era el castigo. En lugar de eso fuiste exiliado. Deberías haberte mantenido alejado. Tu padre Orcus puede que no apruebe las promesas rotas. Pero mi padre Hades realmente no aprueba a aquellos que escapan del castigo.

—¡Por favor!

Esas palabras no tenían sentido para Nico. El Inframundo no tenía compasión. Solo tenía justicia.

—Ya estás muerto —dijo Nico—. Eres un fantasma sin lengua, sin memoria. No compartirás más secretos.

—¡No! —El cuerpo de Bryce se volvió oscuro y de humo. Se deslizó dentro de la tierra, hasta el pecho—.No, ¡Soy Bryce Lawrence! ¡Estoy vivo!

—¿Quién eres? —preguntó Nico.

El siguiente sonido que emitió la boca de Bryce fue un susurro de parloteo. Su rostro se volvió indistinto. Podría haber sido cualquiera; solo otro espíritu sin nombre, entre millones.

—Vete —dijo Nico.

El espíritu se disipó. La tierra se cerró.

Nico se volteó a mirar y vio que sus amigos estaban a salvo. Reyna y el entrenador lo miraban con horror. El rostro de Reyna sangraba. Aurum y Argentum daban vueltas en círculos, como si sus cerebros mecánicos hubieran hecho cortocircuito.

Nico colapsó.

Sus sueños no tenían sentido, lo cual era casi un alivio.

Una bandada de cuervos formaba un círculo en el oscuro cielo.

Luego los cuervos se convirtieron en caballos galopando a través de las olas.

Vio a su hermana Bianca sentada en el pabellón del comedor en el Campamento Mestizo con las Cazadoras de Artemisa. Ella sonrió y rió con su nuevo grupo de amigas. Luego Bianca se volvió Hazel, quien besó a Nico en la mejilla y dijo:

—Quiero que seas una excepción.

Vio a la arpía Ella con su desgreñado cabello rojo y sus plumas rojas, sus ojos como café oscuro. Estaba posada en el sillón de la sala de la Casa Grande. Apoyado cerca de ella, estaba la cabeza de Seymour, el leopardo mágico embalsamado. Ella se sacudió de atrás hacia delante, alimentando al leopardo con Cheetos.

—El queso no es bueno para las arpías —murmuró. Luego estrujó su rostro y recitó una de sus líneas memorizadas de la profecía: —La caída del sol, el verso final —Alimentó a Seymour con más Cheetos—. El queso es bueno para las cabezas de leopardo.

Seymour rugió en acuerdo.

Ella se convirtió en una ninfa de las nubes de cabello oscuro, extremadamente embarazada, retorciéndose de dolor en una litera de campamento. Clarisse La Rue estaba sentada junto a ella, limpiando la cabeza de la ninfa con un paño húmedo.

—Mellie, vas a estar bien —dijo Clarisse, aunque sonaba preocupada. —No, nada está bien —gimió Mellie—. ¡Gea está despertando!

La escena cambió. Nico estaba parado junto a Hades en la Colina Berkeley el día en que Hades lo llevó por primera vez al Campamento Júpiter.

—Id con ellos —dijo el dios—. Decid que sois hijo de Plutón. Es importante que hagais esta conexión. —¿Por qué? —preguntó Nico.

Hades se disolvió. Nico se encontró de vuelta en el Tártaro, parado ante Oizis, la diosa de la miseria. La sangre manchaba sus mejillas. Las lágrimas se derramaban de sus ojos, y goteaban en el escudo de Hércules en su regazo.

—Hijo de Hades, ¿qué más podría haceros? ¡Sois perfecto! ¡Tanta tristeza y dolor! — Nico jadeó.

Sus ojos se abrieron.

Estaba acostado de espaldas, mirando la luz del sol en las ramas de los árboles.

—Gracias a los dioses. —Reyna se inclinó sobre él, su mano fresca en su frente. El corte sangrante de su rostro había desaparecido completamente.

Junto a ella, el entrenador Hedge frunció el ceño. Desafortunadamente, Nico tenía una gran vista de las fosas nasales del entrenador.

—Bien —dijo el entrenador—. Solo unas pocas aplicaciones más.

Sostuvo un largo vendaje cuadrado cubierto con una pegajosa sustancia marrón y lo ubicó sobre la nariz de Nico.

—¿Qué es?... Ugh.

La sustancia olía como tierra de sembrar, astillas de cedro, jugo de uvas y una pizca de fertilizante. Nico no tenía la fuerza para removerlo.

Sus sentidos comenzaron a funcionar de nuevo. Se dio cuenta de que yacía en una bolsa de dormir afuera de la tienda. No tenía puesto nada más que sus boxers y miles de asquerosos vendajes marrones sobre todo su cuerpo. Sus brazos, piernas y pecho picaban por el lodo seco.

—Estás... ¿Estás intentando plantarme? —murmuró.

—Es medicina deportiva con algo de magia natural —dijo el entrenador—. Algo así como un hobby mío. Nico intentó enfocarse en el rostro de Reyna.

—¿Aprobaste esto?

Ella lucía como si estuviera a punto de desmayarse de cansancio, pero consiguió sonreír.

—El Entrenador Hedge te trajo de vuelta. Medicina de unicornio, ambrosía, néctar... no podíamos usar nada de eso. Te estabas desvaneciendo tanto.

—¿Desvaneciendo...?

—No te preocupes por eso ahora, chico —Hedge acercó una pajita de beber a la boca de Nico—. Bebe un poco de Gatorade.

—Yo... No quiero.

—Beberás un poco de Gatorade —insistió el entrenador. Nico bebió un poco. Le sorprendió lo sediento que estaba.

—¿Qué me sucedió? —preguntó— ¿Y a Bryce...? ¿Y a esos esqueletos...? Reyna y el entrenador intercambiaron una mirada incómoda.

—Hay noticias buenas y malas —dijo Reyna—. Pero primero come algo. Necesitarás tener tu fuerza de vuelta antes de oír las malas noticias.

La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora