LV: Nico

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ESA NOCHE, NICO DURMIÓ EN LA CABAÑA DE HADES

Nunca había tenido ningún deseo de utilizar el lugar antes, pero ahora que lo compartía con Hazel, era muy diferente.

Lo hacía feliz vivir con una hermana de nuevo, incluso si fuese por sólo unos días, e incluso si Hazel insistía en dividir su lado de la habitación con sábanas para tener privacidad, así que parecía una zona de cuarentena.

Justo antes del toque de queda, Frank vino a visitarla y pasó unos minutos hablando con Hazel en voz baja.

Nico trató de ignorarlos. Estaba tendido en su cama, que se asemejaba a un ataúd, una estructura de caoba pulida, pasamanos de latón, almohadas y mantas de terciopelo rojo sangre. Nico no había estado presente cuando construyeron esta cabaña. Definitivamente no sugirió estas literas. Al parecer alguien pensó que los hijos de Hades eran vampiros, no semidioses.

Por fin Frank golpeó la pared al lado de la cama de Nico. Nico echó un vistazo. Zang ahora era muy alto.

Lucía tan... Romano.

—Hola —dijo Frank—. Nos iremos por la mañana. Sólo quería darte las gracias. Nico se sentó en su litera.

—Lo has hecho bien, Frank. Ha sido un honor.

Frank sonrió. —Francamente, estoy un poco sorprendido de haber sobrevivido. Toda la cosa de la magia de la leña...

Nico asintió. Hazel le había contado todo sobre el trozo de leña que controla la vida de Frank. Nico se tomó como una buena señal de que Frank ahora pudiera hablar de ello abiertamente.

—No puedo ver el futuro —le dijo Nico—, pero a menudo puedo decir cuando las personas están cerca de la muerte. Tú no lo estas. No sé si ese pedazo de leña se quemará. Eventualmente, todos moriremos. Pero no será pronto, Pretor Zhang. Tú y Hazel... tienen muchas más aventuras por delante. Acabas de comenzar. Cuida de mi hermana, ¿vale?

Hazel caminó hasta situarse al lado de Frank y entrelazar la mano con la suya. —Nico, no estás amenazando a mi novio, ¿verdad?

Los dos se veían tan cómodos juntos que alegró a Nico. Pero también le causó un dolor en el corazón; un

dolor fantasmal, como una vieja herida de guerra palpitando durante el mal clima.

—No hay necesidad de amenazas —dijo Nico—. Frank es un buen chico. U oso. O bulldog. O... —Oh, basta. —Hazel se rió. Luego besó a Frank—. Te veo mañana.

—Sí —dijo Frank—. ¿Nico... estás seguro que no vendrás con nosotros? Siempre tendrás un lugar en Nue-va Roma.

—Gracias, Pretor. Reyna dijo lo mismo. Pero... no.

—¿Tengo la esperanza de volverte a ver?

—Oh, lo harás —prometió Nico—. Voy a ser el chico de las flores en tu boda, ¿no?

—Em... —Frank se sonrojó, se aclaró su garganta y se marchó arrastrando los pies, tropezando con la jamba de la puerta en su salida.

Hazel se cruzó de brazos.

—Justo tuviste molestarlo con eso.

Ella se sentó en la litera de Nico. Por un rato sólo permanecieron allí en un silencio cómodo... hermanos, hijos del pasado, los niños del Inframundo.

—Te voy a echar de menos —dijo Nico.

Hazel se inclinó y reclinó la cabeza sobre su hombro.

—Yo también, hermano mayor. Espero que me visites.

Golpeó con el dedo la nueva insignia de oficial en su camiseta.

—Ahora eres Centurión de la Quinta Cohorte. Felicidades. ¿Existen reglas en contra de citas entre centu-riones y pretores?

—Shhh —dijo Hazel—. Va a tomar un montón de trabajo el volver a poner en forma a la Legión, reparar el daño que hizo Octavian. El reglamento sobre citas será la menor de mis preocupaciones.

—Has llegado tan lejos. No eres la misma chica que traje al Campamento Júpiter. Tu poder con la niebla, tu confianza...

—Es gracias a ti.

—No —dijo Nico—. Una cosa es tener una segunda vida. El truco es mejorarla.

Tan pronto como lo dijo, Nico se dio cuenta de que podría haber estado hablando de sí mismo. Decidió no

mencionarlo. Hazel suspiró.

—Una segunda vida. Solo deseo...

No necesitaba acabar el pensamiento. En los últimos dos días, la desaparición de Leo había sobrevolado como una nube sobre todo el campamento. Hazel y Nico habían sido reacios a unirse a las especulaciones sobre lo que había ocurrido con él.

—Sentiste su muerte, ¿no? —Los ojos de Hazel estaban llorosos. Su voz era pequeña. —Sí —admitió Nico—. Pero no sé, Hazel. Algo sobre eso es... diferente.

—Él no pudo haber tomado la cura. Nada pudo haber sobrevivido a la explosión. Creí... Creí que le estaba ayudando a Leo. Metí la pata.

—No. No es tu culpa. —Pero Nico no estaba listo para perdonarse a sí mismo. Había pasado las últimas cuarenta y ocho horas reproduciendo la escena con Octavian en la catapulta, preguntándose si había hecho algo mal. Quizás el poder explosivo de ese proyectil había ayudado a destruir a Gea. O tal vez el costo de la vida de Leo Valdez habías sido innecesario.

—Solo deseo que no hubiera muerto solo —murmuró Hazel—. No había nadie con él, no hay nadie que le diera esa cura. No había ni siquiera un cuerpo que enterrar...

Su voz se rompió. Nico puso su brazo alrededor de ella.

La sostuvo mientras ella lloraba. Finalmente se quedó dormida del agotamiento. Nico la metió en su propia cama y le besó la frente. Luego se fue al santuario de Hades en la esquina, una mesa decorada con huesos y joyas.

—Supongo —dijo— que hay una primera vez para todo. 

Se arrodilló y oró en silencio por el consejo de su padre.


La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora