XLIV: Piper

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Durante los siguientes tres minutos, la vida fue genial.

Demasiadas cosas sucedieron a la vez que sólo un semidiós con TDAH podría haberle seguido la pista.

Jason atacó al rey Porfirión con tal fuerza que el gigante se derrumbó sobre sus rodillas, disparándole rayos y puñaleándolo en el cuello con una gladius de oro.

Frank desató una lluvia de flechas que hizo retroceder a los gigantes más cercanos a Percy.

El Argo II se elevó por encima de las ruinas y todas las balistas y catapultas abrieron fuego a la vez. Leo debió de haber programado las armas con precisión quirúrgica. Un muro de fuego griego se elevó con un rugi-do alrededor del Partenón. No tocó el interior, pero en un instante la mayoría de los monstruos más pequeños a su alrededor fueron incinerados.

La voz de Leo resonó por los altavoces:

—¡RÍNDANSE! ¡ESTÁN RODEADOS POR UNA MÁQUINA DE GUERRA QUE DISPARA FUEGO!

El gigante Encélado aulló de indignación:

—¡Valdez!

—¿QUE PASA, ENCHILADAS108? —rugió de nuevo la voz de Leo—. ¡LINDA DAGA EN TU FRENTE! —¡AH! —El gigante se sacó de un tirón a Katoptris de su cabeza—. ¡Monstruos: destruid esa nave!

Las fuerzas restantes hicieron su mejor esfuerzo. Una bandada de grifos se levantó para atacar. Festus, el mascarón de proa, sopló las llamas y las cocinó a la parrilla en el cielo. Algunos nacidos de la tierra lanzaron una lluvia de piedras, pero desde los lados del casco una docena de esferas de Arquímedes las pulverizaban, interceptando las rocas y bombardeándolas hasta hacer polvo.

—¡PÓNGANSE ALGO DE ROPA! —ordenó Buford.

Hazel espoleó Arión fuera de la columnata y saltó a la batalla. La caída de doce metros habría roto las piernas de cualquier otro caballo, pero Arión golpeó la tierra y continuó corriendo. Hazel pasó como un rayo de gigante en gigante, punzando con la hoja de su spatha.

Con una pésima sincronización, Kekrops y su gente serpiente eligieron ese momento para unirse a la lucha.

En cuatro o cinco lugares alrededor de las ruinas, la tierra se puso de un verde viscoso y géminis armados salieron disparados, Kekrops estaba en la delantera.

—¡Matad a los semidioses! —dijo entre dientes—. ¡Matad a los embaucadores!

Antes de que muchos de sus guerreros pudieran seguirlo, Hazel señaló su espada al túnel más cercano. El suelo retumbó. Todas las membranas pegajosas estallaron y los túneles colapsaron, ondeando en columnas de polvo. Kekrops miró a su ejército, ahora reducido a seis chicos.

—¡ALÉJENSE REPTANDO! —ordenó.

Las flechas de Frank los atravesaron cuando trataban de retirarse.

La giganta Periboia se había descongelado a una velocidad alarmante. Trató de agarrar Annabeth, pero, a pesar de su pierna mala, Annabeth se las estaba arreglando por cuenta propia. Ella apuñaló a la giganta con su propio cuchillo de caza y se la condujo a un juego mortal de "corre que te atrapo" alrededor del trono.

Percy estaba de vuelta sobre sus pies y Contracorriente una vez más en sus manos. Todavía parecía aturdi-do. Su nariz estaba sangrando. Pero parecía estar manteniendo su posición contra el viejo gigante Thoon, que de alguna manera se había vuelto a unir su mano y encontró su cuchillo de carnicero.

Piper se puso de pie espalda con espalda con Jason, luchando con cada gigante que se atrevió a acercárse-les. Por un momento se sintió eufórica. ¡En realidad estaban ganando!

Pero muy pronto su elemento sorpresa se desvaneció​. Los gigantes superaron su confusión.

Frank se quedó sin flechas. Se transformó en un rinoceronte y saltó a la batalla, pero a medida que derrib-aba a los gigantes estos se levantaban de nuevo. Sus heridas parecían estar sanando más rápido.

Annabeth perdió terreno frente a Periboia. Hazel fue derribada de su montura a cien kilómetros por hora.

Jason convocó otro golpe de relámpago, pero esta vez Porfirión simplemente lo desvió la punta de su lanza.

Los gigantes eran más grandes, más fuertes y más numerosos. No podían ser asesinados sin la ayuda de los dioses. Y no parecían estar agotados.

Los seis semidioses se vieron obligados a un anillo defensivo.

Otra lluvia de rocas de nacidos en la tierra golpeó el Argo II. Esta vez Leo no pudo devolver el fuego lo suficientemente rápido. Filas de remos fueron desprendidas. La nave se estremeció y se inclinó en el cielo.

Entonces Encelado arrojó su lanza ardiente. Esta perforó el casco del buque y explotó en el interior, enviando chorros de fuego a través de las aberturas de remo. Una ominosa nube negra se elevó desde la cubierta. El Argo II comenzó a hundirse.

—¡Leo! —gritó Jason.

Porfirión rió.

—Vosotros semidioses no habéis aprendido nada. No hay dioses para ayudaros. Necesitamos sólo una cosa más de vosotros para completar nuestra victoria.

El rey gigante sonrió expectante. Parecía estar mirando a Percy Jackson.

Piper miró hacia atrás. La nariz de Percy seguía sangrando. No parecía darse cuenta de que un hilo de sangre había hecho su camino por la cara hasta el final de la barbilla.

—Percy, ten cuidado... —trato de decir Piper, pero por primera vez su voz le falló.

Una sola gota de sangre cayó de su barbilla. Cayó al suelo entre sus pies y crepitó como el agua en una sartén.

La sangre de Olimpo regó las piedras antiguas.

La acrópolis crujió y se movió mientras la Madre Tierra despertaba.

La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora