XIII Nico

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Lo último que Nico escuchó fue al Entrenador Hedge quejándose.

—Vaya, esto no es bueno.

Se preguntó que hizo mal esta vez. Tal vez los teletransportó a una guarida de cíclopes, o tal vez estaban a tres mil metros sobre otro volcán. No había nada que pudiese hacer. Su visión se esfumó. Sus otros sentidos se apagaron. Sus rodillas se doblaron y se desmayó.

Trató de sacar provecho de su inconsciencia

Los sueños y la muerte eran sus viejos amigos. Sabía cómo navegar en sus límites. Envió sus pensamientos, en busca de Thalia Grace.

Trató de pasar rápidamente los típicos fragmentos de dolorosos recuerdos: su madre sonriéndole, su cara iluminada por rayos de sol cayendo sobre el Gran Canal de Venecia; su hermana Bianca riendo mientras tiraba de el por el Centro Comercial, en Washington, su gorra verde protegiéndole los ojos y los salpicones de pecas en su nariz. Vio a Percy Jackson en un acantilado cubierto de nieve, protegiendo a Nico y Bianca de la mantícora, mientras Nico sostenía una figurilla de Mitomagia y murmuraba, tengo miedo. Vio a Minos, su viejo mentor fantasmagórico, mientras lo conducía a través del laberinto. La sonrisa de Minos era fría y cruel. "No os preocupéis, hijo de Hades. Tendréis vuestra venganza".

Nico no podía detener los recuerdos. Se amontonaban como fantasmas en los Campos Asfódelos, una multitud triste, sin rumbo, rogando atención. Sálvame parecían susurrar. Recuérdame. Ayúdame. Consuélame.

Él no les prestaba atención. Lo único que hacían era llenarlo con deseos y arrepentimiento. Lo mejor que podía hacer era estar concentrado y seguir adelante.

Soy un hijo de Hades, pensó, voy donde quiero. La oscuridad es mi derecho natural.

Siguió adelante, a través de un espacio gris y negro, buscando los sueños de Thalia Grace, hija de Zeus.

En vez de eso, el piso se disolvió a sus pies y cayó en un lugar bastante familiar, la cabaña de Hipnos en el Campamento Mestizo.

Enterrados debajo de pilas y pilas de edredones de plumas, semidioses roncaban y descansaban en sus literas.

Sobre una repisa, una oscura rama de árbol goteaba agua blancuzca del río Lete sobre un tazón. Un alegre fuego crepitaba en la chimenea. Frente a ella, en un sillón de cuero, dormitaba el jefe de la Cabaña Quince, un chico barrigón con pelo rubio despeinado y un rostro bovino.

—Clovis —gruñó Nico—. Por los dioses, ¡deja de soñar tan poderosamente!

Los ojos de Clovis se abrieron. Se volvió y miró a Nico, aunque Nico sabía que esto era sólo una representación del sueño de Clovis. El Clovis real debía estar roncando en su sillón, en el campamento.

—Oh, hola... —Clovis bostezó tan profundamente como para tragarse a un dios menor—. Lo lamento. ¿Te desvié de tu curso de nuevo?

Nico apretó los dientes. No tenía sentido enojarse. La cabaña de Hipnos era como la estación Gran Central para los sueños. No podías viajar a ningún lado sin pasar por allí aunque fuera una vez.

—Aprovecharé que estoy aquí —dijo Nico—. Dale un mensaje a Quirón. Dile que estoy en camino con un par de amigos. Estamos trayendo la Atenea Partenos.

Clovis se frotó los ojos. — ¿Entonces es cierto? ¿Cómo la están trayendo? ¿Rentaron una furgoneta o algo así?

Nico trató de explicarlo de la forma más concisa posible. Los mensajes enviados a través de los sueños tendían a ponerse algo borrosos, especialmente cuando estás tratando con Clovis. Mientras más simple, mejor.

La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora