LVI: Nico

426 21 5
                                    

AL AMANECER, ÉL SEGUÍA DESPIERTO cuando alguien golpeó la puerta.

Se dio vuelta, observando una cara con el pelo rubio, y por un breve instante pensó que era Will Solace. Cuando Nico se dio cuenta que era Jason, estuvo decepcionado. Entonces se sintió enojado consigo mismo por sentirse de aquella manera.

No había hablado con Will desde la batalla. Los hijos de Apolo habían estado demasiado ocupados con los heridos. Además, Will probablemente culpaba a Nico por lo que le sucedió a Octavian. ¿Por qué no lo haría? Nico había permitido básicamente... lo que sea que fue. Asesinato por consenso. Un suicidio horripilante. Para entonces, Will Solace se dio cuenta que tan espeluznante y repugnante era Nico di Angelo. Por supuesto, a Nico no le importó lo que él pensara. Pero aún así.

—¿Estás bien? —Jason preguntó—. Te ves...

—Bien —Espetó Nico. Luego ablandó su tono—. Si estas buscando a Hazel, ella todavía está dormida. Jason articuló, Oh, y señaló para que Nico saliera.

Nico caminó hacia la luz del sol, parpadeando y desorientado. Ugh... quizás los diseñadores de la cabina habían estado en lo correcto sobre los hijos de Hades siendo como vampiros. Él no era una persona amante del día.

Jason no lucía como si hubiese dormido mejor. Su pelo tenía un mechón en un lado y sus lentes nuevos se posaban torcidos sobre su nariz. Nico resistió el impulso de alcanzarlos y enderezarlos.

Jason señaló a los campos de la fresa, donde los Romanos las recogían —Era extraño verlos aquí. Ahora será extraño no verlos.

—¿Lamentas no ir con ellos? —Nico preguntó.

La sonrisa de Jason era ladeada. —Un poco. Pero estaré yendo ida y vuelta entre los campamentos. Tengo algunas capillas que construir.

—Lo escuché. El Senado planea elegirle Pontífice Máximo.

Jason se encogió de hombros. —No me preocupa tanto ese título. Me importa asegurarme de que los dioses sean recordados. No deseo que luchen por celos nunca más, o saquen fuera sus frustraciones sobre semidioses.

—Son dioses —dijo Nico—. Es su naturaleza.

—Quizá, pero yo puedo intentar hacerlo mejor. Creo que Leo diría que estoy actuando como un mecánico, haciendo mantenimiento preventivo.

Nico detectó el dolor de Jason como una tormenta próxima. —Sabes, no habrías podido detener a Leo. No hay nada que hayas podido hacer para que fuera diferente. Él sabía qué tenía que suceder.

—Eso... eso creo. No supongo que puedas decir si él todavía está.

—Se ha ido —dijo Nico—. Lo siento. Desearía poder decirte lo contrario, pero sentí su muerte.

Jason miró fijamente en la distancia.

Nico se sintió culpable por aplastar sus esperanzas. Estuvo casi tentado a mencionar sus propias dudas... que sensación tan diferente le había dado la muerte de Leo, como si su alma, hubiera inventado su propia ruta al Inframundo, algo que implicaba engranajes, palancas y pistones accionados por vapor.

Sin embargo, Nico estaba seguro de que Leo Valdez había muerto. Y la muerte era la muerte. No sería justo dar a Jason esperanzas falsas.

En la distancia, los Romanos recogían su equipo y lo cargaban a través de la colina. En el otro lado, Nico había oído, una flota de vehículos todoterreno negros esperaban para transportar a la legión a través del país de regreso a California. Supuso que sería un viaje interesante. Él imaginaba a la Duodécima Legión entera en el carril de auto servicio de Burger King. Imaginó a algún monstruo desgraciado aterrorizando a algún semidios al azar en Kansas, sólo para encontrarse rodeado por varias docenas de furgones de Romanos pesadamente armados.

La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora