XXXIX: Reyna

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—¡YO NO ME MOVERÍA, PRETOR!

Orión estaba parado en la superficie del agua, cincuenta pies a estribor, con una flecha lista para ser lanzada en su arco.

A través de la neblina de rabia y dolor de Reyna, ella notó nuevas cicatrices en el gigante. Su lucha con las Cazadoras le había dejado con una cicatriz moteada de gris y rosa en sus brazos y cara, así que se veía como un melocotón magullado en el proceso de descomposición. El ojo mecánico en su lado izquierdo estaba oscuro. Su cabello se había quemado, dejando sólo unos parches irregulares. Su nariz estaba hinchada y roja por el golpe que Nico le había dado en la cara con la cuerda de su arco. Todo esto le dio a Reyna una punzada de satisfacción oscura.

Lamentablemente, el gigante aún tenía su sonrisa engreída.

A los pies de Reyna, el temporizador de la flecha leía: 4:42.

—Las flechas explosivas son muy susceptibles —dijo Orión—. Una vez que están incrustadas, incluso el más leve movimiento puede hacerlas explotar. No quiero que te pierdas los últimos cuatro minutos de tu vida.

Reyna agudizó sus sentidos. Los pegasos cabalgaban nerviosamente alrededor de la Atenea Partenos. Comenzaba a amanecer. El viento desde la orilla traía un débil olor a fresas. Acostado junto a ella en la cubierta, estaba Blackjack, quien respiraba con dificultad y se estremeció... todavía vivo, pero gravemente herido.

Su corazón golpeaba tan duro, que ella pensó que podrían estallar sus tímpanos. Le extendió su fuerza a Blackjack, tratando de mantenerlo vivo. No lo vería morir.

Ella quería gritarle insultos al gigante, pero sus primeras palabras fueron sorprendentemente tranquilas. —¿Qué hay de mi hermana?

Los dientes blancos de Orión brillaron en su arruinada cara. —Me encantaría decir que está muerta. Me encantaría ver el dolor en tu cara. Por desgracia, en cuanto sé, tu hermana aún vive. Igual que Thalia Grace y sus molestas Cazadoras. Me sorprendieron, admito. Me obligaron a escapar hacia el mar. Estos últimos días he sido herido con dolor, sanando lentamente, construyendo un nuevo arco. Pero no te preocupes, Pretor. Vas a morir primero. Tu preciosa estatua será quemada en una gran conflagración. Después de que Gea se haya levantado, cuando se acabe el mundo mortal, voy a encontrar a tu hermana. Le diré que moriste dolorosamente. Luego la voy a matar —sonrió—. Así que todo está bien.

4:04.

Hylla estaba viva. Thalia y las Cazadoras estaban por ahí en algún lugar. Pero nada de eso importaría si la misión de Reyna fracasaba. El sol se elevaba en el último día del mundo...

La respiración de Blackjack se volvió más fatigosa.

Reyna reunió su coraje. Necesitaba al caballo alado. El Señor Pegaso la había nombrado Amiga de los Caballos y no lo decepcionaría. Ella no podía pensar en todo el mundo ahora mismo. Tuvo que concentrarse en lo que estaba a su lado.

3:54.

—Entonces —ella miró Orión—. Estas herido y feo, pero no mueres. Supongo que eso significa necesitaré la ayuda de un dios a matarte.

Orión se rio entre dientes. —Tristemente, ustedes los romanos nunca han sido muy buenos convocando a los dioses en su ayuda. Supongo que no piensan mucho en ustedes, ¿verdad?

Reyna estaba tentada a estar de acuerdo. Le había rogado a su madre... y había sido bendecida con la llegada de un gigante homicida. No es exactamente una aprobación resonante.

Y sin embargo...

Reyna se rio. —Ah, Orión.

La sonrisa del gigante vaciló. —Tienes un extraño sentido del humor ¿De qué te ríes?

La Sangre del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora