Capítulo 1

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Las Vegas, Estados Unidos.

Bella

El aroma ligero y dulce de las flores me hizo suspirar con satisfacción. Amaba mi trabajo. No ganaba una fortuna, pero me ayudaba con lo necesario y era mi medio de escape. La excusa perfecta para no permanecer mucho tiempo en un hogar que odiaba. Me estremecí al pensar que debía regresar en las próximas horas. Si tenía suerte quizás la vida se apiadaría de mí y esa noche no pelearía con él.

Ojalá pudiera encontrar el valor de recoger mis cosas e irme lejos de todo aquello que mi padre representaba. Era demasiado cobarde para dar el primer paso porque me aterraba la idea de ser un fracaso. Además, no contaba con el dinero suficiente que me ayudara a cumplir mis objetivos. Solo era una chica tonta con sueños estúpidos. Eso fue lo que me dijo él cuando un día decidí abrirle mi corazón.

"¿Sabes cómo terminó tu madre, Bella? En un cabaret como una puta barata pidiendo limosnas. Salió adelante porque yo la salvé"

Él me repetía la misma oración una y otra vez, destruyendo mis pocas ilusiones. Más de una vez quise resignarme y aceptar la vida que me tocó, pero mis esperanzas se negaban a rendirse. No moriría en esta ciudad. Yo sería una estrella.

—Cariño, ten cuidado con las espinas—La señora Josephine me regresó a la realidad y miré la gota de sangre en mi dedo.

—Lo siento —Me disculpé.

No me importaba las heridas. Si podía tolerar la flor también lo haría con sus espinas. Había conocido a la señora Josephine hacía un año. Ella sabía que vivir con mi padre era un infierno así que quiso darme un nuevo propósito. Cada vez que me derrumbaba estaba ahí prometiéndome que llegarán días mejores. Era una buena amiga.

—¿Ya desayunaste? —preguntó mientras acomodaba algunos jarrones de cristal en los estantes.

Forcé una sonrisa y asentí.

—Los huevos revueltos estaban deliciosos.

Me miró con una especie de pena que me hizo sentir mal.

—¿Cuántas veces a la semana comiste lo mismo?

Me encogí de hombros.

—No puedo quejarme. Tengo el estómago lleno.

Leí el siguiente pedido y me puse a trabajar en el arreglo floral sin darle chance de seguir la conversación. Si la escuchaba otro segundo, Josephine pediría más explicaciones y realmente no quería perder el tiempo. Nadie podía ayudarme excepto yo misma. Hacía un año había cumplido la mayoría de edad y sabía que el dinero era la única solución a mis problemas.

Necesitaba miles de dólares para huir de esta ciudad condenada y dejar atrás a mi padre abusivo. Antes sentía lástima por él, pero últimamente apagué cualquier sentimiento de culpa. Isaiah no merecía mi empatía. No después de todo el daño que me había causado. A veces justificaba sus acciones y su falta de humanidad. Me recordaba que él seguía de luto y que perder a mamá lo había destrozado. Pero entonces pensé en la pequeña Bella que fue atormentada desde que ella se fue. Dieciocho años de golpes, menosprecios, ataques verbales y odio. Ya era suficiente y me negaba a soportar otro mes. Mil dólares era mi escape.

Trabajé vendiendo palomitas en cines, sosteniendo carteles de publicidad en casinos y finalmente conocí a Josephine. La dueña de una florería y el invernadero más hermoso que había visto. Ella se encargaba de cultivar sus propias flores y me había enseñado que la jardinería era un arte fascinante. Me dolía tener que dejarla pronto.

Sacudiendo la cabeza, entré al invernadero a preparar unos de los pedidos especiales. Eran flores importadas. Josephine las había comprado exclusivamente de Inglaterra. Me quedaba sin aliento cada vez que las miraba. Rosas Julieta. Pétalos pálidos y un exquisito aroma que podría compararse con una nueva droga. Olía tan bien. Me pregunté quién sería la próxima afortunada que recibiría esa maravilla y si algún día alguien tendría el mismo gesto romántico conmigo.

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