Bella
Envolví los brazos alrededor de mis piernas mientras me acurrucaba en la bañera. Las imágenes del sótano cubierta de ratas me llenaron de pavor. Quería ser fuerte y valiente, pero estaba agotada mentalmente. Aleksi logró acabar con mi pequeña rebelión antes de que empezara. ¿Valía la pena seguir luchando? Él era dueño de la ciudad y todos le temían. Nadie se arriesgaría a ayudarme. Ni siquiera la justicia que tenía comprada.
"No quieres despertar al monstruo dentro de mí"
No, no quería. Me golpeó sin remordimientos y me encerró por horas en ese horrible lugar. Si fallaba en el siguiente intento terminaría muerta y mi cadáver en un basurero. Justo como él me había advertido desde el principio. No era un hombre que hacía amenazas vacías. Lo suyo era una promesa. Me adaptaría a sus reglas y aprendería a jugar. Las lágrimas no solucionarían mis problemas. Ya lo había entendido de la peor manera.
—No más—susurré.
Contuve la respiración y me hundí profundamente en la bañera. Él me quería así: derrotada, acabada, sumisa y complaciente. Mi mejor arma de supervivencia era darle lo que esperaba de mí y le cumpliría todos sus caprichos. Al menos hasta que tuviera el poder suficiente para hacerle pagar el dolor que me había causado.
Un día, Aleksi Kozlov, lamentaría haberme robado cada lágrima.
Encontré a Dorothea en mi habitación. Sostenía una bandeja con plato de comida, zumo de naranja y un frasco de pastillas. Examinó mi rostro con una mezcla de empatía y lástima. Mi cuerpo tiritó mientras me aferraba a la toalla y caminé hasta el armario con el cabello húmedo. Quería dormir durante horas y olvidarme de los últimos acontecimientos. Ya no quería pensar. Ya no quería llorar. Solo quería un descanso.
—Te dije que no era buena idea luchar—susurró—. Siento que te haya enviado a ese lugar.
Mi labio inferior tembló.
—Ya no importa. Podría morir en este lugar y a nadie le importaría.
—Oh, Bella...
—Déjame sola, Dorothea—presioné mi frente contra el armario y apreté los ojos, dejando que las lágrimas cayeran por mis mejillas—. Necesito estar sola, por favor.
—De acuerdo, querida—La escuché moverse y de reojo vi cómo colocó la bandeja en la mesita de luz—. Te traje algunas pastillas para que puedas dormir un par de horas. Lo necesitarás.
La puerta se cerró y me deslicé hasta caer al suelo. No creía posible vivir el infierno aquí mismo en la tierra, pero mientras las lágrimas se deslizaban por mis mejillas deseé tomar esas pastillas y no despertar nunca más.
La realidad seguía siendo cruel cuando abrí mis ojos esa mañana. Mi estómago protestó con hambre y mi garganta estaba tan seca que me costó tragar. El dolor de cabeza era latente y mis músculos se sentían rígidos. Era como tratar de moverse en medio de las olas furiosas de un océano. Me ahogaba y volvía a la superficie. Tan aturdida que no quería enfrentarme a nadie. Menos a él.
Aparté las sábanas de mi cuerpo y me fijé en la ventana semiabierta. El canto de un pajarillo en el marco me robó una sonrisa. La primera en mucho tiempo. Me levanté con cuidado de la cama para examinarlo más de cerca. Por la forma en que cantaba pensé que sería un periquito, pero era un precioso gorrión. Miró con cautela la habitación sin inmutarse por mi presencia. Extendí la mano, pero antes de que pudiera tocarlo se asustó y se alejó volando. Mi corazón se desplomó mientras agarraba la pluma marrón que dejó en su lugar.
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Cautivos
General FictionEsto no es un cuento de hadas. Es una pesadilla. Obra registrada. Prohibida su copia o adaptación. Código de Registro: 1709303636679