Bella
Cualquier pensamiento racional se esfumó cuando me detuve frente a su puerta. Me temblaban las manos y el corazón me latía con fuerza. Había explorado todos los rincones de la mansión, pero Aleksi jamás me permitió el acceso a un lugar tan privado. El propósito de esta invitación era obvio y estaba lista para ello. Le eché un breve vistazo a mi sencillo vestido rojo. Era de seda y me llegaba hasta los muslos. ¿Quería jugar? Bien. Era otro paso a su perdición. Cada vez que me besaba se condenaba a sí mismo y era muy satisfactorio. Consumir en exceso era nocivo y destructivo. Yo era lo más cercano a una adicción y él nunca se recuperaría.
Exhalé un suspiro tembloroso cuando la puerta se abrió. Aleksi estaba allí de pie sin camisa, descalzo y el cabello húmedo. Vestía un simple pantalón de chándal. Odiaba al bastardo, pero era débil ante un hombre atractivo. Su figura masculina era fuerte y elegante. Hombros anchos, esa dichosa V en su cintura y los abdominales firmemente marcados. La cicatriz se robaba mi atención como de costumbre.
La tensión se rompió cuando lanzó una orden en tono autoritario:
—Entra.
Me sentí perdida, como si hubiera entrado a la guarida del lobo. Aleksi cerró la puerta mientras me rodeaba con mis brazos y observaba insegura la habitación. Hacía mucho frío aquí. Las cortinas grises se agitaban con la brisa invernal y daban paso a un espacioso balcón. El dormitorio era gigantesco con un estilo muy apropiado para Aleksi Kozlov. La cama era más grande que cualquiera que hubiera visto. Su armazón era rectangular y metálico. El armario del mismo color ocupaba toda una pared. Sin televisión o algún cuadro familiar. Limpio y deprimente al mismo tiempo. Lo único cálido era la chimenea.
—¿Ya terminaste de saciar tu curiosidad? —preguntó y cerró las ventanas.
La habitación era tranquila y podía escuchar cada sonido, incluso de mis latidos frenéticos. Contemplé las sábanas negras de la cama. ¿Por qué tanta fascinación hacia ese color? No había vida aquí. Se sentó en el sofá con una mesita al lado y sirvió dos copas de vino. Sus ojos verdes se mantuvieron fijos en los míos. Esa mirada fría tenía la habilidad de terminar con cualquier día soleado y rodearla de oscuridad con su aura cruel.
—¿Quién puede vivir sin televisión? —cuestioné a cambio y tracé los bordes de la chimenea—. Oh. Probablemente un ermitaño como tú.
El sonido de su risa me hizo arquear una ceja. Mi día no había sido normal. Primero aceptó que armara el árbol y ahora me invitaba a su habitación. Su extraño comportamiento me desconcertaba porque no estaba acostumbrada a verlo así. Relajado y sin el ceño fruncido.
—No hay nada que me entretenga además de mis negocios—admitió y luego añadió—: Follarte y discutir contigo me hace sentir vivo.
Rodé los ojos.
—Tal vez porque estás aburrido del resto. Todos te besan el trasero y obedecen sin pensarlo dos veces—me senté a su lado—. Debe ser triste que nadie sea sincero contigo porque te temen.
Me entregó la copa de vino y acepté. Pensé que iríamos directamente a la acción. El hombre nunca mostró interés por mis pasatiempos o quién era en realidad. Solo le importaba mi cuerpo.
—Tú me temes, Bella.
—Es diferente —Lo miré a través de mis pestañas y crucé mis piernas. El vestido se levantó un poco dejando al descubierto una cantidad generosa de piel brillante. Aleksi se lamió los labios—. No te adulo como el resto. A veces me gusta restregarte tus verdades en la cara. ¿Otra persona sobreviviría si te gritan que eres un cretino?
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Cautivos
Художественная прозаEsto no es un cuento de hadas. Es una pesadilla. Obra registrada. Prohibida su copia o adaptación. Código de Registro: 1709303636679