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Poco a poco fui abriendo mis ojos mientras en mi nuca se instauraban dolorosos pinchazos. Me senté en la cómoda superficie, aún sin enfocar del todo bien mi visión, llevando mi mano a la parte trasera de mi cabeza y sobándola.

Cuando mi visión se aclaro pude ver que me encontraba en una habitación estándar, sin nada que delatase a su dueño, pero amplia y lujosa.

La cama tenía cielo* y cortinaje que caía suavemente por sus laterales, dificultándome la visión de alguna parte de la alcoba. Toqué la cama, disfrutando de la suavidad de las telas y la comodidad del colchón de plumón*.

En una esquina pude ver un bufete de fiadores* con sus correspondientes materiales de escritura: el tintero, la pluma y la salvadera*.

Supuse por todo aquello que el habitante de la casa debía de pertenecer a una clase social alta.

Por otra parte, y sin saber cómo, debí de haber podido librarme de caer en las garras de esos  immortui. Si no hubiese sido así no solo no me hubiesen dejado descansar en aquella ostentosa y cara habitación, si no que seguramente estaría muerta o con algún miembro de menos.

Pensé que tendría que deberle una a algún ricachón noble. Maldición, lo detestaría.

Pese a que trabajaba en cierta medida para el clero, grupo privilegiado, solo había entrado allí de forma que el matar immortui y ganar sumas considerables de dinero fuese compatible. Mi familia siempre había sido humilde y las clases altas no nos causaban mucha simpatía.

Me levanté de la cama, más tranquila ya, y me llevé dos dedos al aún persistente dolor en mi nuca, enredándome en el proceso con mi descuidado y maltratado cabello. Al quitarlos vi sangre en mi mano.

Dios, en aquella ocasión cuánto daba por estar en esos espantosos cuartos de señorita, con su tocador y espejo donde mirarse.

Me acerqué al bufete de fiadores y, cogiendo la tinta e introduciéndola en el tintero, le dejé una nota de agradecimiento a cualquiera que fuese mi salvador. No quería quedarme más tiempo allí y tener que dar explicaciones no deseadas.

Abrí la contraventana y me asomé a esta. No estaba en ningún burgo como en un principio pensé debido al dinero invertido en la casa, todo lo contrario. Ante mí se extendía una fila de árboles infinita, frondosa e intimidante, pareciendo estar allí más bien como un perro guardián estaría para vigilar a las ovejas. Ante este encontronazo entré la salvaje naturaleza y el ser humano me sentí custodiada y vigilada. Yo le eché una mirada y el bosque me la devolvió, retándome a entrar en él.
Qué pena que no supiese que a mí aun no había nada que me llegase a asustar.

Sin pensarlo más y viendo cómo la puerta daba intenciones de abrirse, me lancé dos plantas hacia el suelo, cayendo limpiamente y rodando por la mullida hierva verde.

Tras hacer esto sentí una maldición a mis espaldas y dirigí mi vista hacia la ventana en la que había estado asomada hacía unos momentos, encontrándome con un apuesto chico de no mucho más que mi edad. Él se encontraba frenético, mirando desesperadamente en todas las direcciones posibles.

Sus ojos azules me produjeron una extraña sensación de familiaridad, de haberlos visto ya, aunque de ser así los hubiese recordado. Si observabas detenidamente podías encontrar rastros de cólera pero tras posar su mirada en mí sus rasgos se suavizaron y pasaron a llenarse de una increíble sensación de amor.

Su cara era dulce pero con una forma más cuadrada que redonda cosa que, más que quitarle, le añadía considerablemente atractivo. Su pelo era corto y negro como la noche misma, como las entrañas de un animal feroz. Estaba desordenado y, contra todo lo que se podría esperar, parecía suave e incitaba a tocarlo.

Catulus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora