→ςคקítยl๏ tгєเภtค ץ ภยєשє←

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Tantos recuerdos asomaban por mi mente al ver aquel modesto campamento...

A juzgar por la posición actual del sol llevaría observándoles ya una hora o dos. Les encontraba fascinantes, pero ya no en el mismo sentido que la primera vez.

Ahora veía clara falsedad y engaño. Un espejismo del demonio y un burdo intento de crear empatía en el que no caería dos veces.

No volvería a caer en su juego.

Casi como si fuera un calco de los primeros capítulos de mi historia junto a Durán una de las tiendas sobresalía de las otras debido a su tamaño. Clavé en esa mi vista y me dirigí hacia ella.

Llevaba un tiempo viendo como, casi a cuentagotas, iban entrando un lobo tras otro, siendo 7 en total ya. No creía que apareciesen muchos más, pues la tienda no era excesivamente amplia, así que ya hastiada de esperar decidí entrar en acción.

Salí de mi escondite y me dirigí a paso firme hacia la tienda. No había nadie entre las improvisadas calles de las tiendas, pero tampoco me hubiera importado de haber sido de otra manera. Nada más encontrarme frente a ella me paré unos segundos, intentando escuchar algo.

Casi una decena de voces fueron poco a poco emergiendo del interior de aquellas telas, siendo un amasijo de conversaciones y risas casi inentendibles. Lo que estaba claro era lo sumamente bien que aquellos lobos se lo estaban pasando, lo cual terminaría en unos segundos.

Entré cual huracán a la tienda, haciendo que todas las miradas se posaran en mí.

La estancia estaba ocupada casi en su totalidad por una gran mesa de madera la cual reunía en torno a ella a unos once lobos en sendas sillas. En el frente y presidiendo la mesa estaba el beta de su manada, quién me miraba con cierto divertimento en su mirada y curiosidad, espectante ante mis siguientes movimientos.

Llevé mi mano dentro de mi camisa y automáticamente todos desenvainaron sus armas, dirigiéndolas hacia mí.

Sonreí, como quien sabe que tiene la partida ganada, y saqué lentamente mi mano para que no se sintiesen atacados con el objeto que quería buscar, tirando el dedo del joven lobo que había matado hacía apenas unas horas.

Los lobos olisquearon el ambiente, oliendo el hedor a sangre de un compañero y empezaron a soltar algún que otro lloriqueo perruno de manera instintiva. Uno fue lo suficientemente osado y se acercó, girándolo a la vista de todos sus compañeros y dejando ver el tatuaje que confirmaba la tragedia; un joven integrante de su manada había sido asesinado.

Mientras la mayoría aún seguían en shock, Dante, que hasta ahora se había mantenido algo distante con una sonrisa socarrona, cogió el arma que sostenía un confundido lobo cercano y arremetió con fiereza contra mí.

De pronto mi pecho empezó a latir a un ritmo demasiado acelerado. Lo extraño era que no era la anticipación de la batalla a la que tanto me había vuelto adicta y acostumbrado, era una sensación totalmente distinta, que parecía hacerme daño y llenarme con felicidad a la misma vez. Ignorando esta sensación, dirigí con la mayor compostura posible mis dos manos hacia las armas de mis costados con la intención de repeler el ataque. Antes de que esto pudiera suceder, una fornida espalda se interpuso entre mi cuerpo y el beta.

—¿Qué está pasando aquí? —bramó, aterrorizando a todos en aquel lugar.

Suspiré y volví a dejar mis cuchillos donde estaban. Al parecer no iban a dejar que me divirtiese un rato machacando a aquel infeliz.

Alpha, la chica ha matado a Carlos. Solo quería matarla para hacerla pagar por esto, como dictan nuestras leyes —contestó con la cabeza gacha el perro pulgoso de Dante.

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