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—Durán...

—¿Sí?

—¿Qué narices ha sido eso?

Me froté la cabeza intentando amortiguar el dolor producido por el golpe. Llevé mis manos hasta mis ojos, comprobando que no me había hecho daño. Durán hizo lo mismo, aunque él sí descubrió un pequeño reguero de sangre.

—Chico, entre la mano, la cicatriz y esto vas a acabar en trocitos —Me reí.

Él levantó la mirada al instante, haciendo que nuestros ojos chocaran y un extraño escalofrío me recorriera.

—¿Por quién será que tengo todo esto, Ilduara? —contestó enfadado.

—Oye, no me eches la culpa de todo, yo solo me hago responsable del dedo. Por cierto, ¿qué te pasó en el cuello?

Durán se limitó a soltar un bufido y mascullar un casi ininteligible "ya te he dicho por quién". Como no lo vi con ganas de hablar del tema, decidí que estaba cansada y que sería más fructífero alejarme de allí y proseguir con mi investigación, ignorando este suceso y al propio Durán. Después de años cazando figuras míticas propias de los bestiarios* estaba acostumbrada a que sucesos inexplicables sucediesen de vez en cuando.

—Bien, si te necesito para algo de la investigación ya te encontraré —dije a modo de despedida mientras me dirigía a la entrada de la tienda.

—Oh no, por favor, no lo hagas.

Iba a contestarle cuando un fuerte dolor en el pecho me golpeó. Intenté agarrarme a las telas de la tienda para intentar mantenerme en pie, pero la fuerte aflicción consiguió lentamente tirarme al suelo, dejándome casi sin respiración.

Noté como del propio dolor mi cuerpo poco a poco me iba dejando inconsciente. Levanté mi mirada hacia Durán en un gesto involuntario de súplica y con un último esfuerzo conseguí susurrar su nombre.

El lobo, cuyo oído superdesarrollado agradecí en ese momento, dirigió su vista hacia mí con horror, dándose cuenta de lo que sucedía y corriendo a mi encuentro en el suelo. Colocó una mano debajo de mi cabeza y la posicionó sobre sus rodillas, alarmado. Nada más tocarme el dolor, aunque persistente, empezó a mitigarse.

—Diosa, ¿qué te pasa Ilduara? —preguntó afligido. —¡Ayuda!

Durán comenzó a gritar desesperado aunque sus alaridos me molestaban más y solo quería que cesasen. El dolor aún no me permitía hablar, pero ya notaba como tendía a desaparecer así que, viendo que no podía hacer nada más, levanté mi mano y tapé su boca haciendo que parase al instante y que su mirada volviese a enfocarse en mí.

Tomó ese gesto como lo que era, dio un beso a mi mano y se calló. Su mirada azul chocaba con la mía de color marrón y nos mantuvimos así un rato, en total silencio y sin romper la conexión.
En los débiles momentos de un enfermo su compañía fue agradecida y reconfortante.
Yo aún no podía hablar y él, aunque intentó abrir la boca un par de veces, entendió que el momento era mejor dejarlo tal cual estaba. Dobló su espalda inclinándose hacia mí y me abrazó, dejándonos en una extraña postura a ojos de cualquiera que pasara por allí.

Entonces comenzó a acariciar mi cabello, como si de una niña me tratase, y el recuerdo de mi madre haciéndolo de pequeña me reconfortó en aquel duro momento.

Su mano fue bajando del pelo a mi brazo, dando suaves caricias circulares sobre este, hasta llegar a mi mano, donde entrelazó nuestros dedos. Fue en ese mismo momento cuando, sorprendentemente, el dolor cesó por completo como si nunca hubiera asolado mi cuerpo.

Me reincorporé lentamente, por miedo a una recaída, hasta sentarme de rodillas en el suelo frente a Durán. Levanté nuestras manos aún unidas y ceñí el entrecejo, extrañada.

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⏰ Última actualización: Apr 04, 2022 ⏰

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