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• maratón 1/7 •

Un capítulo por día. Del 03/08/17 hasta el 09/08/17


-Calle platería... ¡Esta!-Dijo el chico contento tras hallar por fin lo que había buscado durante al menos veinte minutos.

-¿Qué cosa tan importante nos trae por aquí justamente?-Pregunté.

Paro unos segundos su marcha apresurada por la ciudad y se giró para estar frente a mí.

-Don Santiago Mendoza.-Contestó simplemente.

Mis dos cejas se precipitaron hacia abajo sin entender aun nada.

El chico a mi lado se rió y llevo sus dedos a mi frente, estirando en el proceso mi entrecejo.

-El joyero* ese tan importante. No sé que querrá pero nos pidió expresamente a nosotros.-Volvió a retomar la veloz caminata.

-Espera, espera, espera. ¿Si ese tío nos conoce por qué yo no a él?

-Es un riquillo Ildu, quien tiene dinero aquí es imparable.

-Pero en principio sí tendríamos que tener controladas a toda esta gente por seguridad.-Me paré cruzando de brazos mientras bufaba.-Si nos contrata es porque no va a hacer algo muy legal precisamente.

El idiota de Dante me cogió de la mano velozmente, tirando de mí y haciendo que le siguiese.

-Ya no trabajas para la Iglesia, recuérdalo. No somos ningún organismo secreto del estado, no somos ningún héroe. Solo buscamos dinero, de quien sea que nos lo de, por lo que sea que nos lo de.

Su semblante se oscureció e iba a replica cuando se paro frente a la elegante entrada de una casa. En la fachada se podía distinguir un escudo de armas* en relieve. En lo alto del escudo y destacando se encontraba un yelmo de lo que parecía ser incluso un templario*. Bajo este varias plumas envolvían un pequeño escudo en cuyo centro albergaba un pequeño castillo de tres torres. No podía negar que era impresionante y que le daba cierto aire de aristócrata al lugar.

Si alzabas un poco la vista lo que te esperaba era un fachada de piedra y un amplio balcón coronado con tres arcos con elementos góticos y renacentistas.

La barandilla era de hierro, adornado con las formas redondeadas que formaba el propio material.

La casa sin lugar a dudas era espectacular.

Al poco de acércanos y sin siquiera picar un joven de unos treinta y pocos años nos abrió de forma nerviosa, invitándonos rápidamente a pasar.

Nada más cruzar el umbral que nos separaba de la calle llegamos al zaguán en cuyo techo pude distinguir a plena vista las vigas de madera.

Nuestro anfitrión no se detuvo de más en esta estancia y enseguida nos hizo pasar a otra mucho más cálida y claramente diseñada para impresionar a las visitas. Las paredes de estas se encontraban tapizadas con guadameciles.

El suelo estaba cuidadosamente cubierto por finas y seguramente caras alfombras, lo que daba la sensación de tener casi pena de tener que caminar sobre el piso.

Rápidamente Mendoza se sentó sobre un gran asiento provisto de brazos y nos ofreció a nosotros unos modestos taburetes que gustosos no rechazamos.

Ya sentados y él al parecer más tranquilo se decidió por comenzar a hablar.

-Bien, necesito vuestra ayuda, no me importa el dinero que me cueste.

Dante y yo nos dirigimos una mirada cómplice. Esta tenía que ser nuestro día de suerte, porque no podía ser tan complicado lo que nos pidiese, ¿no?

Catulus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora