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Fuimos disminuyendo la velocidad a medida que veíamos cada vez más y más cerca nuestro lugar de destino. Esta vez ya no era un campamento, si no un pequeño pueblo como podría ser cualquier otro. Aun así, más que a un pueblo se asemejaba a un pequeño burgo. Yo cada vez me sorprendía más por la sociedad lobuna, que parecía ser mucho más igualitaria que hasta la mía propia.

Mientras pasaba por el pueblo me iba fijando en las casas. Me extrañó lo abiertas* que eran, incluso algunas tenían balcones y terrazas, hasta los vanos* de las plantas bajas carecían de reja o protección alguna. Las torres, aun como un recuerdo medieval, permanecían en los diseños de las casas, en todas, pese a que generalmente eran únicamente las familias poderosas las que disponían de estas. Las puertas eran gruesas y de madera de tipo postigo*, colocadas a un lado de la fachada, cuidando la simetría. En la mayoría de las casas el acceso a la vivienda se realizaba bajo un arco de medio punto* sencillo, salvo en alguna que otra en la que la rosca del arco se decoraba con juegos de molduras. Las ventanas eran cuadradas, con dintel* y jambas* molduradas.

En el pueblo se respiraba tranquilidad, pese a no ver seguridad alguna por las calles. Estos lobos vivían irónicamente con demasiada normalidad e incluso más seguridad que los humanos mismos.

Vi a varias muchachas conversando alegremente y soltando leves "risitas" cuando fueron conscientes de nuestra presencia, dirigiendo miradas coquetas hacia Duran, el cual las ignoraba.

Estúpida fachada bonita de Durán.

También había varias personas caminando relajadamente por la calle, algunos con compras, otros hablando y algunos restantes los cuales se notaba que no tenían rumbo ni propósito fijo.

Mientras cruzábamos una calle me fijé en una niña de no más de 6 o 7 años, que jugaba tranquila en la calle con una muñeca mientras le hablaba a un hombre que supuse que sería su padre. Me sumergí entonces en una tormenta de pensamientos los cuales eran, mayoritariamente, recuerdos.

¿Cuándo había dejado de ser así? Libre, relajada, feliz. Porque, maldita sea, ella no era feliz. ¿Para qué había trabajado tanto? Si ya...ya no podía ser feliz.

Empezó a sentir un frío apoderarse de su cuerpo y se abrazó a ella misma buscando el calor. La conversación de esa niña con su muñeca se mezclaba con la suya propia de cuando era pequeña.

Papa le había regalado una muñeca con el primer pago que recibió de cazador. Papa era un gran hombre, un hombre alto y fuerte. Ella quería ser como papa.

"Antes papa no podía comprar tantas cosas cariño, ahora si lo hará. Papa quiere que seas feliz"

"Si sigo a papa le daré una sorpresa y se pondrá muy feliz"

"¡PAPAAA!"

Una mano me agarró y pegué una fuerte respiración, sintiendo que el aire volvía a mi cuerpo. Me miré el brazo, el cual estaba sujetó por una mano el doble que la mía, fuerte, pero que la tocaba con suavidad, como con miedo a romperla, que trasmitía calor.

-¿Estás bien?-Durán habló, algo preocupado por el extraño silencio en el que había estado la chica absorta hace unos momentos.

-Sí, solo...-Un relincho cortó su frase.

Oria y Alfonso se detuvieron en seco.

-Durán, mira.-Gritó asustada Oria.

Una corneta sonó y a continuación un grito infantil. Giré mi vista hacia la niña de antes,el hombre que estaba junto a ella la cogió rápidamente y se la llevó, mientras la pequeña reclamaba por la muñeca que dejaba atrás.

-¿Qué es eso?-Dijo Alfonso.

Miré al ejercito que se acercaba por el horizonte.

-Al parecer conocidos de la manada. ¿Has visto como huían?¡Ya han pasado por aquí antes!-Exclamó Oria.

Catulus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora