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Una delgada carta fue posada sobre la mesa justo frente a mí.

-Ahí está todo lo que tiene que saber. 

La levanté notando que la carta iba dirigida nada más y nada menos que hacia Santiago Mendoza y parecía de carácter personal. La abrí solo para echar un vistazo a la firma, encontrándome impreso el nombre de otro de los Mendoza. 

Alcé una de mis cejas de forma interrogativa; esto era nuevo.

-Es usted libre de leerla, tranquila. No cuenta nada que haga que después tenga que matarla.

Me reí débilmente esperando que aquello último fuese una broma.

A mis costados dos forzudos hombres impedían mi paso hacia el joyero, pero pudo darme cuenta sin ningún problema de que aquel escritorio podría ser saltado fácilmente antes de que ninguno de ellos me cogiera y usar al gordinflas aquel para salir ilesa del lugar.

Nunca está de más ser previsora, nunca. 

  -Dudo que aquí diga a que lugar he de ir y que he de hacer. A menos de que quien me contratase fuera su...¿primo? Dado que no tiene hermanos vivos y esta letra parece de alguien joven.-Dejé la carta sobre la mesa de forma brusca.

No estaba para perder el tiempo con tonterías. 

El hombre frente a mí soltó una mueca que se encontraba entre la gracia y el desagrado.

-Parece que ha hecho los deberes,

-No lo dude.-Me encogí de hombros, restándole importancia. 

-¿Entonces su compañero se encuentra indispuesto me dice?-Cambió de tema. 

Suspiré de forma silenciosa intentando que mi genio natural no aflorase frente a su inquisidora mirada.

-Así es señor, pero le prometo que el trabajo se realizará igual o de mejor manera si cabe.-Me coloqué totalmente recta, transmitiendo seguridad.

-Bien, así espero.-Dudó.-No querría tener que contratar a otros. Pese a esto sé que tiene muy buenas referencias señorita Ilduara.-Se volvió a sentar.

-¿Cómo?-Logró descolocarme algo, de lo que me recompuse al momento.-¿Qué quiere decir usted con eso?

Su sonora risa grave y desagradable inundó la habitación.

Era una risa de persona adinerada; de superioridad y ego.

-Oh, querida niña, yo también he hecho mis deberes.-Ante mi cara de asombro prosiguió.-Supongo que como ya sabrás, quien tiene dinero maneja esta ciudad...y la información que en esta circula.-Añadió.

Apreté mis dientes haciéndolos tronar.

-No, no lo sé, ¿podría usted iluminarme?

-Oh, vamos, no hay que ser modesta. Si piensa un poco se dará cuenta de que sois los más apropiados para esta misión. ¿Por qué cree acaso que os contraté especialmente a vosotros dos? 

-¿Y cómo lo voy a saber? Nuestra organización es sumamente secreta y sabe guardar sus secretos muy bien, al fin y al cabo vive de ello, "señor".-Dije con sorna. 

-Bien, entonces hasta que lo descubra dejemos esta conversación para más adelante. ¿Por qué no mira ahora la carta? Quizás le aclare algo las ideas.

Su risa final inundó de furia mi organismo y me prometí a mi misma matar a Dante al llegar por dejarme sola.



«Buenas querido primo. 

A día de hoy te escribo para contarte una horrible realidad. 

Catulus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora