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El arzobispo Vermudo y gran parte de mis compañeros de oficio se encontraban ante mí, atentos a la contestación de este tras haber escuchado toda mi historia.

—No deberías fiarte de ese lobo, creo que oculta algo —dijo Ordoño, en falta de la contestación que todos estaban esperando.

—¿Cree acaso que no lo sé? No confío nada en ellos, pero la oferta que me propuso es tentadora —respondí.

—¿Y se puede saber cómo confío en dejarte venir hasta aquí? Ahora mismo podríamos estar preparándonos para atacar su campamento.

—O es muy idiota o demasiado inteligente —contestó por fin el arzobispo—. Tuvo que haber leído entre líneas Ilduara. Al parecer no dudaste en aceptar la propuesta en cuanto te la dijo, por lo que podría estar jugando con esa necesidad tuya de tener esa información. Una persona ruda como tú es casi imposible de convencer tan fácilmente niña: cometiste un fallo y él ahora lo usará contra ti.

Bajé mi cabeza avergonzada, aceptando esa derrota contra el lobo.

—Pero aún no has perdido, Ilduara. Hazle caso por ahora a ese lobo, pero mantente alerta en todo momento. Al parecer no venían aquí a darnos solamente una visita, cómo no —masculló.

—En el mapa que me quitaron había varios pueblos cercanos tachados. Deberíamos ir a ver si les ha pasado algo a los habitantes.

—Sí, mandare a unos cuantos hombres a investigar en cuanto te vallas, tenemos que saber qué estaban buscando —Hizo una leve pausa y se puso a mirar por la ventana, observando al pueblo haciendo sus labores diarias—. Vete, Ilduara. Recauda toda la información posible y relaciónate con ellos. Mantente mansa, pero lleva siempre tu daga preparada para matar. Te llevarás una paloma bravía* y cuando llegues a donde te lleven la harás volver, así sabrá el camino hasta ti y cada vez que la enviamos nos la devolverás con un mensaje y tus progresos ¿Está de acuerdo, joven?

—Sí, arzobispo —Asentí firmemente con la cabeza.

—Bien, vuelve a donde dejaste al lobo que te trajo hasta el pueblo y regresa con ellos. Antes vete al armario y coge las armas que veas. Esta misión puede ser lo mejor que te pase en la vida o lo peor.

Y, oh, no lo sabía él bien.

♦ ♦ ♦

—Iré a avisar a Durán que ya hemos llegado, con su permiso señorita.

Una sonrisa de mofa surcó mi cara ante el lobo intentando hacerse el educado, como si no fueran bestias. Giré mi cara y me fui a sentar a uno de los sillones de una gran sala donde se recibía a los invitados. En las paredes había pintados frescos imitando tapicerías o textiles con elementos paisajistas. Mi vista se centró sobre todo en uno que representaba un frondoso bosque en tonos ocres y verdes apagados, pero con una iluminación blanca. Me acerqué a él observándolo detenidamente, pasando mi mano delicadamente por sus contornos. Parecía que podías sentir la hierva rozarte los tobillos, el viento al correr entre los arboles y escuchar el alma del bosque.

—También es el favorito de Durán —dijo una voz a mis espaldas y me giré bruscamente, llevando instintivamente mi mano a la empuñadura del cuchillo que llevaba oculto en mi cadera.

—Oh, hola, eh... —Dudé.

—Oria —Se apresuró a contestar la madre de Durán mientras me regalaba una sonrisa.

—Sí, bien, Oria.

La interrupción de la loba me hizo mirar más atentamente la sala. Esta tenía numerosos relieves en arcilla y algunos pequeños en mármol.
Lo que más me sorprendió fue la falta de imágenes cristianas en toda la sala.

Catulus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora