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Dos días pasaron, rápidos como una exhalación.

Durán estuvo la mayor parte del tiempo junto a su manada, concretando diversos temas y ayudando a levantar el campamento para su regreso. Si había pasado algo importante en ese tiempo ni me había enterado ni me había interesado. Las ganas no me acompañaban y ya tendría tiempo de informarme si me había perdido de algo.

Debido a esto Durán y yo solo coincidimos en una de las tres comidas que en esa casa se hacían, hablando lo mínimo. Ninguno quería recordar lo que había pasado, o lo que no pasó.

Empleé este tiempo entrenando, intentando recuperar a mi "yo", a la Ilduara que era y estaba segura de que aun permanecía allí. Las horas habían pasado fugaces entre golpe y golpe, entre sudor y cansancio.

Sentía mis ánimos renovados y así pues, con mi objetivo en mente en todo momento retomé toda la cordura que en ese corto periodo de tiempo había podido perder.

Era por la mañana cuando sentí los golpes en la puerta. Aun no había desayunado y me encontraba retomando mis ejercicios, como había estado haciendo prácticamente estas 48 horas.

-Pase.-Dije secamente mientras me sentaba en el colchón.

Una melena castaña se asomó por la puerta con una mueca amable.

-Urraca, querida, será mejor que bajes a desayunar, en unas horas partiremos.

-Está bien Oria. Gracias por avisarme, bajaré enseguida.

Mi postura se mantuvo recta mientras decía esto, con la mirada fija en la de la loba. Mi tiempo como niña buena se había acabado, basta de jugar con los perros a tirarles el "palito".

Fui hacia el bufete de fiadores, donde estaba la jaula con la paloma bravía que hoy debía enviar de vuelta al llegar y una tela en la que se encontraban envueltas mis armas. Decidí que lo mejor sería llevarlas conmigo, ocultas, y así hice. Tras esto bajé, con actitud renovada y un semblante frío, a desayunar.

En la mesa no había mirado a nadie más que al plato de comida que tenía enfrente y no había participado en la insustancial conversación que allí se desarrollaba por simple cortesía. Sentí en un momento de la comida una mirada insistente sobre mí pero, a riesgo de que me viese al levantar la cabeza, decidí ignorarla.

La manada había partido un día antes por lo que nos encontrábamos viajando solo nosotros cuatro; Oria, Alfonso, Durán y yo. Ellos habían tenido que marchar con antelación debido a que su transporte era en carros, mucho mas lento, por la razón de tener que trasportar el campamento con ellos.

Nosotros iríamos a caballo, siguiendo la antigua red de deterioradas vías romanas. Debido a la calidad del terreno ir en caballo resultaba mucho mas ventajoso que en un carro*, posta*  o litera*.

Por suerte no nos había tocado pagar ningún peaje* y no tuvimos ningún contratiempo.

Estábamos apunto de llegar, según mis acompañantes, cuando nos paramos durante un periodo corto de tiempo para retomar fuerzas.

Desmontamos todos para a continuación sentarnos en la hierva. Alfonso, no acostumbrado aun a los viajes en su forma humano, se tumbó en el suelo, exhausto, y Oria se decantó por apoyarse en el tronco de un árbol cercano.

Durán me entregó una cantimploras de vidrio* llena de vino*.

-Bebe, estarás cansada.-Dijo sentando enfrente de mí.

Bufé molesta ante su tono autoritario pero aun así mi sed me traicionó y cogí el envase sin ninguna oposición más.

Tras beber levanté mi vista y observé el cielo. Era de un azul intenso en su parte alta, pero si ampliabas tu campo visual, allá por donde el camino de piedras que seguíamos se perdía, podías ver una pequeña franja azul claro, casi blanquecina, seguida de otra mas grande lila. Aun era de día y se veía perfectamente, pero de igual manera se contemplaba en todo su esplendor a la luna.

Catulus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora