4. Idiota

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Noto que llegamos a la casa cuando Adrien abre la puerta de la entrada. Me quedé profundamente dormida durante el viaje de regreso, aferrada al dibujo de Alex. Abro los ojos lentamente y veo el perfecto perfil de Adrien mientras que me carga en brazos por el apartamento hasta llegar a nuestra habitación.

—Adrien... —murmuro con la voz adormilada.

—Sigue durmiendo, preciosa —dice dulcemente—. Te despertaré para que comas algo luego. Necesitas descansar, cariño —murmura entrando a nuestra habitación.

Siento el mullido colchón de la cama sobre mi espalda y solo tengo deseos de seguir durmiendo. No me importa nada en absoluto. Estoy agotada y si despierto recordaré a ese hermoso niño y lloraré como lo hice durante veinte minutos de camino a la casa hasta quedarme dormida.

Adrien me quita los tacones rápidamente y los suelta con brusquedad sobre el piso de madera. Luego me mueve y me quita el bléiser, la blusa de seda y el pantalón tiro alto. Estoy solo en ropa interior, pero me siento tan cansada y perezosa que no puedo ni abrir los ojos.

—Descansa mi preciosa Gea —murmura besando mi frente, luego siento como me cubre con el edredón y sale de la habitación.

Abro los ojos lentamente y lo único que veo es negro. Siento los brazos de Adrien rodeando mi cintura con delicadeza, y su cara escondida en mi cuello hace que sonría. No tengo idea de qué hora es, pero estoy extremadamente perezosa y no quiero moverme.

—Adrien... —murmuro acariciando su antebrazo—. Adrien, despierta —digo con la voz cargada de dulzura. Él se mueve un poco y luego veo como abre sus ojitos lentamente entre la penumbra de la habitación, apenas iluminada por la ventana del balcón.

—Buenas noches, señora Eggers —responde moviendo ambas manos para acariciar mi cabello.

Cada vez que Adrien toca mi cabello recuerdo a Alex, puedo incluso jurar que he soñado con él todo este tiempo y no lo recuerdo. Oh, mi Dios, quiero a ese niño, quiero a ese niño como jamás he querido nada en toda mi vida.

—¿Qué hora es? —pregunto entre risitas cuando él comienza a besar mi cuello y mi cara en medio de la oscuridad.

—Son las ocho y nos cuantos minutos —responde en un leve susurro—. También estaba algo cansado. ¿Quién diría que correr de un lado al otro y leer un cuento para niños me agotaría tanto?

Me rio levemente y muevo mis piernas debajo de las sábanas para entrelazarnos mucho más. Él besa mi frente y acaricia a nuestra pequeña. Es un momento lleno de paz, de amor y de ternura. Quiero estar así para siempre.

—¿Tienes hambre?

—Mucha —respondo besando sus labios. Él me rodea con sus brazos de nuevo y hace que descanse mi cabeza en su pecho, mientras que acaricia una y otra vez a Kya—. ¿Llamaste a tus abogados? —pregunto interrumpiendo el agradable pequeño minuto de silencio que había entre ambos.

No puedo evitarlo. Necesito desesperadamente que me responda que ya todo está en camino.

—Hace un par de horas. Aunque no fue tan sencillo, preciosa. Es navidad y tuve que rogar para que me dieran la información que necesitaba.

—¿Y eso que significa?

—Mañana en la mañana comenzaremos con todo esto —asegura besándome de nuevo—. Si todo sale bien, estará con nosotros en poco tiempo, te lo aseguro. Luego del nacimiento de Kya podrá estar aquí.

—¿Regresaremos para año nuevo, verdad? —pregunto con un hilo de voz.

No quiero hacerlo, pero estoy por romper en llanto. El dibujo de Alex sigue encima de mi mesita de noche y en la oscuridad lo tomo entre mis manos y sin poder ver mucho acaricio el papel. Soy una sentimental, comenzaré a llorar en cualquier segundo.

PERFECTA 3. Dime que eres mía © Deborah HirtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora