14. La verdad

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Tengo el fondant delante de mí y no sé qué hacer. Es como si mi mente estuviese en blanco. No recuerdo lo que debía hacer. Llevo más de hora y media mirando a la nada y preguntándome una y otra vez, ¿Qué demonios he hecho? Esto no puede estar pasándome. Solo debe de ser un sueño o tal vez una pesadilla. No sé nada de ese hombre, no sé nada de su pasado, su presente o lo que sea. Es una completa locura y es demasiado tarde para arrepentirme. Él estará aquí dentro de poco tiempo y sé que debo de enfrentar la verdad. Tengo un muy mal presentimiento. Siento deseos de llorar y gritar. Todo al mismo tiempo.

—¿Te sucede algo, tesoro? —pregunta Agatha entrando a la cocina—. ¿Hay algo mal con el pastel? —cuestiona. Vuelvo a la realidad y niego con la cabeza, mientras que sonrío fingidamente.

—Todo está bien —miento—. ¿y mi pequeño?

—Está dibujando. Me ha pedido galletas y jugo de naranja —dice ella con una inmensa sonrisa.

—Está bien, llévale lo que quiera y, por favor, quédate con él —le pido, intentado recuperar mi tono de voz—. Tendré una... alguien vendrá a hablar conmigo y no quiero que nadie nos interrumpa.

—Como digas, tesoro —murmura acercándose. Deja el paquete de galletas sobre la mesada y luego frota mis antebrazos para calmarme—. No te preocupes. Él pastel se ve delicioso y seguramente todo lo harás bien.

—Lo sé —respondo no muy convencida—, es decir... Solo ve. Alex debe de estar esperándote —le digo.

Lo único que quiero ahora es estar sola. Ella toma todo entre sus manos y luego sale de la cocina. Vuelvo a respirar con normalidad, pero al mismo siento como la agonía y la preocupación me asfixia. Nada tiene sentido. Todo es una maldita y completa locura. Observo mi celular y pienso miles y miles de veces en volver a llamarlo. Debo de acabar con todo esto. No necesito saber nada. No quiero saber nada. Sé que trato de convencerme, pero mentirme a mí misma no funcionará.

—¿Guapa? —pregunta cuando contesta. Cierro los ojos con fuerza y trato de recuperar la voz.

—Olvídate de todo —le digo. Me muerdo la legua para no comenzar a llorar—. No te atrevas a venir. No te quiero aquí. No quiero saber nada delo que sea que tengas que decirme —susurro. Oigo un suspiro al otro lado y unos cuantos segundos de silencio.

—No soy un tío muy educado y mucho menos paciente, pero por algún jodido motivo lo estoy siendo contigo —agrega con ese acento español y mal humor—. Dame una oportunidad. Solo te pido una puta oportunidad —implora, cambiando su tono de voz a uno más, ¿dulce?—. Si cuando te lo digo decides rechazarme, lo entenderé, pero necesito que me permitáis deshacerme de todo este gran peso que llevo encima.

Cierro los ojos y aprieto más el teléfono contra mi oreja. Esto no puede estar pasándome.

—Está bien —Es lo último que digo antes de colgar.

Por alguna razón he creído en sus palabras. He creído en su sinceridad, le he creído a él y lo que más temo es creer en toda su supuesta verdad. No sé qué me dirá, pero hay algo en este hombre que hace que pierda todo tipo de pensamientos coherentes.

*Te amo, por favor, vuelve pronto*

Le envío el mensaje a Adrien y luego intento terminar de cubrir el segundo piso del pastel con el bendito fondant.

Trato de acabar lo que he comenzado a hacer, pero no lo logro. Estoy desesperándome. Los minutos pasan y parece que no avanzo ni un solo centímetro. Él pastel está quedando bastante bien, pero desde que él llamo no he podido hacer nada.

—Ayúdame a concentrarme, Pequeño Ángel ... —le pido a mi pequeña que ha comenzado a moverse.

Mi teléfono celular suena un par de veces y lo miro con recelo. Es él y sé que ya está aquí. No, no debo de hacer esto, ¿o sí? Puede ser todo una completa locura. No puedo fiarme de él, pero ¿por qué siento que debo hacerlo?

PERFECTA 3. Dime que eres mía © Deborah HirtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora