11. Lejos

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"No te atrevas siquiera a levantarle la mano de nuevo por qué vas a conocer a un español muy jodido."

"No le digas a tu esposo quien soy."

"¡Eres una mierda que arruinó mi vida y eso es todo!"

"Tú sólo eres el estorbo que Marcus quiso poner en nuestras vidas como remplazo de lo que perdimos..."

Han pasado siete días exactos desde aquella tarde, y todas esas palabras aún siguen resonando en mi cabeza una y otra vez. No puedo deshacerme de ninguna de ellas. Lo he intentado, he intentado fingir que nada sucedía, pero Adrien lo notó de inmediato y aunque sé mentir, sé que no creyó mi excusa.

—¡Mamá, Gea! —grita Alex desde su habitación.

Siento como se me congela el pecho y me pongo de pie rápidamente. Corro por el pasillo a toda prisa y al llegar a su habitación lo veo sentado en su mesita de dibujo con cientos de colores esparcidos por el piso y tiene un crayón color verde en su mano que parece estar roto.

—Por Dios, Alex. No grites así —le digo dulcemente—. Me asustaste...

Él agacha la mirada hacia su manito repleta de marcador verde y luego me la enseña. Me acerco y me rio al verlo de esa manera.

—Y en la cara también tienes —le digo señalando sus mejillas—. ¿Qué ha pasado?

—Se cayó al suelo y mi pie lo aplastó —dice, viendo el suelo. Miro la mancha e intento ignorarla. Saldrá, no hay problema. Lo que quiero es quitarle eso de la cara. Es impresionante lo bien que me siento cuando hago cosas como estas. Soy su mamá y él es mi hijo.

—¿Qué te parece si te doy un baño y luego vamos a ver qué está haciendo papá Adrien? —pregunto tomando de su manito para que se ponga de pie. Él asiente con la cabeza, me sonríe y luego corre a su cuarto de baño repleto de calcomanías de dibujos animados por todas las paredes.

Lo sigo con una sonrisa. Abro el agua caliente y dejo que la bañera se llene mientras que mojo una toalla y comienzo a quitarle el verde de la cara. Demoro unos pocos segundos en hacerlo y luego prosigo con sus pequeñas manitos.

—Creo que ya está listo —le digo enseñándole sus extremidades. Él las observa, sonríe y luego me abraza—. ¿Qué dices si llamamos a papá para que te coloque en la bañera?

Asiente y luego sonríe.

—¡Papá, Adrien! —grito lo más fuerte que puedo.

—¡Papá, Arien! —grita Alex al igual que yo, y luego nos partimos de la risa—. ¡Papá, ven!

Me rio levemente y luego doy un brinco cuando la puerta del baño se abre con un estruendo y un muy preocupado Adrien nos observa mientras que respira agitado. Está blanco del susto y eso me hace sonreír.

—Oh, por Dios... —dice, colocando una mano en su pecho—. ¿Estás bien? —pregunta acercándose a mí. Le digo que sí con la cabeza y luego mira a Alex—. ¿Los tres están bien? No vuelvan a hacerme eso —pide, recobrando el aliento.

—Lo lamento —me disculpo robándole un beso.

—¡Papá Arien! —dice Alex estirando sus bracitos hacia él.

Adrien lo carga y luego mi pequeño señala la bañera. Mi esposo parece comprender lo que sucede, cuando lo deja dentro del agua lo observa y se pone de cuclillas para jugar con él y algunos juguetes. Es la escena más hermosa que he visto en toda mi vida. Alex salpica un poco de agua a su padre y moja su camisa blanca. Él parece fingir molestia y coloca ambos brazos en jarras.

—¿Acabas de salpicar a tu padre, jovencito? —Alex se ríe y Adrien lo salpica a él también. De pronto me veo en medio de una guerra de agua dentro del cuarto de baño de Alex...

PERFECTA 3. Dime que eres mía © Deborah HirtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora