3. Niños

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Adrien detiene el coche frente al albergue de niños, y al verme me enseña una gran sonrisa. Condujo más de dos horas para llegar a este lugar, pero quería que fuera especial. Ya conozco los albergues en el centro de la ciudad y son muy diferentes a los que está en las zonas más precarias. Estos niños de verdad lo necesitan. Viven en un pueblo alejado de la zona céntrica. No es necesario que explique nada. Adrien debe imaginarse lo que tengo en mente. Sonrío mientras que observo el añejo edificio y suelto un gran suspiro. No sé qué es lo que veré o lo que sentiré, pero estoy realmente impaciente.

—Llamé esta mañana y les avisé que vendríamos —le digo a Adrien con una inmensa sonrisa. Me siento diferente y quiero sentirme mucho más.

Adrien mueve su cabeza un par de veces sin saber que decir, pero puedo asegurar que la idea también le gusta. Él tiene un corazón mucho más humanitario que el mío y sé que esto le encantará. Disfrutaremos de esta experiencia.

—Hagámoslo, cielo —me dice acortado la distancia entre ambos.

Me besa en los labios castamente, luego acaricia mi cabello y cuando sonrío de nuevo, él se baja del coche, me abre la puerta y toma mi mano. Observamos el lugar por unos segundos y vemos como una mujer de unos cuarenta años sale del edificio luciendo un traje negro y una amplia sonrisa. Baja las escaleras de la entrada con prisa y se acerca a nosotros.

—¿Ustedes debe ser los Eggers? —pregunta si dejar de sonreír mientras que estira su mano en mi dirección—. Soy Joanne Smith, directora del orfanato.

—Gea Eggers —afirmo de la misma manera—. Él es mi esposo, Adrien Eggers —digo tomando la mano de Adrien. Él da un paso al frente y con elegancia, estrecha la mano de la mujer, mientras que pronuncia su nombre con sumo orgullo.

—Esta es una verdadera sorpresa, jamás hemos recibido visitas en navidad. De verdad estoy muy agradecida.

Él corazón se me rompe por dentro, pero por fuera sonrío al saber que hoy voy a hacer la diferencia en la navidad de estos niños.

—Hemos traído algunas galletas y dulces para los niños —le digo señalando el coche. Adrien se mueve velozmente y abre el baúl, luego quita las dos cajas coloridas repletas de comida y la directora chilla de emoción.

—Oh, permítame ayudarlo, señor Eggers —murmura rápidamente, tomando una de las cajas—. Estamos por servir el desayuno de los niños y creo que esto les encantará.

—Eso espero —digo comenzando a sentirme nerviosa. Nunca he sido buena con los niños y temo no sentirme aceptada—. Quise preparar cupcakes y pastel, pero no tuve mucho tiempo —le digo con una mueca.

—Los mejores cupcakes y pasteles de todo Londres —agrega Adrien con una sonrisa en mi dirección cuando subimos las escaleras de la entrada—. Con cuidado, cariño —musita señalándome un escalón algo deteriorado. Asiento con la cabeza y sigo subiendo. La directora Smith se voltea en mi dirección y al ver mi vientre suelta otro chillido.

—¡Oh, mi Dios! ¡Qué bonito! ¡Felicidades! —grita con una inmensa sonrisa. Está viendo mi vientre y su sonrisa se hace cada vez más amplia—. ¿De cuántas semanas, querida?

—Quince semanas —le digo acariciando a mi pequeña.

Entramos al vestíbulo y dos chicas con camisetas blancas estampadas con manitos de colores y el logo del lugar nos reciben sonrientes. La directora les ordena que se lleven las cajas a la cocina y nos invita a pasar a su oficina que está casi pegada a la puerta.

—Tomen asiento —murmura señalando las dos sillas delante de su escritorio.

Es un lugar algo precario como todo lo demás, pero las fotografías de niños jugando y riendo invaden cada centímetro de las paredes y eso me hace creer que son felices aquí, pero que podrían serlo mucho más en un hogar. En cierto modo me siento identificada, yo fui como ellos durante casi un año, hasta que papá se convirtió en mi ángel y me convirtió legalmente en Gea Handerwintt.

PERFECTA 3. Dime que eres mía © Deborah HirtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora