17. Es hora

21.9K 1.3K 44
                                    

Todo está bien. Demasiado bien diría yo. Superamos lo que quedaba de febrero y todo el mes completo de marzo sin ni una sola discusión fuerte, siempre hubieron pequeñas disputas por ver quien tenía la razón, pero era obvio que yo ganaba y, si no lo hacía, lo besaba una y otra vez hasta lograrlo. Él no mencionó el tema y yo tampoco. Decidí perderme en nuestra burbuja y evitar hablar de lo que debíamos hasta que por fin llegó momento de hacerlo, estamos en mayo, cada vez queda menos tiempo. Sé que se molestará, será egoísta y le diré miles de cosas, pero confío que me apoyará en esto.

Mi celular comienza a sonar sobre mi mesa de maquillaje, cruzo la tienda individual y lo tomo rápidamente. Veo el nombre en la pantalla y miro hacia todas las direcciones para comprobar que Adrien no está merodeando por aquí.

—Hola —respondo por lo bajo.

—No tengo mucho tiempo para esto —espeta secamente como siempre lo hace. Pongo los ojos en blanco y acaricio a mi pequeño angelito, mientras que me preparo para su falta de educación—. ¿Vendrás sí o no?

—No lo sé —respondo—. Tengo que decírselo a Adrien. Tienes que entenderme —le pido, tratando de no enloquecer. Esto es desesperante.

—A las diez, en la casa de té que te he dicho.

Suelto otro suspiro y veo que raramente la llamada no ha finalizado.

—¿Por qué siento que esto está mal, pero que es lo correcto? —pregunto con un hilo de voz, pero no hay una respuesta por su parte. Estoy confundida y con miedo, necesito a Adrien conmigo. No haré nada si él no me apoya en toda esta mierda.

Oigo el sonido de la llamada finalizada y luego suelto con brusquedad mi celular sobre el mismo lugar en el que estaba. Tomo mi bata de seda y la coloco sobre mi cuerpo. Camino por el pasillo y oigo risas provenientes de la habitación de Alex. Eso me hace sonreír de inmediato. Me acerco y observo desde la puerta. Adrien y Alex están jugando en la cama con el teléfono celular. Me hago ver y Alex rápidamente extiende sus bracitos en mi dirección. Me acerco a él y me siento con la espalda apoyada sobre el cabezal de la cama completamente desarreglada.

—¿Qué están haciendo? —pregunto viendo a Adrien. Me sonríe dulcemente y luego señala su celular.

—¡Estamos jugando! —exclama mi niño señalándome el juego de pajaritos irritantes que me molesta—. Papá Arien ha perdido muchas veces —dice con unas sonrisa. Beso su frente de nuevo y, luego de unos minutos en familia, decido que es momento de hablar con él antes de que todo estalle y se marche a la oficina.

—Alex, hijo —lo llamo para que me preste atención a mí y no el celular—, ¿por qué no llevas a Dog a la cocina para que desayunemos todos juntos? —sugiero, señalando al cachorro que está mordiendo una pelota de color azul mientras que revolotea en su cesta para dormir.

Mi pequeño se mueve de inmediato. Besa mi mejilla y luego la de Adrien. Le entrega el celular, se coloca sus zapatos y toma a su cachorro. Cuando sale de la habitación, me pongo de pie y Adrien hace lo mismo.

—Ha llamado y quiere verme a las diez —siseo cruzándome de brazos. Admito que tengo miedo, no sé cómo reaccionará. Si me dice que no, mi corazón se romperá, me molestaré y lo enviaré a freír espárragos por imbécil—. ¿Tú quieres acompañarme? —pregunto esperanzada—. Si no lo haces, está bien, lo entenderé...

Él suelta un gran suspiro, cruza la habitación y se coloca delante de mí. Acaricia el dorso de mis brazos y me mira de manera confusa. Sé que esto no le gusta para nada, jamás le ha gustado, pero no es mi culpa.

—¿Es importante para ti?

—Mucho. Sé que dije que no quería saber nada de mi pasado y todo lo que ya me has dicho, pero siento que es lo correcto.

PERFECTA 3. Dime que eres mía © Deborah HirtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora