16. Maldita

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Entramos al apartamento y con cuidado guio a Adrien por las escaleras al bajar. Alex se ha dormido y trae entre brazos a su pequeño perrito que lo acompaña en el sueño. Es una escena adorable y no dejé de tomar fotografías de camino a casa con mi celular. Un perro, tenemos un perro. No lo puedo creer. Jamás imaginé que todo esto sucedería. Estoy nerviosa porque sé que habrá más sorpresas como estas, pero no puedo imaginar cuales.

—Déjalo en su cama —susurro. Entro a la habitación antes que él, enciendo la luz, corro el edredón a un lado y luego Adrien deja a nuestro pequeño y a su perro en la cama. Los cubro a ambos y beso la cabeza de mi pequeño.

Adrien sonríe como todo un padre orgulloso y luego estira su brazo y me acaricia a mí.

—Es nuestro momento a solas —susurro ladeando la cabeza para sentir la palma de su mano en mi mejilla. Una gran sonrisa se forma en sus labios y veo en su mirada que está pensando lo mismo que yo. Es nuestro momento, para que estemos juntos, tal vez no sea bueno, pero puedo hablar con él y decirle todo lo que sucedió.

Salimos de la habitación de Alex y bajamos las escaleras hasta la sala de estar. Me quito el abrigo y lo dejo sobre el sillón, luego los zapatos, y suspiro aliviada cuando mis pies ya no se quejan por causa del dolor. Adrien se quita su suéter también y se lanza con pereza. Me rio y veo como enciende la televisión. Me siento con cuidado a su lado y él me toma entre sus brazos, me deposita en su regazo y comienza a hacerme leves caricias en el vientre con su mano, y en mi mejilla con su nariz.

Cierro los ojos, disfrutando de cada una de esas magnificas sensaciones. Ha estado seis días lejos de mí y lo único que quería era estar así con él a cada segundo.

—Al fin estas en mis brazos —dice soltado un suspiro—. Te extrañé demasiado.

—Y yo a ti —respondo rápidamente. Acomodo mi cabeza en su pecho y luego hago círculos con las yemas de mis dedos sobre su torso. Ver los primeros botones de su camisa blanca abiertos es muy tentador y sé que debo contenerme.

—Te tengo una sorpresa —dice con una media sonrisa. Elevo mi cabeza de inmediato presa por la curiosidad. Siempre me sorprende de la manera más inesperada.

—¿Qué cosa?

—Espera aquí un momento —me dice. Se pone de pie y lo veo caminar con prisa hacia el pasillo. Se pierde en su despacho y segundos más tarde regresa con un sobre entre sus manos. Aplaudo de la emoción y me revuelvo en el sillón.

—¿Qué es? ¿Qué es?

Él se ríe y me entrega el sobre color rosa. Lo abro a toda prisa sin preocuparme por no destrozar el papel por todas partes. Son papeles, muchos papeles y no comprendo lo que sucede. Comienzo a leer lo que dice y con solo ver el logo en la parte superior mi corazón se acelera.

Oh, por Dios. No puede ser.

—¿Estás hablando en serio? —lo miro y su sonrisa se hace más grande cuando asiente con su cabeza—. No puedo creerlo... ¡Son clases de cocina! ¡El curso completo! —grito emocionada.

Adrien se ha gastado miles de libras en clases de cocina tradicional, pastelería y gestión hotelera. Se ha preocupado por cada detalle y cada vez que leo más y más los informes, me emociono. Serán clases en casa, vendrán hasta aquí a enseñarme a preparar todo tipo de platillos, técnicas, y podré graduarme dentro de seis meses... No lo puedo creer.

—¿Te gusta?

—¡Me encanta, Adrien, por Dios! ¡Me encanta! —grito y me lanzo a sus brazos—. ¡Gracias, cariño, gracias!

Los dos reímos y nos besamos tiernamente durante varios segundos, pero luego me siento aún más culpable, ¿Cómo se supone que deba de arruinar este momento perfecto con toda la verdad? No es justo para ambos, pero tampoco es justo que se lo oculte.

PERFECTA 3. Dime que eres mía © Deborah HirtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora