XXXII

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Mi libertad no ayuda, lo sé. Bueno, más bien lo que decido hacer con ella. 

No he tomado buenas decisiones, debí hablarte de mi pasado. Debí asumir que si no lo hablaba contigo, lo hablaría con alguien más. El se volvió mi carcelero y yo su fiel prisionero. Pero no te dejes llevar por lo que viste, no dejes que el dolor ametralle lo que sentiste por mí.

La realidad no es lo que tendemos a ver, hay mucho más allá detrás de esos muros de papel.

La verdad muchas veces se matiza como lo haría un espejo roto...

Recuerdo haber leído esta historia en un viejo libro que solía llamar imaginación.

Donde nadie lo leería en un millón de años, donde tras mi partida tendría falsas traducciones.

No creo que sea tan grave, no más convertir todo en una jodida mentira.

Donde cada día era un tormento atravesado, y uno por atravesar.

Cada segundo era la cura a un alma que luchaba por escapar.

Pero maldita sea, ¿escapar a dónde?

¿Qué te hace pensar que la miseria es mejor que nada?

No te engañes, mi condicionada libertad no significa demasiado cuando te congelas en el infierno.

Podía pasar horas mirando mi reflejo en el espejo, hasta ver un perfecto desconocido.

Descubrir que no soy nadie, o reconocer que soy quien siempre tuve miedo de ser.

Es la sepultura un lecho más cálido que el tálamo del amor.

No me vengas con pretextos, con falsas acusaciones.

Te amo. Hasta que la muerte nos separe.

Pero cariño, llevo años muerta.

Y así he amado siempre a quien mi corazón ha llevado en su equipaje.

Así lo ame a él, hasta su trágico fin.

El dolor me separa de la vida, y a su vez me hace sentir más viva que nunca dentro de mi exánime paraíso.

Como una eterna resurrección.

Por los siglos de los siglos.

Mi vida no es un tren,

En un avión,

No te bajas en cada estación;

Yo me encargo de hacerte caer.


Diario de ElizabethDonde viven las historias. Descúbrelo ahora