Fenómenos y orgullosos

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Una sensación de calma comenzó a invadirlo a medida que la sustancia corría por sus venas. Todo a su alrededor cambio, se veía y sentía diferente. En ese momento ya nada más importaba, solo estaba Gerard flotando en su remolino de placer.

Se había dejado caer en el suelo de su sucia y desordenada habitación mientras la heroína le hacía olvidar todo lo demás al menos por un momento. Todavía estaba vestido en su uniforme, más no le prestó atención. Se sentía como un pájaro volando en las nubes en un hermoso día soleado. A veces le gustaría que esa sensación fuera eterna y no acabase nunca. Levantó vagamente la cabeza cuando oyó una voz llamarlo por su nombre. Se oía lejana, pero era probable que solo fuese efecto de la droga. En efecto, poco tiempo después el rostro algo borroso de su hermano apareció en su rango de visión.

— Gerard —lo volvió a llamar. Está vez la voz se escuchó mucho más cerca.

— ¿Qué quieres? —Gerard se removió un poco de su posición para poder ver mejor.

— Mamá no vendrá a casa está noche —aviso.

Gerard no estaba sorprendido. Su madre tenía la constumbre de desaparecer noches al azar y no volver hasta la mañana siguiente, o incluso días enteros. Quién sabía donde diablos se metía. De todos modos a él ni siquiera le importaban los asuntos de Donna y tampoco quería averiguarlo.

— ¿Y qué quieres que haga? —aún se sentía en un estado de ensueño.

— Prepara algo de comer. Tengo hambre —se quejó el menor con un puchero. Gerard gruñó. Siempre era lo mismo. Su madre se iba y él debía preparar la cena, o al menos un intento de cena.

— Más tarde, Mikey —murmuró por lo bajo, tan bajo que no estaba seguro de que su hermano lo hubiera escuchado.

— ¿Me das un poco a mí también? —preguntó este mientras se acomodaba los lentes. De vez en cuando volteaba o miraba a sus costados como para asegurarse que no hubiera nada acechando en las sombras. Gerard no entendió a que se refería sino hasta que lo vio hacer eso.

— ¿Las voces volvieron de nuevo? —el menor asintió con la cabeza.

Los ataques de esquizofrenia que sufría eran algo común en él, y a pesar de tomar medicamentos para eliminar las alucinaciones estás siempre volvían junto con las voces.

Gerard se pusó de pie tambaleándose y se acercó a su pequeña mesita de noche. Abrió el cajón donde guardaba sus suministros y sacó un pequeño frasco. Mikey, quién se había sentado en el suelo junto a él, lo observó vaciar el contenido en una cuchara y tomar un encededor para calentar el líquido. Luego trasladó el contenido a la jeringa que había utilizado momentos antes. Levantó la manga de su hermano y con cuidado de no fallar descargó la sustancia en una vena de su delgado brazo.

El cuerpo del menor fue relajándose poco a poco. Se dejó caer al suelo junto a Gerard y apoyó su cabeza en el hombro de su hermano mientras la droga iba haciendo el efecto deseado. Gracias a la heroína las voces acallaban, aquella era la única manera que Gerard sabía ayudarlo.

Ambos permanecieron tirados en el suelo un buen rato más. Cuando el efecto se desvaneció un poco, Gerard fue a la cocina para preparar algo de comer. No había mucho para elegir en la despensa ni en el refrigerador, así que se las tuvo que ingeniar como pudo. Encontró unas piernas de pollo en el congelador que probablemente se encontraban allí desde el año 10.000 a.c., pero lucían bien para él. Las colocó en el horno y luego esperó a que estuvieran listas. Cuando las saco se veían bastante bien considerando el hecho que no sabía cocinar. Probablemente terminarían intoxicados.

Luego volvió a su habitación donde Mikey aguardaba y comieron en la cama, sin molestarse en usar siquiera platos o servilletas, solo las manos. Después de cenar, permanecieron viendo la televisión hasta altas horas de la noche. Mikey había sido el primero en caer rendido y dejaba escapar un suave ronquido. Gerard, en cambio, se mantuvo despierto un tiempo más hasta que finalmente cayó en los brazos de Morfeo y se perdió en el mundo de las sombras.

suicide club ↠ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora