Ni una lágrima

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Se deshicieron del cadáver enterrándolo en una fosa que habían cavado en los límites del bosque precisamente para esa tarea. Primero lo habían envuelto en varias capas de sábanas viejas que poco a poco comenzaban a teñirse del color de la sangre y lo habían trasladado en el auto del padre de Ray. Nadie los había visto cargar con el paquete sospechoso puesto que era de madrugada y todos dormían en sus camas, ajenos a la sangrienta situación que acababa de ocurrir en el vecindario.

Ya estaba comenzando a expedir olor putrefacto debido al rápido proceso de descomposición y de seguro quedaría algo de ese horroroso aroma en el coche. Pero quizás el viejo señor Toro confundiría el olor con el de algún animal muerto, como una ardilla o ave. Aquellas pequeñas y traviesas criaturas abundaban en la ciudad y era común que se metiesen en los autos o motores.

Gerard y Frank arrastraron el pesado y desfigurado cuerpo hacía la fosa con algo de esfuerzo. Mikey se había alejado del sendero a vomitar mientras que Ray se empeñaba en tratar de quitar algunas manchas de sangre que habían traspasado la tela y machando la cajuela, soltando de vez en cuando una que otra maldición. Había tomado el auto sin permiso y si su padre se llegaba a enterar lo mataría.

Hicieron rodar el cuerpo hacía el hoyo y este cayó dentro con un pluff sonoro. Comenzaron a llenarlo de tierra para cubrir la evidencia, no sin antes arrojar también el arma del crimen. Agún tiempo después lo cubrieron en su totalidad, ya no quedaba más que un sector rectangular con una tonalidad algo más oscura que el resto de la tierra. Frank estaba hecho un asco. La sangre en su ropa se había secado y endurecido. Sus jeans estaban llenos de tierra y el sudor le corría por la cara como un cerdo. No podía dejar de pensar en lo que acababa de hacer. Shawn era un idiota, un idiota al que odiaban y que se merecía lo que le había pasado, todo. Ya no los molestaría más, pero el fatal remordimiento inundaba sus pensamientos. Sin embargo, no pensó demasiado en ello, lo hecho, hecho estaba y no podía revertirse. Miró a Gerard. Su piel blanca se veía aún más pálida bajo la luz de la luna dándole un aspecto fantasmal. Estaba disfrutando de aquello, lo veía en sus ojos. Aquel brillo enfermo no lo había abandonado desde que salieron de la casa abandonada.

— ¿Qué? —preguntó este al atraparlo observándolo — ¿Te comió la lengua el muerto?

Frank negó con la cabeza, ignorando su broma de mal gusto. En realidad no tenía ganas de hablar con él, no después de como lo había utilizado previamente. Tan solo con visualizar en su mente a Shawn penetrándolo contra la pared quería golpearlo en la cara, de hecho tenía que poner toda su fuerza de voluntad para no hacerlo ahora mismo, aunque no se creía capaz de lastimar un rostro tan bello como el suyo. Jamás podría hacerlo. Al no recibir respuesta de su parte, Gerard se encogió de hombros, desinteresado, y volvió a lo que estaba haciendo con anterioridad. Es decir, a seguir orinando sobre la improvisada tumba del rubio.

~*~

El viaje de regreso a la ciudad fue lúgubre, nadie habló en todo el camino. Parecían unos completos extraños que se encontraban en un ascensor y no sabían como interactuar. Ray conducía y Mikey iba en el asiento del copolito. Ya no estaba tan verde como antes, aunque todavía se podían ver indicios de su malestar. Su hermano siempre había sido débil de estómago, en cambio, Gerard estaba hecho para esas cosas. A su lado, Frank se entretenía mirando el panorama a través de la ventanilla. Iba cruzado de brazos y con una mueca molesta. No había dicho una palabra desde que dejaron la casa y Gerard estaba comenzando a exasperarse. ¿Cuál mierda era su problema? Un día lo cogía y al siguiente se negaba a hablarle.

No podía estar molesto con él por lo de Shawn, pensó. Gerard solo quería un poco de diversión antes de acabar con él. Había sabido desde un principio que Frank se sentiría celoso pero eso no le había importado, es más, hasta lo había aprovechado para que este diera el primer golpe. Su plan había salido tal como lo había planeado y no podía estar más feliz. Ya se le pasaría, redujo.

Ray los fue dejando a cada uno en sus respectivas casas. Primero a Frank, quien bajo sin más ni menos, y luego a Gerard y Mikey, para luego partir hacía la suya antes de que su padre despertase y se diera cuenta de que su preciado auto no estaba. Gerard se abotonó la chaqueta hasta arriba para disimular las manchas de sangre. No se molestó en hacer algo con sus jeans puesto que sencillamente podía pasar como suciedad común en la noche. Le llamó la atención un auto gris estacionado fuera de la casa.

— ¿De quién es ese auto? —preguntó Mikey, leyendo sus pensamientos, con el ceño fruncido.

Gerard se asomó y dentro de este vio a un sujeto aguardando. Parecía estar alrededor de sus cuarenta años, con poblada cabellera castaña y arrugas notables en su cara. Al darse cuenta de que un adolescente androjoso lo estaba obervando, hizo una mueca de desprecio y Gerard rápidamente se alejó de la ventanilla. Otra cosa curiosa que no había notado al llegar era que las luces de la casa estaban encedidas, lo cual era extraño puesto que a esa hora de la madrugada su madre dormitaba o ni siquiera estaba en casa. Confusos entraron a la residencia, encontrando que la puerta estaba abierta, y al entrar vieron a Donna bajando las escaleras cargando con una maleta en cada mano.

— Mamá, ¿qué haces? —cuestionó Mikey, pero Donna ignoró la pregunta de su hijo. No dijo nada, solo recogió algunas pertenencias de la sala y las guardó en su bolso de mano. Gerard tenía una vaga idea de lo que estaba haciendo, había visto a su padre hacer lo mismo años atrás.

— ¿Adónde vas? —quisó saber Gerard, viendo como la mujer rubia seguía guardando cosas.

— Me marchó de aquí. Ya no lo soporto —murmuró, mientras los pasaba de largo y se dirigía hacía la puerta.

— ¿Vas a dejarnos así como así? —bramó Gerard, llamándola, con repentina furia creciendo en su interior. Mikey lo miró con el ceño fruncido, todavía no captando las intenciones de Donna. Después de todo aquella mujer era su madre y aunque no fuera buena en su tarea, tenía la mínima obligación de cuidar de ellos, era su culpa no haberse cuidado y tenerlos. Pero Donna no le hizó caso y ni siquiera se dignó a voltearse.

—¡Mamá, espera! —Mikey corrió tras ella e intentó detenerla, pero Donna lo alejó bruscamente de ella.

— ¡No me toques, pequeño engendro! —gritó,  con odio evidente en su voz. Las arrugas se veían alrededor de sus cansados ojos y varias canas se veían en su cabello rubio— Tú y tu enfermo hermano fueron lo peor que pudo haberme ocurrido en esta vida. Años cuidando de ustedes, años de vida desperdiciados que jamás recuperare. Su padre hizo bien en dejarlos, antes yo no lo entendía pero ahora veo porque lo hizo. Pero ya no más, al fin tengo una oportunidad con Paul —sin más decir, salió de la casa de la misma manera que salía de sus vidas para siempre. Subió al auto esperando por ella fuera, y este arrancó poco después, dejando una estela de polvo a su paso.

Ninguno de los dos se movió de su lugar inmediatamente, solo se quedaron observando la puerta semi-abierta por algún tiempo más. Eso dolió, más de lo que a Gerard le gustaría admitir, pero no lo demostraba. Los sollozos de Mikey comenzaron a escucharse en la vacía habitación al darse cuenta de que su madre acababa de irse, tal vez para siempre. Pero no Gerard, él no se dignaría a derramar una lágrima por ella. No sentía ni el más mínimo afecto por la mujer que le había dado el regalo de la vida. Y quizás su partida era para mejor, pues la casa se vería igual con o sin ella.

Desde ahora estaban solos. Su madre acababa de abandonarlos al igual que había hecho su padre, y ya no tenían a nadie más, únicamente a ellos mismos. Su hermano se aferró a él en busca de algo de comfort, comfort que no sabía dar.

suicide club ↠ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora