Problemas de la mente y el corazón

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Gerard estaba fuera de sí. La droga en su sistema era tal que apenas tenía noción de lo que ocurría en su entorno y vagamente recordaba donde se encontraba. Tuvo que esforzarse para hacer que su intoxicado cerebro recordase que aún se prevalecía en su habitación, más precisamente acostado semidesnudo sobre la cama mientras el sujeto a su lado volvía a colocarse sus ropas. Gerard estiro su mano para alcanzar el paquete de cigarros que descansaban solemnemente en la mesita de noche. Necesitaba uno para llenar sus pulmones de humo cancerígeno.

— Estuviste bien —el sujeto cuyo nombre no se había molestado en aprender acarició su muslo descubierto entre las sábanas. Gerard respondió dándole una calada a su cigarro y largando el humo, silencioso. No le gustaba entablar conversaciones con sus clientes— ¿La semana que viene a la misma hora? —preguntó a la vez que depositaba un fajo de billetes junto al paquete de cigarros. Gerard se encogió de hombros, más concentrado en cómo el humo salía de su boca y se dispersaba hasta desaparecer por la habitación oscura. Le oyó decir algo más que no llegó a entender del todo y luego observó como se marchaba, quizás para regresar otro día o quizás nunca, no lo sabía. Conocía a los de su tipo, hombres maduros con esposa e hijos, los cuales necesitaban satisfacer su homosexualidad reprimida mediante negocios de placer. De todos modos no le importaba demasiado, ellos no se metían en su vida, Gerard tampoco lo hacía en la de estos.

Agarró los billetes y contó unos buenos cincuenta dólares que servirían para comprar algo de alimentos y si sobraba también podría comprar más drogas para complementar su adición.

Se levantó pesadamente de la cama ignorando el frío que lo invadió de pronto al estar usando nada más que su ropa interior, y se dirigió al cuarto de baño. Allí se enjuagó el rostro con agua fría. Esa era su vida ahora, vender su cuerpo a sujetos que no conocía por algo de dinero y así subsistir. Su madre los había dejado completamente solos, y Gerard se vio obligado a convertirse en el nuevo proveedor de la casa de la única manera que sabía hacerlo. No era tan malo como parecía, ambas partes obtenían beneficios mutuos y podía ser mucho peor. El dinero que obtenía no era mucho, solo lo suficiente para comer pero no para pagar los impuestos de la casa, por lo que los servicios de electricidad habían dejado de funcionar semanas atrás y vivían en la oscuridad.

Ambos habían dejado de asistir a la escuela luego de lo ocurrido con Frank y Ray, hacía casi tres semanas atrás, simplemente no tenía caso seguir asistiendo y en todo ese tiempo Gerard no había intercambiado diálogo con ninguno. Se habían desvanecido de sus vidas y él estaba bien con eso. Ellos habían tomado su decisión y lo hecho, hecho estaba. No podía afectarle lo ocurrido con Frank, después de todo el no sentía nada por este... No tenían nada. Algunas ocasiones se encontraba pensando en él, pero estos pensamientos eran rápidamente sustituidos por enojo. La forma en que lo había traicionado, despechado y luego golpeado había quedado grabada en su memoria.

Se miró con rabia al espejo. Odiaba su maldita cara, la odiaba. El pequeño corte en su pómulo izquierdo había cicatrizado pero no desaparecido, una delgada línea blanquecina resaltaba contra su piel anormalmente pálida. Un recordatorio constante, una marca que lo perseguiría por siempre. No pudiendo soportar un segundo más aquella torturadora imagen, golpeó en un arrebato de ira el cristal con su propio puño, rompiéndose este en pedazos y lastimándose la mano. El vidrio roto se internó dolorosamente en su carne y la sangre no tardó en comenzar a emanar. Gerard soltó una maldición que nadie escuchó, y cubrió su lastimada mano con una vieja camiseta que encontró tirada en el suelo. Se permitió soltar un sollozo, dolía, pero más tarde se ocuparía de aquello. Ahora tenía otros asuntos que atender.

Se puso algo de ropa encima y bajo hasta la planta baja, donde encontró a Mikey dormitando sobre el sofá. Recientemente había tenido uno de sus ataques esquizofrénicos y sus antidepresivos se habían acabado, por lo que estos eran más frecuentes. Gerard tenía en su lista de prioridades conseguir más, odiaba verlo sufrir y luchar contra voces con las cuales Gerard no podía defenderlo.

suicide club ↠ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora