La calma que precede a la tormenta

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Frank se encontró a sí mismo dirigiéndose hacia el hogar de los Way. Luego de la pequeña charla que había tenido con Ray el otro día, durante la cual su amigo de cabellos rizados lo había encorajado a hacer lo que tuviera que hacer para sentirse bien consigo mismo de nuevo, decidió seguir su consejo y recorrer una vez más el conocido camino que lo conducía a aquella residencia lúgubre, independientemente de si era para bien o para mal, probablemente lo último. Lo que Ray no sabía era que Frank no creía que hubiera forma de sentirse bien consigo mismo nunca más, no después de lo que había hecho. Simplemente no lo creía posible y era poco probable, pero si ir ayudaba a satisfacer su ansiedad y preocupación por el chico causante de todo eso, entonces sí lo haría.

Había logrado escabullirse de casa sin ser notado por su padre, a través del elaborado y útil escape por su ventana. Inconscientemente reducía la velocidad al caminar a medida que se iba acercando a su destino. Recordaba la vez que Gerard lo había invitado a su casa por primera vez, poco tiempo después de haberse conocido, y habían permanecido despiertos toda la noche en una especie de 'pijamada', si es que podía llamarse así. Habían atado una sábana en los soportes de la cama y la habían hecho pasar por una tienda de campamento improvisada, con una linterna alumbrando el oscuro interior.

Metidos en su pequeño refugio se contaron historias y chismes que habían oído por ahí, y rieron más de lo que Frank lo había vuelto a hacer en su vida. Luego las risas se acabaron y surgió el tema de la vida, de porqué les había tocado vivir lo que vivían y la muerte. Gerard le habló sobre sus pensamientos suicidas, de sus intentos de quitarse la vida y lo miserable que se sentía todo el tiempo. Frank había escuchado cada palabra que le dijo con atención, observando cómo las expresiones en su rostro iluminado por la leve luz de la linterna cambiaban de acuerdo a lo que estaba contando. En ese momento fue cuando supo que se había enamorado perdidamente de él. Si podía amar a sus demonios, se dijo Frank, entonces también podía hacerlo con el turbulento dueño de estos.

En aquel entonces solo habían sido un par de chicos de quince años tratando de pasarla bien, jamás hubiera previsto el brutal giro de 360 grados que daría Gerard, y todo se desencadenó con su ingreso al mundo de las drogas, habiendo sido impulsado a esto por el muy cretino de Marcus, aquel chico con quien Gerard había salido durante un tiempo. Frank lo odió desde el primer momento en que lo vio, aún lo seguía haciendo por lo que le había hecho a este y estaba seguro de que si alguna vez lo volvía a ver lo mataría a golpes.

Se detuvo frente a la casa, dudoso. Ahora que estaba ahí no se atrevía a avanzar ni a intentar nada. Tantos recuerdos reproduciéndose en su mente le impedían moverse, porque sabía de antemano que no le gustaría lo que iba a encontrar allí dentro. No se veía ninguna luz venir desde el interior, dedujo que quizás no había nadie, pero era imposible, conocía a Gerard y su desdén por salir al mundo exterior y socializar. Así que suspiró, dejando salir todos los nervios. Avanzó y golpeó a la puerta, descubriendo que de hecho está se encontraba abierta. ¿Porqué dejarían la puerta abierta?, se preguntó Frank extrañado. ¿Acaso a Donna no le preocupaba la intromisión de alguien indeseado a la casa? O ¿Qué entrasen ladrones a robar? Supuso que puesto que el vecindario era muy tranquilo, a la vieja señora Way no le preocupaba demasiado el asunto.

Tal como si alguien lo hubiese invitado a pasar, Frank entró y cerró la puerta a sus espaldas. Está se cerró con un sonido digno de castillo tenebroso, dejando por consecuente la mayor parte del lugar a oscuras. Todas las luces de la sala y también de la casa se encontraban apagadas, al menos hasta donde alcanzaba la vista, para gran desconcierto del moreno. El silencio reinaba y no se oía ningún ruido, haciendo del lugar más lúgubre de lo que recordaba. El piso de madera crujió bajo su peso.

— ¡¿Dónde demonios estabas, Mikey!? —una voz aguda proveniente de la escalera lo sobresaltó. Oía los pasos bajando por los escalones, acercándose cada vez más y más hasta él, sabía muy bien quién era el dueño de la voz—, ¡Desapareces sin decirme nada y...! —Gerard se detuvo a mitad de las escaleras al ver que efectivamente no se trataba de su hermano, con quien inicialmente había confundido al huésped.

suicide club ↠ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora