La muerte es mi aliada

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— ¡Mikey! —Gerard entró a su casa corriendo y llamó a su hermano, agitado— ¡Mikey! ¡¿Dónde estás?!

Corrió hasta la sala en caso de que estuviese dormitando en el sofá como acostumbraba, al no verlo allí fue hacia la cocina dónde tampoco lo encontró. Las habitaciones estaban oscuras, no habían tenido electricidad desde hacía varias semanas y sólo la vaga luz de la luna iluminaba el interior.

Comenzó a creer que se había ido, que lo había dejado al igual que todos en su vida. No, no podía haberlo abandonado. Era todo lo que tenía, Gerard no podría soportarlo. Comenzó a agitarse aún más y a caer en desesperación. Primero Frank y ahora Mikey. Quería llorar, y terminó por tirar de un fuerte manotazo varios artilugios de cocina que estaban a su alcance, creando un horrible estruendo.

— ¿Gerard, eres tú? —oyó a una voz familiar venir de las escaleras. El antes nombrado se apresuró a ir hasta la fuente del sonido y sonrío al ver a su hermano bajando por ellas. Sus lentes brillaban al reflejar la luz y la iluminación resaltaba sus pómulos afilados. Se frenó en seco en cuanto tan pronto vio su sanguinario estado— ¿Q-qué te ocurrió?

— He hecho lo que tenía qué hacer. Y también sé lo que debo hacer ahora —dijo. Dio unos pasos hacia adelante y frunció el entrecejo cuando vio a Mikey retroceder. No podía tenerle miedo a él, se dijo. No, no podía. Ante la iniciativa de éste extendió su brazos tal cómo alguien que quisiera emprender vuelo— Ven, dame un abrazo. Soy yo, Gerard.

Mikey se quedó petrificado en su lugar, a medio camino de las escaleras y el piso. Parecía dudar, lo veía como si fuera un extraño y aquello no le gustó a Gerard.

Era su maldito hermano, seguía siendo él, su hermano quien se había encargado de cuidarlo numerosas veces cuando su madre no estaba y se suponía que aún lo hacía. Mikey trataba se convencerse a sí mismo de eso. No podría hacerle daño, pero le asustaba. Le asustaba su mirada enferma. Avanzó con paso tentativo, Gerard le miraba cómo si estuviera viendo a otra presa con la cual acabar, su rostro se contorsionaba en diferentes muecas a medida que iba acercándose y la sangre seca en su rostro estaba comenzando a desconcharse. Todo estaría bien, se dijo, pero las voces en su cabeza le decían lo contrario.

Es un monstruo.

Te hará daño.

Es un asesino.

Le decían. Pero no les hacía caso, se decía que no podía ser cierto, pues él lo conocía.
Su cuerpo tembló cuando se unió a su hermano. Gerard envolvió fuertemente sus brazos en su huesuda espalda y lo acuno contra su pecho. El aroma a sangre y algo más invadió su nariz en forma desagradable.

— Tú confías en mí, ¿cierto? —murmuró Gerard en su cabello. Mikey asintió con la cabeza— Sabes qué todo lo que hago lo hago por nosotros. Papá nos abandonó, mamá también lo hizo, pero no los necesitamos. Estamos mejor sin ellos. Sé que es lo mejor para nosotros, hermano. Nosotros no pertenecemos aquí, no estamos hechos para este mundo.

— ¿Q-qué quieres decir eso eso?

— Yo voy a liberarnos. Nos iremos de este lugar y al fin seremos libres. No tendremos que volver a preocuparnos de nada, todo dejará de importar luego de qué nos vayamos.

— ¿Nos... mudaremos? —preguntó, sin estar seguro de entender. Gerard lo alejó de su pecho y sostuvo su rostro con ambas manos.

— Mejor —aseguró. Rozó algunos de los cabellos sueltos en su rostro y sonrío. Mikey era puro pero frágil, el mundo le lastimaría aún más de lo qué ya había hecho con su ser y lo dejaría roto. Lo miraba con cierta confusión, pero Gerard aclararía todas sus dudas.

suicide club ↠ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora