La locura carcome todo lo bueno

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La escuálida chica rubia solo vestía paños menores, una camiseta demasiado grande para ella que apenas llegaba a cubrirle la longitud del trasero y nada más. Había bajado hacia la cocina desprevenida, quizás por un refrigerio o snack después del acto sexual y recuperar algo de energía. Pero allí se encontraría con otra cosa que no esperaba. La parte delantera de su camiseta blanca se tiñó de rojo carmesí cuando Gerard emergió de entre las sombras y se acercó por detrás. Deslizó solemnemente el cuchillo por su garganta, creando un magnífico y profundo tajo del cual la sangre emanó a chorros. Dana ni siquiera llegó a gritar, le era imposible pronunciar palabra alguna con aquel corte en su garganta, ahogando su voz. Mejor, aunque le encantaría oírla gritar, no quería alertar al otro.

Gerard observó satisfactoriamente como la chica se tambaleaba por el lugar mientras sostenía su cuello, luchando por respirar pues su propia sangre la estaba ahogando. Su mirada divago perdida por el lugar hasta que se enfocó en Gerard. Luego lo miró con desesperación y pavor, Gerard le sonrió con simpatía fingida.

— Ahora deberías sentir lástima por ti misma, perra —escupió, disfrutando del espectáculo que representaban los últimos momentos de su insulsa vida. Dana cayó al suelo con un ruido sordo y en el proceso volcó la mesa de desayuno, junto con el resto de las cosas que reposaban en está, como algunos platos y adornos decorativos. Convulsionó durante unos momentos más en el piso, tal como si fuera un pescado fuera del agua, hasta que finalmente su cuerpo dejó de moverse y su último aliento la abandonó. Sus ojos quedaron abiertos y fijos, mirando hacia la nada absoluta. Aún reposaba una mano inerte sobre su sangriento cuello abierto.

Salpicaduras de sangre habían caído sobre la ropa de Gerard, así como también en el refrigerador y muchos otros muebles. La cocina era un desastre; sangre por todas partes y un serpenteante rastro de la misma dejado por una Dana desesperada. Gerard tomó un paño y limpió el gran cuchillo de cocina que había tomado de allí mismo. Su reflejo relució en este cuando estuvo libre del líquido rojo, ahora solo quedaba uno. Le dedicó una última mirada insolente al cadáver de Dana y comenzó a dirigirse escaleras arriba, dónde se encontraba su siguiente víctima.

Qué tontos habían sido, deberían de haberse preocupado por quien les seguía el paso, porque ese alguien podría ser un asesino serial y acabar con ellos en un santiamén. Gerard no era exactamente un asesino serial, solo era alguien mentalmente inestable que buscaba venganza. Shawn no fue suficiente, se sintió jodidamente bien el verlo muerto, pero quería más, mucho más. Lo había descubierto en el restaurante, aquella necesidad de dominar y matar que corría por sus venas no se calmaría hasta que volviera a hacerlo. Y había tenido a los blancos perfectos, sobre todo porque ya no permitiría que nadie le pasase por encima, ya no. Los escalones de madera de la casa de Damon crujieron bajo su peso a medida que subía. La luz de la luna entraba por las ventanas y le daba un aspecto lúgubre al interior del hogar. Vio fotos colgadas en las paredes de Damon junto con su familia, sus padres no se encontraban en la casa puesto que habían salido de viaje aquella misma tarde, Gerard los había visto irse mientras aguardaba fuera de la propiedad, oculto entre los árboles y esperando el momento oportuno para entrar. No fue muy difícil lograr acceder dentro una vez que oscureció, había dado toda la vuelta a la redonda y entró por la puerta trasera, la cual logró abrir luego de un poco de forcejeo.

Llegó al corredor y no le tomó demasiado tiempo averiguar cuál era la habitación de Damon, era la única con un letrero pegado en la puerta que decía "prohibido pasar." Se acercó a esta y al no oír ruido provenir del interior la entreabrió apenas, lo suficiente para lograr ver y no ser visto en caso de que este estuviese despierto. Y no se había equivocado. Tal como predijo que estaría, el semirubio se encontraba dormitando; su cuerpo completamente desnudo, y su silueta se iluminaba por la luz lunar que entraba a la habitación. Se detuvo a mirarlo por un tiempo, el filoso instrumento de cocina brillaba en su mano, en espera de volver a entrar en acción. No parecía tan bravo ahora, se dijo Gerard, estaba indefenso. Lo único que tenía que hacer era un pequeño corte en su yugular y ya no habría más Damon, libraría al mundo de otro cretino inservible como él. Le estaba haciendo un favor, ahora que lo pensaba.

suicide club ↠ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora