A merced de los malos

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Frank no tardó mucho en llegar a la propiedad que sabía pertenecía a la familia Albarn. Nunca había estado dentro de ella, pero sabía cuál era y dónde se encontraba. En un vecindario tan reducido como aquel todo el mundo sabía dónde vivían todos. Ignoraba la hora que era, quizás la una o dos de la madrugada o incluso más tarde, de todos modos la hora era lo de menos. Era una noche fresca, lo bastante para verse obligado a vestir una chaqueta pero no lo suficiente como para abrigarse hasta el cuello. Esperaba que su padre no se diese cuenta de su ausencia, lo más probable era que ahora mismo estuviera desmayado en el piso intoxicado con alcohol, así que lo dudaba bastante.

Se detuvo fuera de la casa. No sabía lo que encontraría al entrar. Gerard no le había dado detalles, sólo le había dicho que se 'había encargado de un asunto' y que necesitaba su ayuda. Frank sabía que ese asunto implicaba derramamiento de sangre, siempre lo hacia viniendo de Gerard. Sobre todo cuando le dijo que se encontraba en casa de Damon y en ese momento no le cayó duda de lo que había hecho. Frank había visto su mirada psicótica en el restaurante, la manera en qué había actuado luego del desafortunado encuentro y de cómo había desaparecido posteriormente.

Suspiró y sin más tardar caminó hacia la parte trasera de la casa, dónde Gerard le había dicho que la puerta trasera estaba abierta. La puerta se abrió con un chillido digno de una película de horror, del tipo que Frank tanto odiaba y de las que nunca desearía estar en una. Se aventuró dentro con una fea sensación creciendo en su estómago. Vio que la puerta conducía hacia la cocina, o al menos eso creía, todas las luces estaban apagadas y  le era difícil ver. Debía de haber un interruptor en alguna parte, solo tenía que encontrarlo. Tanteó la pared en busca de este y vitoreó internamente cuando sus dedos tocaron la superficie fría y plástica del interruptor. Las luces de la habitación se encendieron de golpe y lo cegaron momentáneamente, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz vio un charco de sangre que se extendía hasta dónde estaba él, hasta sus pies.

Siguió el rastro y pronto se encontró con la fuente de esta. Había una chica semidesnuda yaciendo inmóvil en el piso, una fea hendidura se dejaba ver en su cuello, lugar desde donde emanaba el líquido rojo. Sus ojos estaban abiertos y miraban hacia el techo, pútridos. Un color blanquecino había comenzado a extenderse por su piel; llevaba muerta un buen rato.

Frank la reconoció, la reconoció como aquella chica rubia que había estado con Damon más temprano ese día. Y al parecer había tenido la mala suerte de encontrarse en la casa en aquel desafortunado momento.

— Frankie, viniste —se sobresaltó al oír la voz chillona de Gerard. Este apareció de la nada; su ropa estaba cubierta de numerosas manchas de sangre que ya comenzaba a endurecerse y oscurecer. Su cabello negro se encontraba desordenado y fuera de lugar, salpicaduras de sangre también manchaban su rostro pálido dándole un aspecto similar al de un asesino serial salido de las películas. Algo de sudor también se permitía ver en el océano de hemoglobina y se mezclaba con esta. Y en su mano sostenía un cuchillo, un cuchillo decorado con rojo. Sabía lo que lo había hecho con él.

— Gerard, dame el cuchillo —trató con él cuando comenzó a acercarse, su sonrisa se congeló en su cara. Frank recordó lo advertencia de Ray, de cómo le había dicho que Gerard podría volverse en su contra. Y en aquel momento no escatimaba ninguna posibilidad. Gerard lo miró con cara ceñuda, viendo con recelo el brazo extendido con el cuál Frank exigía el arma homicida.

— ¿Temes que te lastime? —cuestionó Gerard, divagando por la habitación como un buitre. Frank lo seguía atentamente con la mirada— ¿No confías en mí? —esa era una buena pregunta.

— Sólo entrégamelo —insistió Frank aún con su brazo extendido en su dirección, no queriendo parecer demasiado ansioso por quitárselo de las manos— Gerard, dámelo.

suicide club ↠ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora