Capítulo 26 : Rubí

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Canción: Sugarbabes - Caught In A Moment


Aunque sus brazos me rodeaban completamente me sentía inquieta

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Aunque sus brazos me rodeaban completamente me sentía inquieta. Me latía el corazón con una punzada, era como si tuviera una espina clavada entre las costillas. Sin embargo, estaba tan agotada que me quedé dormida casi de inmediato. Las suaves caricias de Vincent eran propicias para relajarme.

Me desperté por momentos, creo que dormía como media hora y luego me despertaba. La respiración tranquila de Vincent formaba una suave canción para recuperar el sueño. Pero esos minutos que duraba despierta los ocupaba (o más bien dicho "desperdiciaba") en pensar e idear una forma para dejar a Pete. Presentar una renuncia escrita era lo que debía hacer, y a la vez era la peor de las ideas. Porque él iría a mi casa, o donde yo estuviera, y rompería la hoja en mi cara, o me rompería a mí la cara. También podía demandarlo. Tal vez si realizaba mi renuncia de manera formal en el edificio donde estaban las oficinas, obligaba a las chicas a que me realizaran el trámite sin hablarle a Pete y luego huía a casa de mi madre. Esa última parecía mejor idea.

Entonces me quedé dormida.

Tuve un sueño extraño que recuerdo perfectamente. Me encontraba en una habitación roja. No sé exactamente qué era lo que estaba en color rojo, tal vez la alfombra persa y las paredes. A pesar de estar encadenada, con los brazos en la espalda, y semidesnuda, me sentía completamente segura. Traía puesto un corsé negro con vuelo en los pechos y al rededor de la cintura a manera de falda. Estaba usando los preciosos zapatos que el señor Mitchell Connolly me había obsequiado, solo que eran de un color más oscuro. Vincent, vestido con un elegante traje negro, me hizo caminar hasta el centro de la habitación utilizando una fusta para guiarme (no me golpeaba con ella, solamente me empujó del hombro con dicha arma). Yo caminé, me detuve frente a una enorme jaula que colgaba del techo y Vincent abrió la puerta, una pequeña por donde apenas cabía. Cuando entré debí hacerme bolita y escuché la voz de Pete: Oh, pequeña mocosa, eres estúpida. Vincent se acercó a mí para decirme que no debía tener miedo, porque Pete no estaba allí. Luego él me abrió las piernas para que pudiera sentarme y dejarlas caer libres por entre los barrotes. Pero así estaba completamente a su merced. Estaba abierta, sin ropa ni manera de defenderme. Los dedos de Vincent comenzaron a causar esos estragos al acariciarme, no solo la vagina, sino también los muslos y las piernas.

—Eres una mujer tan hermosa —escuché que dijo.

Aquello me hizo despertar lentamente. Vincent me había acomodado para poder introducir sus dedos en mí. Me estaba acariciando como en mi sueño.

—¡Dios! —gruñí. Mi voz estaba afectada por el sueño y el placer que él me estaba provocando. Abrí más las piernas, así él tenía plena libertad para entrar todo lo que quisiera. Es una suerte que mi hombre tiene dedos largos y ágiles como los de un pianista.

Me besó el cuello al tiempo en que sus dedos comenzaron a ser más rápidos. Sentí su erección frotándose contra mi trasero y comencé a rogarle para que me penetrara.

Rubí (Cherry Ladies 1) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora