CAPÍTULO TRES.

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Las próximas dos semanas, habían sido un no parar. Tenía que reconocer que me había venido bien estar distraída en algo. Me pasaba las mañanas y las tardes en el gran salón, aprendiendo el idioma, las costumbres, las pedidas...

Cada miembro de la Torre, se había encargado de enseñarme algo diferente: Bellus (que significaba guerra) me había enseñado a dejarme llevar por mi intuición, a pensar planes de huida a una velocidad de vértigo y a reconocer a toda clase de enemigos que habitaban esas tierras; Dexter (que significaba destreza) me había enseñado a cómo comportarme con cada criatura que me encontrara, a caminar de forma silenciosa, a sobrevivir sin comida y a subirme a los árboles con ligereza; Humili (que significaba humildad) me había enseñado el carácter de cada una de las razas de este mundo, especiales cada una en sí mismas; Beati (que significaba alegría) me había enseñado a no venirme abajo en ningún momento, sin importar lo que me dijeran o lo que tuviera que oír y a cómo recomponerme si algo me afectaba; Amaris se había centrado en enseñarme lo básico de su idioma y lo que eran y significaban las pedidas; Y Fortis me había estado machacando duramente, todas sus clases eran físicas y su intención era que yo aprendiera a moverme como él, pero eso era imposible. Aquel chico se movía con la rapidez de un halcón, saltaba tan alto como un puma, peleaba con la fiereza de un león...era algo extraordinario y digno de ver.

Había visto poco a Trudis, ella se había encargado de ayudarme en el aseo y de llevarme las comidas, también había cargado conmigo hasta la cama los días que yo me quedaba dormida a la mesa con un libro en frente. La quería mucho, de eso estaba segura. A veces, incluso, sentía que volvía a tener una madre de nuevo.

Habían decidido que el viaje comenzaría en un par de días y me habían explicado que no tardaríamos demasiado, ya que podían utilizar todas las puertas que encontráramos en el camino. Me estaba costando entender su funcionamiento, debías de ser especial para encontrarlas, no cualquiera podía verlas y como yo no era un Ángelus, esa opción para mi estaba descartada. Partiríamos al atardecer, que en este mundo era la hora más tranquila y por lo que me habían enseñado respecto a los seres que nos podíamos encontrar, me parecía una opción estupenda.

De repente, desperté de mi ensoñación y me di cuenta de que llegaba tarde a mi última clase con Fortis, tenía que darme prisa y así lo hice.

—Perdona mi tardanza, Fortis. Estoy un poco nerviosa y me distraigo con facilidad —dije con una sonrisa de disculpa.

—No pasa nada, es comprensible. Hoy no vamos a entrenar. —Eso si que me sorprendió, primero no le había parecido mal que llegara tarde y encima, no quería entrenar.

— ¿Entonces qué haremos? —pregunté interesada.

—Tengo que explicarte algo. Es prácticamente imposible que nos crucemos con algún Daemon por el camino, pero si sucediera, debes correr y esconderte en el mejor lugar que encuentres. Sin embargo, he estado averiguando y tenemos otro peligro. Por algún motivo, hay Petitmal controlando toda esa zona.

—Pero Amaris me dijo que no eran tan peligrosos como los Daemon. — De inmediato asintió.

—Y así es, pero es mejor no confiarse. Su mayor poder es la transformación, tenlo siempre presente. Se camuflan con facilidad pero debes confiar en tu instinto y mirar más allá del exterior como te hemos enseñado. — Asentí en señal de entendimiento.

—Tranquilo, lo haré lo mejor que pueda. Lo prometo. — Me respondió con una sonrisa, algo que era la primera vez que sucedía. —Sólo espero no ser una molestia o un estorbo. —

—No lo serás, estás destinada a esto desde que naciste. Los Señores lo han dejado claro.

—Pero, ¿por qué yo? No he vivido aquí, ni pertenezco a ésto.

—Te equivocas Lucy, perteneces a este mundo tanto como yo. He deducido que tu madre también pertenecía a nosotros pero algo la obligó a ocultarte. Seguramente estarías en peligro y por eso, camufló hasta tu nombre. — No podía negar ni disimular que yo también había barajado esa opción.

— ¿Sabes? Casi no la recuerdo. — Mi voz se quebró.

—Por un lado es mejor. Si no la recuerdas, no puedes echarla de menos —dijo mientras hundía la cabeza entre sus piernas.

—Lo dices por lo de tu tío, ¿verdad?, ¿qué pasó con él? — El chico tardó unos minutos en responder.

—El vivía aquí con nosotros y era la única familia que tenía. Mi madre murió al darme a luz y mi padre nos abandonó nada más saber que yo existía. — Suspiró. —Un día hace dos años, empezó a comportarse de manera extraña; se pasaba el día encerrado en su habitación y no hablaba con nadie. Dos días después, desapareció.

— ¿Sin más? —pregunté extrañada, a lo que el asintió en respuesta. —Es extraño, ¿piensas que alguien se lo pudo llevar, verdad? — El chico volvió a asentir.

—Él nunca me hubiera abandonado. — Se le quebró la voz. —Por eso tengo que encontrarle y traerlo de vuelta. — Una lágrima asomó a sus ojos. Le agarré del brazo y me pegué más a él para que notara mi apoyo.

—Y así será Fortis, en cuánto terminemos con ésto, te ayudaré. Te prometo que no voy a parar hasta que demos con él, ¿trato? — El muchacho volvió a sonreírme y se acercó a mi, inclinando la cabeza y quedando cara a cara.

—Gracias. —susurró.

Aquel momento fue como si se hubiera parado el tiempo. Cara a cara, no pude evitar observarle con detenimiento. Sus ojos naranjas, ahora cristalinos por la emoción; su nariz perfecta; sus labios entreabiertos; su respiración entrecortada; sus brazos... Todo me invitaba a acercarme más a él y así lo hice. Al principio, me pareció que el también se acercaba a mi, despacio, para después apartarse bruscamente y apartar mi agarre de su brazo.

Se levantó y sacó algo de su bolsillo para tendérmelo después.

— ¿Qué es? —pregunté intrigada.

—Es mi lapis. Tiene poder, aunque es limitado. Es lo que utilizamos cuando estamos estudiando y no tenemos nuestra pinna. Ya que tu no puedes usarla, quiero darte ésto para que estés algo más protegida. — Mi emoción salía a toda velocidad. Se trataba de una especie de piedra, con muchos ángulos a ambos lados y de un color naranja claro. Al contacto de sus dedos, brillaba de una manera fascinante.

Alargué la mano para cogerla y Fortis me la dio. Una fuerza y una vibración extraña me recorrieron por dentro e inmediatamente la lapis comenzó a brillar de nuevo. No sabría explicar por qué, pero sentía un enorme cariño hacia esa piedra.

—Parece que le has caído bien —dijo Fortis con una media sonrisa.

— ¿Podría caerle mal a una piedra? —pregunté incrédula.

—Por supuesto, de hecho las lapis rara vez responden ante alguien que no sea su dueño, parecido a las pinnas pero no sé por qué, sabía que os llevaríais bien.

Todo estaba listo, Fortis y yo saldríamos de viaje en apenas unos minutos. Amaris había insistido mucho en acompañarnos, pero todos los miembros de la Torre la habían disuadido ya que las palabras de los Señores, habían sido claras.

La puerta principal se encontraba llena de gente, que esperaba allí para despedirnos y desearnos buena suerte. Todos estaban felices, sólo de pensar que podíamos averiguar algo más sobre Vindi. Pero Trudis estaba hecha un mar de lágrimas.

—Oh, Trudis, no llores. — Le pedí. —Todo saldrá bien, ya lo verás.

—Cuídate niña y vuelve sana y salva. — Fue lo último que me dijo, mientras me daba un beso y un abrazo.

—Acordaros de todo lo que os hemos dicho. Y si en una semana no estáis de vuelta, iremos en vuestra busca —aseguró Bellus.

Amaris nos dio un par de últimos consejos antes de empezar a caminar. No pude evitar, darme la vuelta y agitar mi brazo en señal de despedida; lo que dejaba allí, era lo más parecido a una familia que había tenido nunca.

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora