CAPÍTULO VEINTE.

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Entramos en el Refugio corriendo y Fortis llamó a Amaris con ayuda de su pinna. Apenas unos minutos después, la Ángelus había atravesado el portal y estaba frente a nosotros. Fortis estaba demasiado alterado, yo había intentado calmarle explicándole que no había notado nada raro y que serían imaginaciones suyas, pero sin resultado. Le salían atropelladamente las palabras y Amaris no estaba entendiendo nada, así que, armándome de paciencia, comencé con la explicación.

—Tranquilo, Fortis —dije mirándole directamente.— Yo explicaré lo que ha pasado.

—Te lo agradezco, Lucy. Este joven está demasiado alterado. — Amaris sonrió.

—Bien, no es nada grave. Es sólo que Fortis asegura que mis ojos han cambiado de color. Yo le digo que eso es imposible y que seguro que no se había fijado bien... — No pude continuar. Amaris se acercó lentamente hacia mi y puso su cara en frente de la mía, muy cerca. Tras unos segundos observándome añadió:

—Me temo que tienes razón, Fortis. Sus ojos se están anaranjando —explicó Amaris con calma. Osea que era verdad, mis ojos eran distintos. Pero yo no había notado nada...

— ¿Qué significa ésto, Amaris?  —preguntó Fortis nervioso.

—Tranquilo muchacho, no lo sé. Haré unas averiguaciones y prometo daros una respuesta lo antes posible. — Sin mediar palabra abrió el portal y lo atravesó, dejándonos a solas de nuevo.

—Ésto es increíble —declaró Fortis.

Me costó mucho rato tranquilizarlo, si Amaris había prometido una respuesta, nos la daría o al menos, lo intentaría. Yo me encontraba igual que siempre, por lo que creía que no había que preocuparse tanto. Ya llevábamos dos horas en el jardín y decidimos volver dentro para irnos a descansar. Ninguno de los dos quiso cenar, el estómago se nos había cerrado.

—Arriba, date prisa. Tienes visita —decía Trudis mientras correteaba de un lado a otro de la habitación preparando todo lo necesario para mi aseo. No recordaba cuando me había dormido, el deseo que le pedí a mi lapis para que me ayudara a descansar, debió de dar resultado.

— ¿Visita? ¿De quién se trata? —pregunté curiosa. Trudis me miró con una sonrisa en los labios.

—Es una sorpresa y si lo quieres saber, debes darte prisa. — Salió de la habitación.

Sin más espera, me dirigí al baño y me aseé como cada mañana, tomé mi ropa y me la puse. Por más que lo pensaba no se me ocurría quién podía ser. Yo no tenía amigos en ninguna parte y si fuera Amaris me lo habría dicho directamente.

Con los nervios de punta, salí de mi habitación y bajé las escaleras. En la entrada de la puerta me estaban esperando Fortis, Amaris y...

— ¡Prínceps! —grité mientras corría para abrazarlo. El Missionarii correspondió a mi saludo y me sonrió amablemente.

—Vamos fuera. Os explicaré el motivo de mi visita. — Dirigió una mirada de soslayo a Amaris.

Nos encaminamos al jardín y tomamos asiento en uno de los bancos más grandes. Amaris rompió el silencio.

—Ayer me quedé preocupada por lo de tus ojos y avisé a Prínceps. Está claro que él sabe mucho más que nosotros y pensé que podía tener la respuesta.

— ¿Y te equivocaste?  —preguntó Fortis nervioso. Le dirigí una mirada calmada y Amaris negó con la cabeza.

—Es muy sencillo. No habéis dado con la respuesta porque no se os ha pasado por la cabeza que pueda tener un motivo tan claro —dijo Prínceps con calma.

— ¿Y bien? 

—Lucy, has estado aprendiendo muchas cosas nuevas últimamente. Tu mente no está aprendiendo de cero, sino que está recordando conocimientos olvidados. Al recordarlos, tu naturaleza sale a la luz de una manera o de otra. En este caso, son tus ojos los que han cambiado, sin contar con que tu fuerza sigue aumentando. — Me quedé pasmada ante aquellas palabras.

—Pero entonces, ¿es un Ángelus?  —preguntó Fortis. Prínceps negó con la cabeza.

—No lo creo muchacho, pero no puedo aseguraros nada —dijo determinante.

—Eso es imposible. Si fuera una Ángelus, la pinna lo habría sabido —intervino Amaris.

—No si existe un bloqueo. ¿Cómo explicas que nuestras armas la acepten? ¿Y qué mi lapis la obedezca? Tal vez lo sea, pero la pedida que tiene desde pequeña, nos impide verlo. Además, los ojos naranjas son una característica exclusiva de los Ángelus. — Fortis pronunció las palabras más para sí mismo que para los demás..

Los cuatro nos quedamos pensativos ante la reflexión de Fortis. Yo no podía ser una Ángelus, esas criaturas eran demasiado perfectas para pertenecer a ellas. Pero por otro lado, su razonamiento parecía tener sentido. Amaris asentía, lo que quería decir que estaba de acuerdo con Fortis; pero Prínceps no estaba tan convencido.

—No lo sé. Yo no apostaría por esa teoría pero no puedo estar seguro. — Se explicó.

— ¿Tu qué opinas, Lucy? — Me preguntó el muchacho. No pude responderlo, en realidad no sabía lo que pensaba y Fortis lo notó.

—Dejadnos a solas —pidió Prínceps. Sin mediar palabra, Fortis y Amaris se levantaron del banco y se encaminaron hacia el Refugio, sumidos en una conversación que no logré escuchar.

—¿Te quedas? —pregunté esperanzada. La sola idea de tener a Prínceps allí, me ayudaba a asumir toda esa información.

—No. Todo esto se está acelerando mucho y yo no puedo estar contigo, de momento. Te surgirán muchas dudas y para mí será muy difícil no responderte, Lucy.

— ¿Y por qué no me puedes responder? —pregunté desanimada y confundida de nuevo.

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora