CAPÍTULO QUINCE.

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— ¿Qué propones? —preguntó Fortis.

—No lo sé, no se me ha ocurrido nada. Si al menos supiéramos de dónde viene esa fuerza, podríamos hacer algo pero así, es imposible —dijo Amaris desesperada.

—Yo tengo una idea... —continuó Fortis. Todos le miramos, expectantes.

—Llevémosla a la Tierra, desde allí nadie podrá sentir su fuerza. Allí tenemos nuestro Refugio y estaremos a salvo. También lo podemos aprovechar para prepararnos.

—No es mala idea, es la única opción que tenemos. Decidido, viajaréis a la Tierra. Lo que quiero saber es, ¿para qué os tenéis que preparar? — Yo misma la respondí, había entendido a la perfección a lo que se refería Fortis.

—Para ir a buscar a Jack —dije en tono tranquilo. Amaris suspiró.

—No puedes seguir impidiéndomelo, es mi tío y tengo derecho a ir en su busca. Si sigues negándote, iremos sin que lo sepas —amenazó Fortis con firmeza. Algo que me sorprendió, era la primera vez que veía a alguien plantarle cara a la Ángelus.

—Se que no podré impedíroslo —dijo Amaris para mi sorpresa—. Pero sólo os pediré una cosa. —  Ambos esperamos a que nos lo explicara.

—Lucy tiene que recuperarse del todo y después debemos prepararla. Tiene que aprender a pelear, necesita saber todo sobre este mundo y debe practicar con su colgante. No tengáis prisa en la Tierra, tomaros vuestro tiempo. Si me dais vuestra palabra, accederé a vuestro plan y podréis contar con toda mi ayuda.

Ambos asentimos a la vez. Por fin había accedido y para colmo, nos había ofrecido su apoyo. ¿Qué más podíamos pedir?

Los habitantes de la Torre no tardaron en comenzar con los preparativos de nuestra marcha. Me daba mucha pena dejar mi casa, pero por otro lado me emocionaba demasiado volver a la Tierra.

Mi pierna aún no estaba lista, pero había mejorado mucho. Todo estaba listo para partir, y habían decidido que me enseñarían entre todos, como antes del viaje a Tenebris. En la Tierra, viviríamos solos con Trudis y los demás, viajarían a diario para nuestras clases. Llevaba días dando vueltas a una idea e iba a comunicárselo a Amaris. Cuando llamé a la puerta, no obtuve respuesta. Tras pensar un rato si era correcto o no, abrí la puerta y me encontré a la Ángelus, sumergida en la lectura. Sostenía un libro enorme entre sus manos, viejo y desgastado por el uso y posiblemente, por el tiempo que tenía.

—Siento interrumpirte, ¿puedo hablar contigo?  —dije en tono bajo. Me sentía mal por interrumpirla, nunca la había visto tan concentrada. Al oír mi voz se sobresaltó, lo que me dio a entender que ni siquiera sabía que había abierto la puerta.

—Pasa, Lucy. No te he oído llamar. — Me señaló con la mano hacia la silla que estaba en frente suyo. Hice lo que me indicaba y me senté.

—Ya queda poco para el viaje y quiero saber si puedo pedirte algo. Ya sé que has hecho demasiado por mí y que no tengo derecho a pedirte nada pero, si no fuera algo que realmente deseo, no me atrevería a pedírtelo —dije entre tartamudeos. No me sentía con el derecho de pedirla nada, habían sido muy buenos conmigo y si obtenía un no, estaba dispuesta a no replicar.

—Eso no ha sido nada, dime qué es lo que deseas —dijo quitándole importancia y deleitándome con una de sus maravillosas sonrisas.

—Me gustaría que nos acompañara alguien más en éste viaje. Creo que también puedo aprender muchas cosas de él. — Me miró sorprendida, se esperaba cualquier cosa menos esa.

— ¿A quién quieres llevarte, Lucy? —preguntó inquisitiva.

—Bueno... es que, me gustaría mucho aprender de Prínceps —dije finalmente. Amaris abrió mucho los ojos, lo que me dejó ver que la había sorprendido aún más.

—Casualmente, le he hecho llamar a la Torre. Por más que indago en nuestros libros, no encuentro nada referente a ese colgante y me gustaría saber de dónde lo ha sacado. Pero llevártelo a la Tierra, ¿por qué? — Me miraba con ansia, esperando mi respuesta. Sabía que no iba a ser fácil explicárselo, pero a duras penas, lo intenté.

—No sé explicarlo Amaris, le cogí mucho cariño. Cuando hablé con él, era como si le conociera de toda la vida y se portó muy bien con nosotros. No me lo he quitado de la cabeza ni un sólo día —dije sin saber por donde continuar. Amaris se pasó la mano por la mandíbula, pensativa.

—Está bien, Lucy. No entiendo por qué te sientes tan unida a él, pero si es lo que quieres, se lo diré. ¿Podemos confiar en él? —preguntó mirándome directamente a los ojos. Asentí de inmediato en señal de respuesta, eso si que no lo dudaba.

—Muy bien, que así sea entonces —pronunció mientras inclinaba la cabeza. Y tras cruzar unas pocas palabras más, la dejé sola en la biblioteca para que pudiera seguir con su tarea.

Aquella noche me estaba costando quedarme dormida. Cada vez que lo hacía, una pesadilla me despertaba sobresaltada. Eran demasiadas dudas las que asaltaban a mi corazón. Había alguien que podría calmarme y tras vacilar unos minutos sobre si sería oportuno o no, salí en silencio de mi habitación en busca de Fortis.

Me sorprendió no encontrarlo en su habitación, era muy tarde y debería estar durmiendo. Seguramente, habría ido a practicar con su puñal, Trudis me había contado que esa era una de sus costumbres. Decidí que interrumpirle el entrenamiento no era una buena idea, así que me deslicé silenciosamente hacia la biblioteca. Cogería prestado, de nuevo, el libro en el que aparecía aquella preciosa pinna que me tenía hechizada.

Entré en la biblioteca y encendí una vela. Tenía miedo de despertar a alguien si encendía todas las luces, así que con eso bastaría. Me encaminé directa al pasillo dónde se encontraba el libro, lo había mirado tantas veces que sabía encontrarlo a la primera entre aquel mar de páginas. Ya lo tenía entre mis manos y estaba segura, de que éste me ayudaría a dormir.

— ¿Qué haces aquí? — Su voz me sobresaltó tanto, que no pude evitar soltar un pequeño grito.

—Me has asustado, Fortis. Espero no haber despertado a nadie —dije en tono de reproche. Me sonrió a modo de respuesta.

— ¿Qué haces aquí a éstas horas? —repitió con una sonrisa socarrona en sus labios.

—Nada, bobo. Venía a buscar un libro, no puedo dormir. Fui a buscarte a tu habitación pero no te encontré y supuse que estarías entrenando. — Me miró con ojos entornados.

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora