—Si, Lucy. Soy el señor de los Missionarii. Yo fui quién les envió a protegerte, aunque siempre he confiado en mi gente debo reconocer que prefería asegurarme yo mismo de que estabas bien. Por eso iba a ese mundo una vez a la semana.
—No entiendo... — Y sin darme cuenta, mis ojos empezaron a brillar.
—Tranquila, iremos despacio. Eres demasiado importante como para permitir que un demonio como Vindi acabe contigo. Veamos, todo empezó hace unos diez años. Una mujer, para ser más exactos, una Missionari llamada Emly acudió a mi en busca de ayuda. Quería esconder a su hija de un malvado Daemon. La ofrecí todo de cuánto disponía por aquel entonces, pero para ella no fue suficiente y rechazó todo lo que propuse. Sin embargo, conoció a un hombre que si la ayudó, de la mejor manera que ella pensó que existía. Ese hombre era sumamente poderoso, y no tardó en enviar a la madre y a la hija a un mundo muy lejano, a un lugar donde nadie podría acceder. Pero antes, ese hombre produjo una pedida demasiado grande, demasiado fuerte para borrar todo rastro de éste mundo y de ésta raza de la memoria de la niña. Y lo consiguió, no lo dudéis. — El hombre calló y se sumergió en sus propios pensamientos. Se notaba que le había afectado recordar tiempos pasados.
—Pero... no entiendo qué tengo que ver yo en todo ésto, padre Francisco. Sólo quiero saber que criatura soy y nada más. — Miré a Fortis buscando su apoyo pero me sorprendió que él ya me estaba mirando, con una expresión de... ¿pena? No lo podría descifrar. En varios minutos nadie habló, yo no entendía nada pero ellos parecían tenerlo todo muy claro. Al fin, quién rompió el silencio fue Prínceps.
—Aquella mujer se fue a la Tierra con su hija y adoptó un nuevo nombre, creyendo que así se ocultaría mejor. Es evidente que las cosas no han salido como ella esperaba —aseguró mirándome directamente a los ojos. En ese momento, lo comprendí todo.
—¿Mi madre? — Conseguí balbucear a duras penas. Prínceps asintió en modo de respuesta. Comencé a marearme casi de inmediato, todo daba vueltas.
Un tiempo después, no sabría decir cuánto, me desperté. Todos los recuerdos de lo ocurrido me inundaron de una forma dolorosa. Me encontraba recostada en una especie de alfombra suave y oía voces a mi alrededor. No sin esfuerzo, reconocí la voz de Prínceps y de Fortis.
—Has sido poco delicado con ella, señor. Deberías habérselo dicho de otra forma más sutil. ¿Te haces a la idea de lo que habrá sido para ella saber que su madre era una Missionarii renegada? Y eso, sin tener en cuenta, que no creo que haya pasado por alto la identidad del demonio que las perseguía —decía en susurros mientras daba vueltas sin parar por toda la estancia.
—Tranquilo muchacho, te aseguro que he sido lo más cuidadoso posible. Si supiera el resto de la historia, hubiera sido mucho peor —aseguró el señor de los Missionarii.
—Pues ni se te ocurra contársela. Cuando estemos solos me informarás a mi, pero nada de hacerla sufrir sin necesidad —dijo Fortis con una voz extremadamente cortante, incluso amenazadora.
— ¿Qué te pasa? Me doy cuenta de que esa chica te importa más de lo normal, pero eso no te da derecho a ocultarla la verdad. Los Señores me han ordenado que diga todo lo que sepa, y así lo voy a hacer. Ahora, relájate.
¿Qué yo le importo? El señor de los Missionarii será muy sabio, pero la intuición no es su fuerte que digamos. Me estaba costando creer que aún hubiera más en todo aquello, pero yo lo iba a saber, ni siquiera Fortis lo iba a evitar. Decidí que lo mejor era fingir que no había escuchado nada, por lo que empecé a desperezarme para hacerme notar. Fortis se dio cuenta enseguida y acudió a mi casi corriendo.
— ¿Estás bien, Lucy? — El brillo de sus ojos naranjas era espectacular. Podría perderme durante horas en su mirada. Era tan clara, fuerte, segura... contaba tantas historias sin la necesidad de hablar, que me fascinaba.
—Si, tranquilo. Creo que me he desmayado de la impresión —aseguré.
— ¿Te encuentras con fuerzas? — Intervino Prínceps, a lo que mi compañero de viaje respondió con una mirada de advertencia.
—Claro que sí. — Mentí. — ¿Es qué hay más? — Creo que me salió bien, ninguno preció notar que había escuchado parte de su conversación.
—Bien. Entonces terminaré. Cómo tú sola has deducido, se trataba de tu madre. Ella me contó que había mantenido un romance con el Daemon, pero que no se trataba de tu padre. Él deseaba acabar con las dos, porque estaba convencido de que era tu verdadero padre. Desde que te vi, siendo una niña de apenas siete años, con tu pequeño unicornio de peluche, supe que eras diferente. Desprendías una fuerza fuera de lo normal y una luz, capaz de iluminar miles de mundos, separados por miles de kilómetros entre ellos. Por suerte o por desgracia, aquel hombre que ayudó a tu madre, te despojó de todo ello para que nadie supiera qué clase de criatura eras. Es obvio, que siempre te seguí de cerca, aunque no me recuerdes. No hace mucho que Vindi encontró a tu madre, que consiguió ponerte a salvo.
— ¿Cómo... Vindi? —pregunté desconcertada. Debía haberlo imaginado cuando les escuché decir que si sabía la identidad del demonio que nos buscaba, me asustaría aún más. Y tenían razón, sólo de pensar que ese hombre pudiera tener a mi madre en su poder, se me hacía un nudo en la garganta que no me dejaba respirar con normalidad.
—Tenéis que comer algo, tenemos tiempo de resolver todas las preguntas que necesitéis. Pero eso será mañana. Fortis, ¿puedes salir a buscar algo de alimento? Yo cuidaré de ella mientras tanto. — El muchacho asintió de mala gana pero acabó por obedecer.
—Escúchame, Lucy. No tenemos mucho tiempo antes de que el muchacho regrese. Debes saber algo más, pero él aún no está preparado para ello. El hombre que te borró la memoria, que te sacó tu hogar de la mente y que te despojó de tu fuerza natural, fue Jack.
— ¿Jack? ¿El tío de Fortis? — No me podía creer lo que estaba escuchando, aunque era algo que desde que había llegado a éste mundo, me pasaba muy a menudo. Mi acompañante asintió.
—Él ayudó a tu madre, él es el hombre con más poder que he conocido —dijo en tono cortante.
—Pero, ¿de qué se conocían? ¿por qué ahora, de repente, sí desprendo fuerza? — Las preguntas se acumulaban en mi cabeza de manera enredada, no sabía por donde empezar.
—Era necesario que repitiera esas pedidas cada cierto tiempo. Viajaba a la Tierra para hacerlo. Y no sé de qué se conocían. Él apareció aquí un día y parecían viejos amigos, pero es lo único que sé. Tu madre no me explicó esa parte. Escúchame Lucy, debes prometerme que no le dirás nada de todo ésto a Fortis, no está preparado. Puedo notar a leguas lo que siente.
—Pero, ¿cómo se lo voy a ocultar? Tiene derecho a saber todo lo que sea sobre su tío, está sufriendo mucho con su ausencia. — No pude disimular mi irritación.
—No se lo tendrás que ocultar siempre, criatura. Cuando llegue el momento, lo sabrás. Pero aún no ha llegado, debes prometerme que guardarás silencio. — En ese momento, se abrió la puerta dejando paso a Fortis que venía cargado de manjares. Tras una mirada cómplice con Prínceps, asentí en señal de que mantendría la boca cerrada.
La cena transcurrió tranquila, casi ninguno habló. Todos teníamos mucho en lo que pensar y mucho que asimilar, sobre todo yo. Poco rato después, ya nos habíamos retirado a descansar. Para variar, mi mente comenzó a repasar lo sucedido. Había sido un duro golpe enterarme de que mi madre, a la que casi no recuerdo, era una Missionarii y que había mantenido un romance con un Daemon y no uno cualquiera, con Vindi. El hombre que había intentado matarme y que me estaba buscando para conseguirlo.
Habían borrado mis recuerdos, mi poder, me habían despojado de todo lo que yo era. Y todo lo había hecho Jack, el tío de Fortis. Ahora estaba casi segura de que el hombre que aparecía en mis escasos recuerdos mostrándome una pinna, era Jack. Por otro lado, debía ocultar todo ésto a mi amigo y compañero, cosa que me estaba comiendo por dentro, pero no me quedaba otra. ¿Qué hubiera pasado si Jack hubiera acudido a su cita y hubiera repetido la pedida conmigo? Yo no sabría nada de ésto, supongo. Seguiría en la Tierra, en mi orfanato, ignorando de dónde pertenecía aunque ahora lo sabía, desde el mismo momento que desperté en mi habitación de la Torre, supe que me encontraba en casa y a salvo. También me atormentaba no saber qué clase de criatura era yo. Mi madre era una Missionarii, pero si yo lo hubiera sido también, la pinna de Amaris me hubiera reconocido y no fue así.
De esta manera, vagando entre un mar de dudas cada vez más amplio, caí en un profundo sueño.
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La pinna dorada Torre de Praesidium I.
Fantasy¡¡HISTORIA PENDIENTE DE EDICIÓN!! PRIMER BORRADOR COMPLETO En un orfanato, al norte de España, Lucy es testigo de un brutal ataque por un ser muy extraño para ella y para todo lo que conocía hasta el momento. Un extravagante muchacho de ojos naranja...