CAPÍTULO NUEVE.

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—Fortis, en marcha. Tenemos que sacar a tu tío de allí y llevarlo de vuelta a la Torre —dije convencida. El muchacho me miró, perplejo y se levantó.

—Eso es precisamente lo que he de hacer. Pero nuestros caminos se separan aquí, Lucy. No voy a llevarte a Tenebris, no voy a ponerte en ese peligro. Te explicaré como llegar a casa y mañana a primera hora, partirás. — Mi mundo empezó a desvanecerse y mis lágrimas comenzaron a asomar a mis ojos.

— ¡NO! Iré contigo, Fortis. No podrás impedírmelo, yo... — El muchacho me cortó.

—Irás a la Torre. No hay más que hablar, iré a buscar un sitio dónde pasar la noche, espérame aquí. — Y sin más, se fue.

Me dejó allí, sentada bajo el árbol, donde unos minutos antes había estado él. No podía parar de llorar, él había hecho ese viaje por mi y ahora no iba a dejarlo sólo, por mucho que el lo deseara así. Si no me dejaba ir con él, lo seguiría a una distancia prudente por si me necesitaba. Pero lo que más me dolía, aunque no quisiera reconocerlo, era que no quisiera mi compañía. No la disfrutaba tanto como yo la suya.

No sabría decir el tiempo que estuve allí sentada, llorando. Ya había anochecido cuando Fortis regresó. Yo no me giré a mirarlo, quería demostrarle lo enfadada que estaba con él, manteniendo la esperanza de que eso le hiciera cambiar de opinión, pero no fue así. El Ángelus se acuclilló a mi lado y poniéndome una mano sobre mi hombro, me dijo:

—No llores más, Lucy. Tienes que entender que es muy peligroso para ti. Vindi estará muy cerca y sabemos que te está buscando. ¿No entiendes que ya es bastante carga saber que mi tío está en peligro, como para ponerte a ti también? — Al oír aquello, me giré para quedarme cara a cara con él.

—No mientas. Lo que te pasa es que no quieres mi compañía. Sabes que soy una carga para ti y que sería un desastre llevarme contigo. Si casi hago que nos maten a los dos con un Petitmal cerca, imagínate con miles, ¿verdad? —dije demostrando mi enfado.

— ¿Cómo puedes pensar eso, Lucy? En el fondo sabes que no es verdad. Disfruto de tu compañía y lo sabes, pero no quiero ponerte en peligro —repitió. Aparté mi mirada de la suya, necesitaba llorar más y no quería hacerlo si el me veía tan directamente. Pero el me lo impidió, me sujetó la barbilla y tiró de ella hacia arriba volviéndome a dejar frente a él.

—Lucy... yo... Ya he perdido a mi tío y se lo que es, no quiero perderte a ti también. No lo soportaría... Lucy, yo... te necesito —terminó diciendo. En aquel momento, todo mi enfado desapareció de golpe y lo miré directamente a los ojos, acercándome más a él sin poder evitarlo. Volvía a notar su respiración sobre mí, moviéndome el pelo cuando él soltaba el aire, sus ojos naranjas tan cerca de los míos, sus labios carnosos y entreabiertos tan cerca de los míos... era un momento mágico. Casi podía sentir como la fuerza que él desprendía, penetraba en mi interior, guiándome, haciéndome sentir que nada podría pasarme. El hermoso Ángelus movió su cabeza hacia arriba, para después, lentamente, depositar sus labios sobre mi frente y darme un lento, tierno y dulce beso. Disfruté del contacto tanto o más que si hubiera sido un beso en los labios, en él me demostró cariño, sentimientos y una ola de seguridad me invadió. Ésta vez fui yo la que, lentamente, me separé de él y sin dejar de mirarlo a los ojos, le expliqué lo que tenía que decirle mientras apretaba con fuerza mi colgante.

—Yo también te necesito, Fortis. Eres lo único que tengo. Tú, Amaris y Trudis sois mi única familia. No me separaré de ti, si alguien tiene que morir en el intento, seremos los dos. No podría continuar sin ti. — El joven asintió sonriente. Había comprendido que no me iba a separar de él de ninguna manera y es que, en el fondo, el tampoco quería hacerlo.

— ¿Tienes un colgante nuevo? —me preguntó sorprendiéndome por el repentino cambio de tema.

—Si, Princeps me lo regaló, mira —dije mientras se lo mostraba. El joven lo miró sorprendido durante un buen rato.

— ¿Sabes lo que es, Lucy? —me preguntó con ternura e inmediatamente asentí.

—Si, es una pinna. La pina que he visto en los libros de la biblioteca que hay en la Torre. ¿Sabes? me fascinó desde el primer momento que la vi. Prínceps me dijo que era un amuleto y que si siempre lo llevaba conmigo, me daría suerte.

—No es una pinna cualquiera, es la pinna áurea. Se sabe que existe por las leyendas que nos han contado a todos desde pequeños. Pero nadie la ha visto aún, dicen que está destinada al Ángelus salvador del mundo, que sólo el podrá recibirla llegado el momento. Muchos de nosotros han dedicado su vida a buscarla por su extremo poder, pero ha sido en vano. Esa pinna ya tiene dueño y nadie que no sea él, la encontrará jamás. Pero quién sabe si es verdad, nadie la ha visto en miles de años —dijo encogiéndose de hombros.

—Existe... —murmuré. No tenía una explicación para ello, pero en lo más hondo de mi ser, estaba segura de que esa pinna existía y de que su dueño la encontraría.

Tuvimos que acampar allí mismo, ya que Fortis había recorrido el territorio y no había encontrado un lugar mejor que el árbol. Nos organizamos los turnos y nos dispusimos a descansar sobre la hierba, uno muy cerca del otro. Aquella noche, no dejé de soñar con la pinna áurea y su historia. Me había fascinado.

Mi compañero me había dicho que tardaríamos unos cuatro días en llegar a nuestro destino pero, teníamos que tardar menos tiempo como fuera. Amaris y los demás habían prometido darnos una semana de margen y si no volvíamos ni nos comunicábamos con ellos en ese tiempo, saldrían en nuestra búsqueda. Debíamos evitar eso de todas las maneras posibles, no era necesario que nadie más corriera peligro.

Si nos adelantábamos mediante alguna puerta, podría darnos tiempo a llegar, recoger a Jack y comunicarnos inmediatamente con Amaris mediante un globo para decirles a todos que estábamos bien y que volvíamos a casa con el tío de Fortis. O al menos, ese era nuestro plan. Lo principal, era encontrar una puerta para adelantar tiempo, pero llevábamos dos días de viaje y no habíamos tenido éxito. Nos estábamos desanimando por minutos, hasta que al anochecer del segundo día, cuando nos disponíamos a acampar detrás de una roca enorme, que nos mantendría fuera de la vista de cualquier peligro, Fortis fue en busca de un riachuelo para recoger agua fresca, era agradable tenerla para cenar.

No tardó mucho en volver y cuando lo hizo, venía corriendo como alma que lleva el diablo, con los ojos fuera de sus órbitas. Llegó a donde estaba yo en muy poco tiempo, era increíble lo rápido que se movía. 

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora