—Pequeña... En este mundo hay personas buenas como tú, que tienen claras sus prioridades y hay personas malas, que serían capaces de vender su alma al diablo a cambio de poder. Vindi es una de ellas y las personas así, no quieren a nadie, aunque sea de su familia más directa.
Las palabras de Trudis me dejaron dudosa durante un rato, pero acabé por decidir que tenía razón. Ese hombre no quería a nadie que no fuera él mismo, así que no podría esperar que nuestra relación de familia, si es que existía, le hiciera dudar a la hora de matarme. Después de tomarme la suculenta cena que me había preparado Trudis y de recordarle que metiera el libro entre mis cosas, me fui a dormir. O al menos, a intentarlo porque no podía parar de pensar en Fortis, tendría que pedirle perdón y decidí hacerlo cuando llegáramos a la Tierra al día siguiente y ya estuviéramos acomodados. No fui consciente de cuando me quedé dormida.
A la mañana siguiente, me desperté temprano pero me costó demasiado levantarme de la cama. De solo pensar que pasaría mucho tiempo antes de que volviera a la que consideraba mi habitación, se me hacía un nudo en el estómago. Tras la insistencia de Trudis, me había levantado y ya estaba preparada, en unas horas saldríamos de viaje. Alguien tocó suavemente a la puerta.
—Adelante.
—Hola, Amaris quiere verte. Te está esperando en el Gran Salón. — Era Trudis. Asentí de inmediato y me encaminé hacia allí.
Mientras recorría el espacio; observé con detenimiento cada detalle de aquella Torre, los pasillos, las mil puertas que los componían, la escalera, el enorme hall, la biblioteca... Me estaba despidiendo de aquel lugar, no sabría explicar por qué, pero tenía la sensación de que cuando regresara iba a encontrarlo todo cambiado.
Cuando llegué a las puertas del Gran Salón, vi que estas se encontraban abiertas. Llamé a la puerta para anunciar mi llegada y pasé al interior. Me quedé sorprendida.
— ¡Prínceps! —exclamé mientras me apresuraba hasta donde él estaba para saludarlo con un beso.
—Hola, Lucy. Estás guapísima —me dijo con una gran sonrisa y devolviéndome el beso. Amaris nos observaba con extrema atención.
—Siéntate, Lucy. Como me pediste, le he hablado al señor Prínceps sobre tus intenciones —explicó Amaris amablemente.
— ¿Y qué has decidido? —pregunté intrigada. Prínceps tardó un rato en responder y después de mirar largamente a Amaris, se volvió hacia mí.
—Pues que me voy con vosotros —dijo sonriendo. Aquello me llenó de alegría, me encantaba saber que iba a poder hablar con él cuando lo necesitara. Aún tenía muchas dudas.
—Pero el señor de los Missionarii se retrasará un poco. — fue Amaris quien continuó. Le miré dudosa y el me entendió a la perfección.
—No me mires así, Lucy. Tengo un pueblo bajo mis órdenes y sin un señor que les indique el camino, se morirían. Quiero acompañarte, pero primero tengo que enseñar a uno de mis hombres para que ocupe mi lugar durante mi ausencia. ¿Lo entiendes, verdad? — Asentí, sin dejar ver mi decepción.
Ambos me explicaron la situación detenidamente y al final comprendí que eso era lo mejor. Bastante hacía si accedía a mis deseos, no podía abandonar a su pueblo y mucho menos por mí. Después de un rato de agradable conversación, Fortis llegó para indicarnos que nos iríamos ya. Me despedí de todos, no fue triste, sabía que los vería a menudo cuando cruzaran el portal para darme sus clases.
—El portal está preparado —anunció Fortis con los ojos ardiendo de emoción. Yo no podía sentir lo mismo, me daba miedo volver a experimentar aquella sensación que se sentía al atravesar uno. La primera en cruzar fue Trudis, seguida de Fortis.
—Buen viaje, criatura. Cuidaros mucho y no llaméis la atención. Nos veremos pronto. — Fueron las últimas palabras que oí de boca de Amaris antes de atravesar el portal.
Ésta vez no perdí la consciencia, pero si sentí un fuerte mareo. Al caer de golpe sobre lo que parecía hierba, volví a hacerme daño en la pierna. Sabía que estaba en la Tierra de nuevo, ese aire condensado casi no me dejaba respirar, estaba acostumbrada al aire limpio y puro de Glacies Cremor.
Cuando levanté la vista me quedé pasmada, si nos encontrábamos sobre hierba pero atravesada por un camino de piedra que conducía a una casa. No era muy grande aunque se podía adivinar que tenía dos pisos. Fortis y Trudis entraron directamente y yo los seguí.
Al atravesar la puerta de entrada puse observar un pequeño pasillo; a mano derecha, se encontraba la cocina y a través de ella se accedía a una habitación que luego supe, ocuparía Trudis. La siguiente puerta llevaba a un baño y por lo que me explicaron, desde ese baño se accedía a un salón que hacía también las veces de biblioteca. La sirvienta se dirigió a su cuarto para preparar sus cosas y ponerse cómoda, mientras Fortis y yo subíamos las escaleras.
A mano izquierda había dos habitaciones, una al lado de la otra. Fortis me explicó que al final del pasillo se encontraba la sala de armas y que frente a nuestras habitaciones había un baño, la sala de entrenamiento, la sala de estudio y una habitación más, que ocuparía Prínceps.
—Esta es la tuya. — Me explicó señalando a la segunda de las habitaciones. —La mía es la anterior, la más cercana a las escaleras. — Asentí de inmediato en señal de conformidad. Quería hablar con él y disculparme pero consideré que aún no era el momento. Cada uno se fue a su habitación para colocar sus cosas y ponerse cómodo al igual que Trudis.
Al entrar pude ver que los muebles eran muy diferentes a los de la Torre, eran muebles típicos de la Tierra. Nada más pasar la puerta me encontré con un sofá y una pequeña mesa a la izquierda; al otro lado, había un gran armario que no llenaría ni por asomo; de frente había una cama, flanqueada por mesillas de noche a ambos lados y acompañada por una alfombra a sus pies.
Aún era temprano y las clases no empezarían hasta el día siguiente, así que decidí bajar a comer algo y después darme un paseo por el Refugio para conocerlo mejor.
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La pinna dorada Torre de Praesidium I.
Fantasy¡¡HISTORIA PENDIENTE DE EDICIÓN!! PRIMER BORRADOR COMPLETO En un orfanato, al norte de España, Lucy es testigo de un brutal ataque por un ser muy extraño para ella y para todo lo que conocía hasta el momento. Un extravagante muchacho de ojos naranja...