CAPÍTULO DIECINUEVE.

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Trudis había preparado un guiso exquisito, como siempre. Nos encontrábamos enfrascadas en una animada conversación cuando entró Fortis.

— ¿Tienes hambre?  —preguntó la sirvienta animada.

—Demasiada —reconoció Fortis con una sonrisa en sus labios. Trudis le sirvió la comida y no tardó mucho en devorarla. Minutos después, nos encontrábamos solos en la cocina. Era pequeña; al fondo tenía todo tipo de electrodomésticos antiguos, un frigorífico y una mesa en el centro, rodeada por varias sillas.

— ¿Puedo hablar contigo? — No encontraría mejor momento que ese para disculparme. El muchacho me miró y asintió extrañado.

—Quiero pedirte perdón. Se que dije algo que estaba fuera de lugar y, aunque tú no me quieras decir el qué, debo disculparme —pronuncié entre tartamudeos.

— ¿Perdón? Lucy, por el Ángelus... Tu no me has hecho nada, no tienes por qué disculparte —replicó molesto. Me acerqué lentamente a él y posé mi mano sobre la suya.

—No me importa pedir disculpas, no quiero que te enfades conmigo. — Dejé ver mi preocupación.

— ¿Por qué iba a estar enfadado contigo? — Negó con la cabeza.

—No lo sé, algo malo debí de hacer o decir, saliste corriendo. — El chico agarró mi mano y la apretó con fuerza.

—No has hecho nada, es sólo que ese desgraciado de Vindi no tenía ningún derecho a faltarte al respeto de esa manera. Te prometo que se lo haré pagar —dijo convencido. Oh, Fortis se había enfadado por las palabras de Vindi, no por las mías.

— ¿Era eso? No merece la pena que te enfades, yo no soy como él dijo y no me ofende para nada —dije con una sonrisa en los labios—. De todas formas, muchas gracias por querer defenderme, parece que me has cogido algo de cariño. — El muchacho se sonrojó de inmediato y soltó mi mano.

—Claro que te he cogido cariño, boba. — Sonrió—. ¿Por qué no vienes conmigo? Te enseñaré la sala de entrenamiento, pasaremos muchas horas allí.

La sala de entrenamiento era una habitación bastante grande, al fondo estaba cubierta por vitrinas repletas de armas y al lado de la puerta sólo había un pequeño sofá. En el centro, se encontraba una alfombra enorme y bonita, allí tendríamos buen sitio para entrenar.

— ¿Te gusta?  —preguntó el muchacho. Yo asentí de inmediato con la cabeza. Era un lugar muy bonito pero lo que más me gustaba, eran las horas que pasaría allí encerrada con Fortis.

—Lo único que no me gusta es ver tanta arma junta, me da escalofríos —reconocí. Fortis se rió de mi observación.

—Pues tendrás que elegir una, aunque tu lapis te ayude, tendrás que rematar la jugada si es necesario —aseguró sombrío. Me acerqué lentamente a la vitrina y comencé a observar puñales, espadas, dagas, catanas... Todo tipo de armas.

—No me gusta ninguna —aseguré.

—Míralas bien, deja que tu instinto decida, acertarás. — Hice lo que el muchacho me ordenaba y antes de que hubiera terminado de concentrarme, algo llamó mi atención y giré la cabeza de golpe hacia la izquierda. Se trataba de una daga y era como si me estuviera llamando. Era pequeña y manejable, con una empuñadura del color del oro y un dibujo en miniatura de un Ángelus, acompañada de su funda color naranja pálido.

—Veo que ya has encontrado la adecuada —dijo Fortis alegremente. Sin responderle, abrí la vitrina y tomé la daga entre mis manos. De inmediato, me sentí conectada con ella.

—Ésta —susurré.

—Buena elección, deberás llevarla siempre contigo. Y mañana empezaremos, aprenderás a usarla antes de lo que crees —dijo con una sonrisa.

 Las próximas dos semanas pasaron de una forma muy monótona, tenía clases por la mañana y por la tarde, resultaba agotador. Lo único bueno de todo aquello, es que estaba aprendiendo muchas cosas, podía describir a las mil maravillas las características de cada criatura de Glacies Cremor.

Según Amaris, había avanzado mucho con el idioma, ya era capaz de mantener conversaciones largas en latín. Todos estaban asombrados por mi rapidez con el idioma pero yo sabía que no se trataba de un idioma nuevo para mí, sólo se trataba de recordar un idioma olvidado, por lo que me resultaba demasiado fácil.

Por otro lado, las clases de guerra eran las que más me habían costado. Al principio, Fortis tiraba mi daga al suelo, con apenas un ligero movimiento. Poco a poco, fui aprendiendo a evitar que me desarmaran, a moverme con agilidad y a realizar ataques bruscos pero certeros. Debía observar a mi enemigo y anticiparme a sus movimientos.

La conexión que había alcanzado con mi nueva daga, me hacía muy fácil esa tarea. Era como si fuera ella quién movía mis brazos y decidía mi próximo movimiento. Fortis, estaba atareado con su propio entrenamiento también, lo que no le dejaba mucho tiempo libre, así que, las pocas horas libres al final del día, las pasaba con Trudis.

Ese día, me encontraba con Fortis en la sala de entrenamiento, recogiendo nuestras cosas después de terminar la lección matutina.

—Has mejorado mucho, Lucy. Has conseguido cansarme. — Me dijo con una sonrisa pícara en sus labios. Asentí en señal de respuesta.

— ¿Por qué no te tomas un rato libre? —pregunté sin esperanzas. Me sorprendió ver que el muchacho aceptó sin remilgos, dirigiéndome a las afueras de la casa y sentándose en uno de los bancos que allí se encontraban, rodeados de hierba.

Hacía una buena tarde, aunque ya estaba anocheciendo. El clima era agradable y la verde hierba estaba fresca al tacto.

— ¿Cómo lo llevas?  —pregunté tímidamente. El muchacho me miró sin comprender.

— ¿Estar aquí? Bueno, es extraño pero tampoco es la primera vez. — Se encogió de hombros.

—Me refiero a lo de Jack —dije escueta. Fortis se sorprendió ante mi pregunta y tardó unos segundos en contestar.

—Eso es algo que no me quito de la cabeza, Lucy. Pienso en las veces que jugué con él, en cómo me enseñó a usar mi lapis y mi pinna, en todas las noches que tuve miedo y él me consoló... — Su voz se quebró.

—Si te hace daño hablar de ello, no es necesario —aseguré convencida. Me dolía mucho ver al muchacho tan triste y decaído. Él pareció no escuchar mis palabras y continuó hablando.

— ¿Sabes? Nunca me equivocaba cuando estaba aprendiendo las pedidas, o casi nunca. Un día, mientras me enseñaba a cambiar mi apariencia a mi gusto, algo falló. Debía convertir mi pelo en negro, recité mal la pedida y mi pinna me tiñó de pelirrojo. — Ambos nos reímos sonoramente de sus palabras.

—Deberías tener presentes esos buenos recuerdos junto a él, harán que todo esto sea más llevadero —aseguré sin dejar de sonreír.

—Gracias... —susurró.

— ¿Por un consejo? No las des, Fortis. Es lo menos que puedo hacer. — El muchacho me miró directamente a los ojos con ternura y apretó mi mano entre sus dedos. De repente, su mirada tierna cambió, para dejar paso a una de asombro. No pude evitar sentirme inquieta.

— ¿Qué pasa? —pregunté alarmada.

—Tus ojos... —dijo entre tartamudeos.

— ¿Qué les pasa? —pregunté llevándome las manos a la cara. Me estaba preocupando pero yo no notaba nada extraño en ellos.

—Están... Cambiando... — Acertó a decir. Yo no podía dejar de mirarle asustada, ¿por qué no me explicaba lo que veía? Aguardé su respuesta.

—Ya no son totalmente marrones, Lucy. Tienes... Como destellos naranja pálido. — Eso si que me sorprendió, pero a su vez, me calmé.

—Fortis, seguro que no te habías fijado en el color y ahora, al salir al sol, les ves de otra manera. — Reí inquieta.

—No. Conozco tus ojos a la perfección y algo ha cambiado en ellos —aseguró convencido.

¿Tanto se había fijado en ellos? No podía negar que me halagaban sus palabras pero si eso era cierto, no entendía que me estaba pasando.

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora