CAPÍTULO VEINTIUNO.

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—Eso tampoco puedo explicártelo. Debes continuar tu camino sin mi. — Aquellas palabras me estaban doliendo.

—Pero... Yo pensé que tu me tenías aprecio. — Las lágrimas comenzaban a asomar a mis ojos.

—Y te lo tengo, Lucy. Eso no debes dudarlo —dijo mientras tiraba de mi barbilla para levantarme la cabeza.

—Entonces, ¿por qué no me ayudas? Si tu tienes la respuesta a todas mis preguntas... —respondí con tristeza.

—Digamos que se trata de una promesa que hice hace muchos años. Aunque te cueste sé que lo entenderás y el día que sepas toda la verdad, podrás perdonarme —pronunció sus palabras con resignación. Era como si hubiera estado esperando que ese momento llegara o al menos, eso pensé yo.

—No tengo nada que perdonarte. Si tú lo haces así, será por algo. Te debo mucho y no soy quién para juzgar tus actos. Sé que si no me ayudas es porque no puedes —dije sincerándome del todo. Deseaba saber a quién le había hecho esa promesa, pero intuía que no me daría la respuesta.

—Esa es mi Lucy —pronunció con una sonrisa—. Y ahora he de irme, pequeña. — Su sonrisa desapareció.

Tras una breve conversación y una corta despedida, me quedé sola en aquel banco, pensando en todo lo que acababa de escuchar. Quería contarle a Fortis que Prínceps sabía todo sobre mí pero si el jefe de los Missionarii había querido contármelo a solas, debía ser por algo.

No sabría calcular el tiempo que estuve allí, sabía que me estaba saltando las clases de la mañana, pero nadie había ido a recriminármelo.

— ¿Cómo estás? — No pude evitar sobresaltarme al oír la voz de Fortis a mi espalda, no le había oído llegar.

—Hola, estoy... Bien, supongo —dije con una sonrisa mientras le indicaba que se sentara a mi lado.

—Tiene que resultarte muy extraño todo ésto. Yo me pongo en tu lugar y sólo pensar en descubrir de repente que soy humano y que hasta mi nombre es falso, me da terror. — Hizo una mueca.

—No llevo mal eso, lo único que me cuesta aceptar es que existan tantas preguntas sin respuesta. Si al menos lograra entender...

—Ya está bien. Vamos dentro, hace tres horas que pasó la hora de la comida y debes estar hambrienta. Tienes que comer algo y después prometo dejarte en paz para que descanses. Hoy no habrá clases de ningún tipo.

El muchacho no me molestaba para nada, pero agradecía que no hubiera clase. Necesitaba estar sola y pensar en todo esto.

Había pensado en pedirle a mi lapis que me ayudara a dormir pero lo había descartado inmediatamente, esa no era la manera. Los problemas hay que enfrentarlos cara a cara, no huir de ellos. Y yo no iba a seguir huyendo, eso lo tenía claro.

Además de todo lo que me estaba pasando, no podía dejar de pensar en Vindi y mi relación para con él. Si de verdad era mi padre, yo era hija de un Daemon y de una Missionarii. Ninguna de las dos razas tenía como característica los ojos naranjas. Nada tenía sentido y a pesar de eso, todo me llevaba a pensar que era mi padre. ¿Sería él quién entró aquella noche en nuestro apartamento? No podía ser, hubiera dado conmigo aunque estuviera metida en un baúl, Vindi es demasiado listo como para pasar eso por alto.

También empezaba a dudar sobre el paradero de mi madre; hasta hacía poco estaba convencida de que había muerto, pero después de comprobar que mi vida era una mentira, no podía evitar mantener viva la esperanza. Pero si seguía viva, habría intentado encontrarme y no lo ha hecho. ¿Quiere decir eso que alguien la tiene retenida? A lo mejor la secuestró la misma persona que secuestró a Jack, el tío de Fortis. ¿Qué relación podían tener ellos con Vindi?

Las preguntas me dolían en lo más profundo, eran demasiado dudas. Necesitaba respuestas y las iba a conseguir. Sabía que para eso debería aprender todo lo que se esperaba de mí y así, poder partir en busca de Vindi, así que decidí determinante mente centrarme en eso. Aprendería lo necesario lo más rápido posible, me esforzaría al máximo y conseguiría todas las respuestas para mí y para Fortis.

Las preguntas también rodeaban al muchacho. No tenía claros mis sentimientos hacia él, lo que si sabía es que no se trataba de una simple amistad. Las pocas veces que habíamos estado tan cerca el uno del otro, mi corazón se había acelerado y había deseado con todas mis fuerzas que el Ángelus me besara. La idea de estar enamorada de él rondaba a menudo por mi cabeza, aunque intentaba mantenerla alejada.

Si de verdad era eso lo que sentía por él, debía mantenerlo oculto. Estaba segura de que el muchacho jamás sentiría algo así por mí; una criatura que nadie sabe a donde pertenece, débil, incapaz de defenderse sola... Nunca podría gustarle a un chico como él y temía que nuestra amistad se terminara, si tuviera que confesarle mis sentimientos. Así que, esa opción quedaba totalmente descartada y debía centrarme en aprender y en descubrir cuáles eran mis verdaderos sentimientos hacia él.

Ya había asumido que el sueño se rehusaba a aparecer, así que decidí coger mi libro favorito. Ahora que entendía algo más del idioma podría leer acerca de aquella pinna que me tenía tan fascinada. Al abrirlo por la primera página, apreció ante mí.

Era de color dorado y realmente fina, con una inscripción imposible de leer por el tamaño y su fuente de poder era igual: dorada y fina, acompañada por una inscripción. Observé la imagen durante un buen rato antes de enfrascarme en la lectura.


La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora