CAPÍTULO VEINTITRÉS.

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—Se cuenta que Los Señores no son la máxima autoridad por así decirlo, entre nosotros. Hay quién cuenta que existen personas más poderosas y haladas que ellos. Se dice que existe el Dei Áurea (Dios Dorado) y que, cada quinientos años le otorga un don a la persona elegida. Él es quién porta la pinna que aparece en tu libro y que a su vez, le permite otorgar el don. También existe el Deus Tenebris (Dios Oscuro), pero con él las cosas funcionan de diferente forma. Quien quiera poseer su don, debe convocarlo con su infinita maldad y el Dios le hará un encargo casi imposible de cumplir; si lo consigue, el don es suyo pero si no lo hace, morirá.

No pude ocultar mi sorpresa ante esa historia. Era increíble lo que estaba escuchando y muy a pesar, me confirmaba que no se trataba más que de una leyenda.

— ¿En qué se basa el Dei Áurea para elegir a la persona adecuada? —pregunté.

—Según dicen, se basa en la fuerza de su corazón. Para que veas que es una leyenda. Te puedo asegurar que han existido guerreros con un gran corazón y con una valentía admirable y ninguno ha tenido ese don. Es una historia bonita para relatar a un niño, pero nada más —dijo con Fortis con melancolía.

— ¿Y que don cuenta la historia que concede? — Continué con mi interrogatorio.

—No lo sé con exactitud. He oído mil opiniones diferentes sobre ésto al oír contarlo. Unos dicen que concede la inmortalidad, otros que gobernar sobre los Ángelus, algunos dicen que debe salvar el mundo. Hay opiniones diversas —explicó mientras se encogía de hombros.

— ¿Y el Deus Tenebris, qué encargos realiza? 

—Eso tampoco lo sé. Sólo se cuenta que son encargos casi imposibles de realizar y que la persona que lo consiga, debe de tener mucho poder y mucha maldad en su interior. — Asentí para dejarle ver que lo había comprendido.

— ¿Y qué don concede? — Fortis me miró y entornó los ojos. Se estaba cansando de mis preguntas pero al final, me respondió.

—El don de acabar con las razas que desee, incluso con el mundo si se lo propone. — Suspiró.

—Vale, ya no pregunto más. — Ambos nos reímos.

— ¿Qué te ha parecido? —preguntó mientras alzaba una ceja.

—Oh, es evidente que se trata de una leyenda. Pero es una historia que nunca olvidaré y que algún día, contaré a mis hijos para que se duerman. — Volvimos a reír después de mi comentario.

—Un niño puede fantasear mucho con historias así —dijo Fortis convencido y dejando de reírse.

— ¿Tu tío te la contó? —pregunté en tono de voz bajo. El muchacho asintió.

—Me lo contó muchas veces, la mayoría de las noches me dormía soñando con despertarme al día siguiente convertido en el Dei Áurea. 

—Que pretencioso. ¿No te bastaba soñar con ser el elegido para el don? Tu querías ser el mismo Dei Áurea. — Me entró un sonoro ataque de risa. El muchacho se contagió y acabó riendo de la misma manera.

—Lucy, nadie necesita formar parte de una leyenda. Todos somos especiales a nuestra manera y la vida se encarga de darnos a cada uno lo que merecemos, sin necesidad de dones. 

—Tienes razón. Sólo necesitamos formar parte de la vida de alguien importante para uno, sentirse querido por las personas que tú quieres y el resto, el resto la vida nos lo da sin necesidad de pedírselo. — Ambos nos quedamos en silencio tras mis palabras, reflexionando. Me sorprendí a mi misma cuando me escuché pronunciar mis siguientes palabras.

—Y yo en ese sentido no puedo pedir más. Os tengo a vosotros; Trudis, Amaris y tú. Sois importantes para mí y yo formo parte de vuestra vida, aunque sea para ponerlo todo patas arriba. No necesito un don ni nada que se le parezca —dije con una sonrisa.

—No digas eso, Lucy. No has puesto nada patas arriba, a mi me has traído luz y esperanza, que era algo que ya no tenía. Había perdido todo el ánimo respecto a encontrar a mi tío, pero desde que tu has llegado, eso ha cambiado. ¿Sabes? Todos creen que se ha ido por su propia voluntad y no me lo dicen porque temen hacerme daño, pero yo se que no es así, estoy seguro de que algo le ha pasado.

—Que tontería, ¡claro que no se ha ido por su propia voluntad! Alguien lo ha secuestrado, pero estoy segura de que está vivo y tu y yo lo encontraremos. Te lo prometo, Fortis —dije convencida.

— ¿Lo ves, Lucy? Eres la única que me ha apoyado así. Y la única que cree en mis palabras. Eres especial y debo agradecerte todo tu apoyo. — Su voz se fue apagando hasta quedar en un susurro apenas audible.

—No tienes que agradecerme nada. Y no te enfades con los demás porque piensen así, es sólo eso, una opinión. Nadie te asegura que tengan razón. Jack está vivo y lo encontraremos. — Le apreté fuertemente la mano. El muchacho me devolvió el apretón y soltó mi mano. Después se tendió sobre la hierba para observar el cielo. Yo lo imité.

Con ambos mirando al cielo y en un completo silencio, un pensamiento me rondaba sin dejarme descanso. No tenía sentido seguir negando lo evidente, cada contacto con él, cada vez que lo miraba a los ojos, cada vez que él me miraba, cada vez que él me decía que yo era especial... Sentía algo removerse en mi interior. Cada minuto que pasaba a su lado, me costaba un mundo no besarle y no estrecharlo entre mis brazos.

Sus ojos, su boca, sus manos, su nariz... Todo me encantaba de él. Incluso su arrogancia y su prepotencia cuando se enfadaba o cuando se sentía frustrado. Por mucho que me costara reconocerlo, no podía seguir negándolo. Estaba totalmente enamorada de Fortis.

Sin darme cuenta me sonrojé y aparté esos pensamientos de inmediato, pero no sin antes prometerme que él nunca lo sabría, que sería un secreto para siempre. Mi amistad con él pesaba más que el amor que yo sentía y si algo tenía claro, es que prefería estar con él aunque fuera como amigo que perderle para siempre.

Después de recoger algunos frutos para llevar a nuestros amigos, nos dimos cuenta de que se nos había hecho muy tarde y decidimos partir de vuelta a casa. No había podido apartar todos esos pensamientos de mi mente, el nombre de Fortis resonaba en cada uno de los rincones de mi mente. Aunque tenía que reconocer que me había servido para algo, por lo menos había dejado de pensar en mis orígenes.

—Lucy... ¿He dicho algo que te haya parecido mal? — El muchacho me asustó y no pude evitar dar un saltito y dejar mis pensamientos aparte.

—Perdona, me he asustado. — Sonreí tímidamente.

—Ya me he dado cuenta. Así que no era eso por lo que estabas tan callada, ¿qué te ronda por la cabeza? —preguntó inquisitivo. De inmediato, el rubor volvió a subir hasta mis mejillas.

—Oh, nada. Ya sabes, todo ésto que pasó, digo... Bueno, que está pasando, no puedo quitármelo de la cabeza y bueno... Eh, perdona si he estado distraída. — Conseguí decir entre tartamudeos.

—Lucy, estás mintiendo descaradamente. ¿Qué te pasa? — Su expresión de diversión cambió por completo a una de preocupación. No sabía como salir de ésta, me había pillado y no quería decirle la verdad.

—Vale, te he mentido. Perdóname, es sólo que ahora no quiero hablar de ello. Te lo contaré otro día, ¿vale?. — Sabía que el muchacho no entendía nada y que se quedaba preocupado pero necesitaba salir del paso y, diciéndole que no quería hablar de ello, me respetaría.

—Vale, no pidas perdón. No tienes porque contármelo si no quieres pero si necesitas algo, puedes contar conmigo. — Eso me hizo sentirme aún más culpable, yo le estaba mintiendo y estaba huyendo de una situación en la que él era protagonista y me comprendía. No sólo eso, se había ofrecido a ayudarme. No podía ser tan mala persona, tenía que resolver la situación cuánto antes, aunque todavía no supiera como.

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora