CAPÍTULO UNO.

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—Ho... hola, bien pero me duele la cabeza — conseguí decir tartamudeando.

—Eso es normal, debemos agradecer que todo quedó en eso. Si no hubiera llegado Fortis... No sé que hubiera hecho Vindi contigo.

— ¿Qué? No entiendo nada... 

—Tranquila pequeña, enseguida lo irás entendiendo. Pero tienes que descansar, ha sido una experiencia fuerte para ti. Aunque lo primero, es asearse —dijo llevándose una mano a la nariz mientras hacía un gesto de desagrado, para después sonreír.

—Enseguida vendrá Trudis a ayudarte. — Y sin mediar palabra se fue haciendo una inclinación con la cabeza.

Ahora si que me estaba poniendo nerviosa. ¿Amaris? ¿Fortis? ¿Vindi? ¿Qué nombres eran esos? ¿Por qué me ha llamado "humana"? ¿Acaso ella no lo es?. Las preguntas se agolpaban en mi cabeza de una forma que hacía que me doliera aún más. Necesitaba respuestas. Y por primera vez, recordé los gritos de mis cuidadores, ¿estaban muertos?. Sin poder evitarlo, comencé a llorar.

Poco rato después, alguien llamó a la puerta y entró. Era una señora de mediana edad, bajita, ancha y con unas facciones duras, pero con una expresión amable en su rostro.

—Hola niña, me alegro de verte. Soy Trudis. — Me dijo con una sonrisa.

—Hola Trudis. — Conseguí decir entre sollozos. Ella se dio cuenta de que estaba llorando e inmediatamente cambió su expresión de felicidad por una de pena.

— ¿Por qué lloras, hija? — dijo mientras se acercaba y me acariciaba el pelo. No sabría explicar el por qué, pero aquella mujer me ofrecía extrema confianza.

—Es que... no entiendo nada. ¿Dónde estoy?

—Estás en la Torre de Praesidium. Aquí estás a salvo, no te preocupes. Ese no volverá a hacerte daño. — No ocultó su tono de desprecio.

—Pero... ¿estamos en España? — La mujer de inmediato comenzó a reír.

—No, pequeña. Ya te lo explicaré todo.

—Necesito saber que pasó en el orfanato. La gente que estaba allí... ¿murió? — conseguí decir aunque a medida que iba pronunciando esas palabras, mi voz se iba quebrando.

—Ya está, no es el momento todavía. Además, me han advertido de que mida mis palabras y no quiero problemas con Fortis, ese muchacho es realmente engreído — dijo mientras agitaba sus manos arriba y abajo.

Asentí, sin entender lo que me decía una vez más. Parecía que nadie iba a resolver mis dudas, de momento, así que no me quedaba otra que resignarme a ello.

—Y ahora un baño, niña. Desprendes un olor poco agradable y además... esas ropas son asquerosas — dijo señalándome.

—Me llamo Lucy. — conseguí decir.

Ella de inmediato sonrió y se puso manos a la obra. Primero me llevó al aseo y me ayudó a desvestirme. Me indicó que me metiera en la bañera y que me tomara mi tiempo, ya que no había prisa y necesitaba urgentemente asearme.

Al salir, vi que mi ropa no estaba allí. Y en su lugar, había unas ropas como las que Amaris llevaba: unos pantalones y una camiseta grises, acompañados por una capa azul. Me vestí rápidamente y me miré al espejo.

Me sorprendió lo que vi. Hacía mucho que no me miraba a un espejo porque en el orfanato no había. Los cuidadores decían que era por motivos de seguridad, después de que varios muchachos los hubieran roto para atacarse unos a otros, años atrás.

Me miré cautelosamente, mi pelo castaño claro había crecido mucho. Y las facciones de mi cara ya no eran las de una niña, se habían afilado. Mis ojos marrones eran grandes, como siempre. Y mi cuerpo...era más alto y delgado que la última vez. Aunque era evidente que había cambiado, ya no tenía cuerpo de niña.

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora