CAPÍTULO CUATRO.

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Las primeras horas de viaje fueron tranquilas, caminamos por senderos estrechos que rodeaban una gran colina, todo estaba lleno de vegetación por todas partes y un olor a flores inundaba el ambiente. Pequeños animales correteaban por la hierba, los peces saltaban alegres por los riachuelos y las aves surcaban sin parar los picos de aquella colina. Según Fortis, estábamos buscando donde acampar, ya que no faltaba mucho para que la primera noche cayera sobre nosotros. Nos encontrábamos ante una gran pared de roca, en la que había dos aberturas que dejaban ver dos estrechos senderos. Fortis, sin dudarlo, se internó en el camino derecho. Tras avanzar unos pocos metros más, llegamos a un río que bajaba de la colina con gran fuerza y una cascada emergía desde lo más alto para acabar golpeando agua contra agua, mientras hacía un ruido ensordecedor. Mi compañero señaló a la izquierda, donde rápidamente divisé una pequeña abertura entre las rocas.

Era un hueco bastante pequeño, no hubiéramos entrado de pie. Pero era acogedor y allí el ruido de la cascada chocando contra el río se disipaba, quedando de fondo.

—Aquí estaremos bien. Si algún Petitmal se acerca, no nos encontrará —aseguró Fortis.

— ¿Cómo estás tan seguro? — El muchacho sonrió alegremente. Era algo que pasaba en contadas ocasiones y que no dejaba de fascinarme cada vez que lo veía.

—Porque odian el agua y aunque nos sintieran, jamás pasarían por ese riachuelo. Y si deciden ir en busca de un Daemon para alertarle, tendremos más tiempo para irnos.

—Esperemos que eso no suceda —dije con seguridad, aunque lo único que intentaba era convencerme a mi misma para tranquilizarme.

Fortis preparó una parte de nuestras provisiones para cenar y, aunque, la comida estaba fría, la pinna no tardó en hacerse cargo de eso. No tardó en entrarme un dulce sopor, a pesar del frío que sentía en aquella cueva.

—Duerme, yo vigilaré. —Prometió.

— ¿Y tú, cuando dormirás?

—No sufras, en unas horas te avisaré y cambiaremos las tornas. — Asentí de inmediato, ya que me parecía justo. Ya me había acurrucado en el suelo de la manera más cómoda que había podido y me había tapado con mi capa que no me quitaba el frío, pero se agradecía.

—Tienes frío, ¿eh? —dijo con tono burlón. No respondí, ya que no lo creí necesario. Mi castañeteo de dientes lo dejaba perfectamente claro.

—Espera, saca tu lapis —dijo mientras se acercaba a mi. Obedecí de inmediato y se la tendí, pero negó con la cabeza. Yo debía sujetarla.

—Acúnala entre tus manos, nota su fuerza, su poder... — Lo hice de inmediato, eso era fácil.

—Ya está.

—Muy bien, ahora susurra éstas palabras con cariño: fac caloris ad frigus corpum meum, amicum.

— ¿Qué significa? —pregunté en un susurro. Aunque lo había entendido casi todo, las clases de Amaris habían dado sus frutos y se me había dado bien el idioma. Pero me encantaba escucharle hablar en latín.

"Haz que el calor vuelva a mi frío cuerpo, amiga". — Me explicó con dulzura.

Inmediatamente hice lo que me ordenó y la lapis comenzó a brillar con más fuerza durante un corto instante. Después de unos segundos, comencé a sentir como el frío me abandonaba, dejando paso a una sensación de agradable calor, sin agobiar. Me quedé maravillada y no pude evitar abrir la boca de par en par. Fortis se rió ante mi reacción, iba a replicar algo pero ya no pude, el sueño acudió a mi de inmediato y como si fuera una ola del mar, me arrastró con él. Nunca más volvería a pasar frío, ésta pedida, como todas las que había oído hasta el momento, se grabó en mi mente como si de un tatuaje se tratara.

La pinna dorada    Torre de Praesidium I.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora