Especial Potter

1K 42 2
                                    

Estoy enfermo. O eso es lo que dicen en San Mungo. No saben lo que es, no encuentran una explicación, por eso me obligarán a permanecer en casa por un tiempo. Cuando terminó la guerra, algo no encajaba, todavía no sentía esa alegría que se supone que debes tener luego de la victoria. Algo me decía que no había ganado aun. Y al fin y al cabo, estaba en lo correcto: estoy enfermo, y de algo tan malo que ni siquiera saben de qué se trata. Una enfermedad desconocida que ha comenzado a asustarme.

A veces me despierto en una camilla, atado de pies y manos, rodeado de enfermeros, sin tener una jodida idea de que como he llegado allí. Otras veces, me siento enojado, quiero quebrarle el cuello a cualquier idiota que se cruza frente a mí, incluso matar. Es algo que va creciendo en mi interior y que no puedo controlarlo. Y eso no es todo, el deseo ha aumentado, necesito satisfacerme cada día corporalmente para no volverme loco.

Ginny lo ha comenzado a notar. El cambio en nuestra relación, o mejor dicho, mí cambio. Se muestra ilusa a querer cumplir mis fantasías, a estar dispuesta a transformar nuestra vida sexual. Me ha comenzado a parecer estúpida la idea del romance, el noviazgo y las rosas. Quiero más, mucho más que eso. Por eso el día, en que llevo a Ginny a mi nuevo cuarto de arriba y sale espantada al ver su contenido, sé que la cosa no va a funcionar.

Los doctores cercanos a Kingsley hacen un estudio completo en mí, tanto como psicológico como corporal y terminan confirmando algo que en el fondo lo sabía desde el principio:

Ha quedado algo de él en mí.

No me siento triste. No siento absolutamente nada, solo odio. Aquella noche, después del diagnóstico, no puedo dormir. El deseo de saciar mi ira en un coño cada vez se hace más fuerte. Estoy seguro de que Ginny no vendrá aunque le ruegue, que continuará con su negativa, una que nos llevará al rompimiento, no lo dudo.

Siento mi polla dura contra mis pantalones. Me está matando. Me está matando saber que tengo una sala ya completa a solo unos pisos arriba y mujeres que estarían dispuestas a compartirla conmigo.

Termino llamando a una de mis secretarias, Marie, esa mujer de cabello oscuro y labios carnosos, esa que debe tener unos quince años más que yo y aun así siempre me lanza insinuaciones. Se emociona al responder mi llamada, lo puedo percibir en su voz y en pocos minutos, aparece en mi puerta. No tardamos mucho en besarnos y sacarnos la ropa, la llevo hacia arriba, hacia el cuarto rojo. Se sorprende cuando ingresamos, y no la culpo, porque he llenado mi habitación con todo tipo de juegos eróticos.

La amarro como tanto desee hacer en mis fantasías y me hundo en ella. Veo como su expresión se deforma de placer, como los gritos comienzan a salir de su boca. Me siento poderoso, aliviado, como si estar allí, en el cuarto fuera el lugar correcto. Antes de que se corra, me salgo de ella, tomo uno de mis látigos preferidos y le doy en el glúteo derecho, una y otra vez, escuchando como chilla y se retuerce del dolor. Sonrío sin poder evitarlo, pensando que ha sido la mejor manera de estrenar la habitación.

Marie continua gritando, no me detiene en ningún momento, parece que le excita el dolor, ser una sumisa. La golpeo una y otra vez hasta que su nalga queda rojiza de la hinchazón, las lágrimas hacen brillar sus ojos.

La tomo de las caderas con rudeza y la embisto nuevamente, llenando el cuarto de sus gemidos, de sus suplicas. Aprieto sus pechos con rudeza, aferrándome a su cuerpo. Escucho un leve ruido, volteo y veo la puerta semiabierta. Intento no darle importancia y continúo con ese ritmo desenfrenado, hasta bañarla de mi propio semen.

Al día siguiente, Ginny se aparece en mi casa. Me ha visto con Marie, y por alguna razón, no me importa. Me grita por varios minutos, llora, preguntándome mil veces por qué lo hice. Pero no tengo una respuesta, eso hace que la pelirroja se rinda y no vuelva más a casa.

Cincuenta Sombras De PotterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora