El tercer hijo de John Lennon

Capítulo 26

Fue como un terrible dolor en el pecho, aquello que sintió John cuando escucho las terribles palabras. Todavía no podía superar la muerte de May y ahora ¿su pequeño hijo correría con la misma suerte? Es que sencillamente era tan injusto.

—N-no Linda... lo que me dices es imposible—sollozó interminablemente—, ¡Eso no puede ser!

—Shh—dijo tranquila—, no grites, está desayunando.

—P-pero ¿Cómo sabremos cuando llego el momento? Esto no puede ser...

—Lo sé John—le dio un gran abrazo—, Susan se limitó a decirnos que su enfermedad era incurable y no se podía hacer nada por controlarla, así que considero que lo mejor era darle felicidad ante sus últimos meses de vida.

—Yo no puedo creer que esto ocurra—dijo, cada vez más traumatizado—, su hermanito Sean lo adora ¡no puede irse tan rápido! Es tan joven, tan pequeño y lleno de vida.

Los dos padres lloraron súbitamente, se abrazaron, consolaron mutuamente pero nada mejoraba su ánimo. A pesar de la situación en la que se presentó Leopold en sus vidas no fue la más adecuada, ni siquiera fue planeada. Pero ninguno de los dos podría negar que su presencia fue algo que mejoro su vida, y les dio un gran acto de lealtad incondicional, valor, valentía y afrontar las consecuencias de sus actos. Por lo tanto su dura partida sería algo que les rompería el corazón por completo.

Salieron con unos pequeños regalos, el niño de 11 años le daba de comer a su hermano de 3 años, siempre era tan amable a pesar de su dura infancia o haber vivido lejos de sus padres, en el fondo era un gran chico, dispuesto a dar lo mejor.

—Leopold—John lo abrazó fuertemente, Linda no pudo evitar llorar.

—. ¿Qué pasa, papá?—pregunto confundido, al ver a sus padres llorando.

—Te quiero mucho, campeón.

—. ¿Por qué mamá está llorando? ¿Es algo grave?

—N-no—Linda limpió sus lágrimas—, es que tengo sueño, a veces mis ojos se ponen así cuando lloró.

—Ya no estés triste mamá, siempre voy a estar con ustedes.

Estas últimas palabras la hicieron sentir mil veces peor, escucho como la puerta sonaba y al instante corrió a abrir, solamente para tener una distracción y su hijo no la viese llorar. Era Susan Bevans, Linda creyó que el momento del deceso estaba más que cerca.

—Linda—susurró su nombre.

—Susan, no por favor—imploró—. Tienes que decirme que esa rara enfermedad de la cual no nos has dicho nada ni aclarado de que se trata exactamente tiene cura. ¡Dímelo por Dios!

—. ¿Ya pasaron siete meses?—pregunto sorprendida.

—Sí—asintió Linda con la mirada baja—, hice las cuentas y un día como hoy pero de hace siete meses, nos comunicabas la triste noticia y toda esta gran aventuraba daba comienzo.

—Oh, claro...—rasco su cabeza—Ya lo recuerdo, estaría loca sino.

—De seguro viniste a despedirlo, aquí el problema es ¿Cómo diantres le vamos a decir que su vida acaba en este momento?—su cordura parecía desvanecerse poco a poco—. ¡NI SIQUIERA DEBE SABER EL SIGNIFICADO DE MORIR!

—Escucha—dijo con atención—, creo que el problema más grave no es ese, yo tengo algo más urgente que decirles, y no tengo la más ligera idea de cómo decirlo.

—No—sus lágrimas seguían por todo su rostro—. ¡Es que la vida no puede ser tan injusta! ¿Cómo carajos le vamos a decir esto? ¡Esto es horrible!