Vivir de la agonía.

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-Vamos lévantate pequeña, tienes un largo día por delante, tu primer día de escuela- me decía mamá. 

-Mamá tengo mucho sueño, ¿Me dejarías faltar solo por hoy?- le puse una cara de perrito mojado, no quería ni pisar ese colegio, donde todos creían que era repugnante solo por el hecho de ser gorda. 

-¿Estás loca? Es tu primer día de clases, vamos lévantate- se fue de mi pieza. 

Genial, mi día había comenzado, entré al baño, y me vi en el espejo, cada vez que me miraba en el espejo era como si alguien me golpeara hasta dejarme inconciente, era una obesa. Respiré hondo para parecer delgada, pero aún así me veía gorda. Las lágrimas caían por mis mejillas, el sentirse fea era lo peor, solo quería ser delgada o sentirme bonita aunque sea solo por un día. Entré a la tina, dejando que la lluvia artificial me recorriera de la cabeza hasta los pies, seguía llorando pero ahora mis lágrimas se camuflaban con las gotas de agua que caían de la ducha. 

Me vestí con ropa ancha, como siempre, la ropa ancha me hacía pensar que escondía mi gordura, pero era obvio que igual se notaba, dejé que mi largo pelo liso cayera por mi espalda y bajé a desayunar. 

Con mis tan solo trece años, en ese tiempo, pensaba mucho, creía hasta que la culpa de que yo era una gorda era de mamá y papá, ellos trabajaban para alimentarme y entregarme los bienes que necesitaba para vivir, pero el alimento era lo que me tenía así, estaba hecha una bola de grasa. También tenía muy claro que la culpa era bastante mía, yo era la que no tomaba control cuando comía, es más no comía, yo deboraba las cosas. 

Al terminar mi desayuno subí al auto de papá, él siempre me dejaba en la escuela. Sentía que mi estómago se apretaba cada vez mas cuando nos acercabamos al establecimiento estudiantil, no podía creer que ese día, luego de dos meses de vacaciones sin tener que soportar ningún insulto, volvería a vivir mi pesadilla. 

-Adiós papá, que te vaya bien- le dije a mi papá mientras me bajaba del auto. 

-¡Ey espera!- me voltee a verlo- ¿Y mi beso?- Le di la vuelta al auto hasta llegar a la ventanilla de mi padre y le dí un sonoro beso en la mejilla. 

Podía notar como mi papá me veía alejarme. Antes de entrar al colegio respire hondo y luego exhale, hice lo mismo tres veces. ''Este año no serás la misma tonta que fuiste años anteriores'' me dije para tranquilizarme, aún sabiendo que iba a seguir siendo la misma chica que todos conocían como ''la bola de grasa'', ''la gorda'', ''ballena'' entre otros cuantos insultos. 

Entré sin pensarlo más, yo misma estaba inagurando otro capítulo más de mi pesadilla. Noté como todos comenzaron a mirarme, muchos murmuraban cosas y luego se reían, estaban haciendo chistes sobre mí, estaba más que claro. 

En mi garganta se estaba haciendo un nudo, sabía que si hablaba o abría la boca solo por un segundo las lágrimas iban a salir sin avisar de mis ojos, agradecí por un momento de no tener ningún amigo o que se me acercara alguien a charlar, porque demostraría lo débil que soy con unas cuantas lágrimas y no tan solo me llamarían ''gorda'' sino también ''llorona''

Caminé al que ese año sería mi salón, estaba vació, me senté en la fila de la muralla, en el segundo puesto, no resistí más, estaba llorando. Sentía como alguien estaba abriendo la puerta para entrar a la sala, limpié rápido mis lágrimas e hice que miraba mi celular. 

-Paren chicas, no podremos entrar- dijo Helen, una de las chicas mas bonitas de toda la escuela, tenía mi misma edad, pero tenía un cuerpo delgado, ojos verdes, pelo castaño y mejillas rosadas. Tenía un grupo de amigas las cuales ella manipulaba. Todas las chicas se preguntaban porque no podían entrar -Es que alguien ya ocupó todo el lugar-. 

Vi la cara de cada una de las chicas mientras reían por la broma que había hecho Helen sobre mí y luego me dispuse a mirar solo la pantalla de mi celular aguantandome las ganas de llorar. 

-¿Vieron a Sam? Está bastante guapo y me guiñó el ojo cuando pasé por su lado- Dijo Helen, las chicas gritaban de emoción y a mí se me había partido el corazón.

Sam era un chico de ojos negros, muy brillantes, pelo del mismo color de sus ojos, tez blanca, nariz perfecta y cuerpo delgado. Trataba a las chicas como si fueran un objeto muy delicado, como si fueran princesas y el su príncipe, era un amor con todas las chicas que lo rodeaban, menos conmigo, ni siquiera me dirigía la palabra. Me había enamorado de él hace algunos años solo por como trataba a las chicas, si, puede sonar muy estúpido, pero me enamoré. Con mis trece años nunca había hablado con un chico y mucho menos iba a hacerlo con Sam, él me encantaba. 

Tocaron el timbre para el inicio de clases, todos mis compañeros comenzaron a entrar, también vi a Sam que se sentó al otro extremo de la sala un puesto atrás de el de Helen, como siempre nadie se sentó conmigo. Entró el profesor García, ese año el sería nuestro profesor jefe.

-Buenos días chicos, espero que la hayan pasado de maravilla en sus vacaciones- sonrío- Antes de iniciar las clases reordenaremos los puestos, de la manera en que los ordene deberán sentarse en todas las clases- Todos asentimos. 

Me daba lo mismo con quien me sentara hasta que dijo con quien me sentaría yo. 

-Señorita Gabriela Haro usted se sentará con Samuel Richardson- No lo podía creer, el profesor me había sentado con Sam, el chico que me gustaba, estaba demasiado nerviosa. 

Tomé mis cosas y caminé hacía donde me tenía que sentar a un lado de Sam, cuando me senté, él ni siquiera se digno a mirarme, es más su silla la alejó de la mía y siguió hablando con sus amigos. 

El espejo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora