Mi madre entró a mi habitación, me levanté e hice mi rutina de siempre: ducharme, vestirme, cepillar mi cabello, desayunar, lavar mis dientes e irme a la escuela a vivir mi pesadilla.
Al llegar al colegio ignoré todos los murmuros y burlas, fui al salón. Como siempre, era la primera en la sala, moría de sueño, por lo tanto apoyé mi cabeza en la mesa y me quedé dormida. Cuando sonó el timbre de inció de clases me desperté rápidamente y vi como todos entraban e inmeditamente se reían de mí ¿Qué pasaba?
El profesor García entró a la sala y de un grito hizo callar a todos, nos saludo enojadísimo y me lanzó una mirada con mucha tristeza ¿Pero que rayos pasaba? Cuando todos se sentaron comenzaron las risas denuevo.
-Señorita Haro- El profesor me llamaba.
-¿Qué pasa profesor?- Le pregunte con mucha confusión, no entendía nada de lo que ocurría.
-Vaya a lavarse la cara- ¿Qué? ¿Acaso era común que un profesor mandara a un alumno a lavarse la cara?
-¿Por qué profesor?- Pregunté aún mas confundida, mientras que luego de lanzar mi pregunta se escucharon un par de risitas por la sala.
-Solo vaya- dijo el profesor mirándome con lástima.
Me paré de mi silla, Sam se hizo hacía delante con la suya sin mirarme, iba caminando hacía la puerta del salón pero una mano me tomó del brazo, me detuve.
-Por fin lo admitiste querida- dijo Helen susurrándome.
Estaba cada vez mas confundida fui corriendo al baño y ahí pude entender lo que pasaba. ''SOY GORDA E INÚTIL'' decía en mi frente, con letras grandes, incluyendo mayúsculas. La pena invadió mi cuerpo, las lágrimas salieron de mis ojos sin avisar y me sentía muy débil, me apoyé en la muralla y sin darme cuenta me resbalaba por ella hasta caer sentada en el suelo. Quería morir. Me costaba respirar, lo único que quería era gritar, ya estaba cansada y tan solo era mi segundo día de clases.
Cuando me calmé solo un poco, me paré y comencé a limpiar mi frente, la tinta del plumón corría por toda mi cara hasta llegar a mi cuello, mis lágrimas se fundían con las gotas de agua que estaban limpiando mi cara ¿Por qué me hacían tanto daño? ¿Por qué me odiaban tanto? No quería entrar a clases, mis ojos estaban rojos e hinchados.
Me llené de valentía y salí del baño para dirigirme al salón, entré con la cabeza agachada mientras todos estaban en silencio, observándome.
-Gabriela ¿Te encuentras bien?- Me preguntó el profesor García.
Solo lo miré y él supo la respuesta y asintió con su cabeza, notaba mucha tristeza en su mirada y la clase la hizo muy desanimado, mientras el profesor explicaba no podía controlar mi llanto, un llanto silencioso, las lágrimas caían y caían sin parar, mientras yo tomaba atención a su clase. Cuando la clase llegó a su fin estaba tomando mis cosas para llevarlas al casillero y sacar las que ocuparía en la siguiente clase.
-Señorita Haro, venga- me dijo el profesor sentado en su banco, ya todos los alumnos habían salido, sin avisarme me dio un fuerte abrazo. Por primera vez sentí que alguien me comprendía, me separó de su abrazo y me volví a sentir vacía, me secó mis lágrimas delicadamente con sus dedos y con una voz dulce me dijo ''Nunca te rindas Gabriela, jamás lo hagas''. Se paró y se fue de la sala. Mientras se iba alejando le dediqué una sonrisa sincera, una de esas que no hacía de hace mucho tiempo.
Me había animado para terminar el día, no había tenido ningún problema más, hasta había ignorado a Sam la mayoría de las clases. Iba caminando hacía mi casillero cuando de pronto veo que decía ''Hazle un favor a todos y matate'' de un extremo a otro de mi casillero. Caí de rodillas al piso dejando caer todos mis libros, estaba llorando frente a todos los que pasaban por ahí y no eran pocos, todos tenían que pasar por ahí para salir del colegio.
Nadie me preguntaba que me ocurría, era mas que obvio. De pronto sentí que unas manos se posaron en mis hombros, era el profesor García. Se incó a mi lado y me dijo ''Recuérdalo, no debes rendirte, tampoco debes verte débil'', me secó mis lágrimas nuevamente, y me ayudo a pararme, sacó un pañuelo de su pantalón y comenzó a limpiar mi casillero, las letras se iban borrando lentamente.
-¿No haz pensado en decirle a tus padres lo que ocurre?- me preguntó mientras aún limpiaba mi casillero.
-Ni loca, les causaría mucha preocupación-
-He pensado en llamarlos Gabriela, no es el primer año que ocurre esto-
-Lo sé pero por favor no lo haga, no los quiero preocupar- le rogué.
El profesor solo me miró y cuando terminó de limpiar mi casillero se despidió de mí con un abrazo, guardé mis libros y caminé hasta la salida, donde me esperaba mi padre.
-¿Por qué tardaste tanto?- Me interrogó papá.
-Es que, me quedé hablando con un profesor a cerca de una tarea que no entendía- inventé una mentira.
-Está bien, vamos- me sonrío.
Llegamos a la casa, fui a mi pieza, comencé a hacer mis tareas, mi madre me llevó algunas golosinas a mi habitación con un vaso de leche de chocolate, bebí el líquido dulce pero las golosinas las heché al basurero, ni yo sabía lo que hacía. No había comido nada en todo el día y tampoco pensaba hacerlo. Al terminar mi tarea me dormí y ni siquiera anochecía.
Dormí hasta la mañana siguiente, hice mi rutina diaria y me dirigí al colegio junto con mi padre. Al entrar a la sala estaba atenta, no quería que me pasara lo mismo que el día anterior.
El día comenzó con una aburrida clase de matemática con el profesor Smith, tenía aproximadamente 55 años, era muy malhumorado, era demasiado delgado, usaba lentes y tenía una mirada muy amenazante.
La clase iba muy bien, los ejercicios los entendía a la perfección.
-Señorita Haro, venga a resolver el siguiente ejercicio en la pizarra- dijo el profesor con una voz muy dura.
Me puse demasiado nerviosa, mis pies comenzaron a doler, me paré lentamente por el dolor, mis manos sudaban y me había puesto roja.
-¿Cree que tenemos todo el tiempo del mundo?- Me apuró el profesor.
-Lo siento profesor, es que me duelen los pies- dije tímidamente.
-No invente excusas y venga-
-Pues si no puede caminar que vaya rodando- dijo un chico.
Sentía como todo se detenía, miré las caras de todos mis compañeros, reían a carcajadas y pude notar una leve facción de gracia en la cara del profesor, se quería reír. Mi corazón estaba destrozado, el comentario que me había destrozado no había sido de cualquier chico, sino de Sam, el chico que trataba como delicadas rosas a todas las chicas, el chico que no había dañado a ninguna chica,el chico que me gustaba, el chico que nunca había hecho llorar a una niña, pero yo, yo era la maldita excepción, la gorda que nadie respetaba, la chica que no tenía sentimientos, la chica que podía recibir cualquier insulto, cualquier burla, la chica que jamás se defendería, la chica que algún día se rendiría.
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El espejo.
Dla nastolatkówMuchas adolescentes viven día a día odiándose, sintiendo que son feas, unas porquerías que no deberían vivir pero ¿Qué pasaría si esos malos pensamientos fueran muy lejos?