Me sentía mas patética aún cuando él se alejó de mí, era la primera oportunidad que se me había dado en todo el tiempo que lo conocía para hablarle pero desde el momento que me senté a su lado sabía que sería en vano, no tenía idea de como hablarle a un chico, menos aún si ese chico me gustaba.
Las horas pasaban muy lento, por lo menos para mí, me sentía demasiado incómoda al lado de Sam y me sentí mucho peor ya que los profesores me regañaban por no concentrarme, pero en verdad al lado de Sam no podía. Me imaginaba muchas historias de amor y todas eran relacionadas con aquel chico que me tenía completamente loca, pero que ni siquiera me miraba.
-Mañana nos vemos alumnos, descansen- dijo la profesora Jímenez, de lenguaje, dando fin a su clase.
Tomé mis cosas y salí calmada de la clase, iba camino a la entrada de la escuela, ahí me estaría esperando mi padre, pero sentí como un obstáculo en mis pies me hacía caer al piso, mis libros quedaron desparramados en el suelo y mi rodilla ardía por el golpe.
-Ups, lo siento- dijo riéndose Helen junto con su grupo de amigas, pero en unos segundos ellas no eran solo las que se estaban riendo, sino una masa de estudiantes que me rodeó. Me apuntaban y se reían en mi cara y ninguno me ayudó a pararme o siquiera a recoger mis libros, yo lo hacía mientras que todos aún se reían de mí, salí corriendo de ahí con muchas ganas de llorar, de gritarles a todos que estaba cansada de sus idioteces, que no soportaba pasar la mayoría del día encerrada en ese maldito colegio, pero me propuse no llorar ya que afuera me estaría esperando mi padre y se preocuparía mucho.
-Hola hija- me besó la frente- ¿Qué tal tu día?-
-De maravilla- mentí.
-Genial, vamos al auto, tu madre nos está esperando en casa-
Nos subimos al auto, me fui todo el camino a casa mirando por la ventana, no soportaba el hecho de mirar a mi padre sabiendo que le mentía todo el tiempo a cerca de como me encontraba. Tenía muy claro que yo era una hipócrita sobretodo con mis padres, pero no quería preocuparlos, no quería ocasionarles problemas.
Mi mamá se encontraba en la puerta de la casa y cuando vio que llegamos sonrió. Saludé a mi madre con un beso en la cara y luego pasamos a la casa.
-Cuéntame que hicieron hoy- mi mamá se dirigía a mí.
-Pues, lo mismo de siempre, hoy fue como un día normal del año, comenzamos de inmediato con las clases- contesté con un tono calmado.
-Te notas cansada hija, deberías tomar una siesta- sugirió mi padre.
-Si, creo que iré a dormir un rato- subí a mi habitación, tiré con todas mis fuerzas el bolso de la escuela al suelo y luego me lanzé de un salto a mi cama, escondiendo mi cara en mi almohada y di un grito, el cual no se escuchó gracias a aquella.
Luego de calmarme un poco, comencé a mirar el techo y comencé a reflexionar, como lo hacía muchas veces, me sentía toda una mentirosa, además de mentirosa me sentía sola y además de sola me sentía perdida, sí, perdida, perdida entre mis propios sentimientos, no me podía sentir bien sabiendo que todos los días mis compañeros de la escuela me molestarían, que con mi físico jamás me dejarían en paz, que así no llegaría a ningún lado, solo a la muerte.
Una niña de trece años no debería pensar en la muerte, mucho menos verla como una solución. Una niña con esa edad debería de ser féliz, sentirse bonita, charlar tranquilamente con sus amigas, pero no, a esa edad yo era diferente, me habían transformado en alguien diferente.
Sin darme cuenta me había quedado dormida mirando el techo.
-¿Cuando te veremos por acá?- Me habló un chico de ojos azules con una túnica blanca y con alas, supuse que era un ángel.
-¿A que te refieres con ''acá''?- pregunté muy dudosa a ese chico.
-¿Qué no sabes?- me miró sorprendido- Acá en el cielo, de hace mucho tiempo que te estamos esperando.
Desperté nerviosa, aquel sueño me había dado miedo a pesar de que no era una pesadilla ¿Me estaban esperando de hace mucho tiempo? No quise pensar mas en aquel sueño y decidí hacer mis tareas, aún no anochecía pero yo solo quería terminar mis tareas para seguir durmiendo.
-Gabriela, baja a comer, está servido- Me llamó mi padre desde el primer piso.
-Lo siento, no tengo hambre- dije con mucha fuerza de voluntad.
-Esta bien, le diré a tu madre que te lo guarde para después- me respondió mi padre.
Una parte de mi mente me decía: ''Ve a comer, debe estar delicioso lo que preparó tu madre'' y otra me decía ''¿Y luego culpas a tu madre de por qué estás así? Mírate obesa, no comas o explotarás''.
Terminé de hacer mi tarea, mi estómago pedía a gritos algo de comida, yo solo quería distraerme para olvidar el hambre, comencé a dibujar, quise hacer un dibujo complejo para olvidar por mas tiempo el hambre, ya se me estaba haciendo tarde, mis padres ya dormían, eran las doce en punto. Bajé silenciosamente hasta la cocina y vi lo que mi madre me había guardado desde la cena, espaguetti con albondigas, mi hambre no sació con tan solo comer espaguetti con albondigas por lo tanto me di el tiempo de buscar mas comida, encontré galletas y algunos pasteles, y comencé a devorarme toda la comida, no me podía controlar, y cuando ya no pude hechar nada mas a mi boca, me detuve.
Subí como pude hasta mi habitación, me tapé con mis sábanas y dormí, esperando que el día que se me aproximaba fuera mejor que el anterior.
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El espejo.
Подростковая литератураMuchas adolescentes viven día a día odiándose, sintiendo que son feas, unas porquerías que no deberían vivir pero ¿Qué pasaría si esos malos pensamientos fueran muy lejos?